IDENTIDAD

El ser aragonés, en el diván

En Francia, el presidente Sarkozy ha lanzado el debate de lo que significa ser francés. La inmigración y la globalización propias de este principio de siglo están obligando a redefinir las identidades colectivas.

Guste o no, el Pilar sigue siendo el símbolo de Aragón por antonomasia. Y, probablemente, el tópico del baturro con cachirulo calado y faja, se mantiene como primera imagen del tipo aragonés. A pesar de que la realidad sea cada vez más rica y variada, es difícil cambiar eso. ¿Qué significa hoy en día ser aragonés? Cuesta mucho modificar las imágenes que definen esa identidad, tal vez porque se trata de un concepto sometido a su perdurabilidad en el tiempo.

 

La reflexión viene a cuento del debate lanzado en Francia por el presidente de la República, Nicolas Sarkozy hace un par de meses. La pregunta era: Para usted, ¿en qué consiste ser francés? Una cuestión bajo la que se encuentra el asunto, siempre candente, de la inmigración. El debate, de hecho, ha derivado en una polémica social acerca de la integración de los inmigrantes, más de ocho millones de personas en un país de 65 millones de habitantes.

 

El replanteamiento de la identidad nacional es sin embargo un ejercicio bastante más habitual en España, aunque en este caso sea el conflicto territorial y no la inmigración la razón última del debate. Se dice que el propio Cánovas del Castillo dijo con sorna en plenas negociaciones para la redacción del texto de la Constitución de 1876 que "español es aquel que no puede ser otra cosa".

Sin respuesta única

Respecto a lo que supone ser aragonés, Pablo García Ruiz, profesor de Sociología de la Universidad de Zaragoza, está convencido de que "no hay una respuesta única. Hay muchas maneras de ser aragonés". García considera que antes sí se podía dar una respuesta más homogénea. ¿Puede significar eso que estamos en un proceso en el que la identidad se está desdibujando?

Para este profesor de Sociología lo que que ocurre es que "ha cambiado el nivel de identidad". La llegada de los inmigrantes, con otras culturas, otros pasados, otras lenguas, "obliga a redefinir lo que es ser aragonés". García cree que se debe acudir a una definición "relacional", es decir, determinar el concepto con respecto a algún referente, como algo diferente a ser madrileño, catalán o andaluz. La cuestión hoy es lo que significa "ser aragonés en el mundo".

 

Tal vez la pregunta a la que hay que volver sea en realidad el tópico '¿quiénes somos?' y, en ese sentido, el origen es "un punto de partida". Pablo García considera que nuestra identidad viene definida tanto por la raigambre geográfica como por la generación a la que se pertenece.

 

La visión del profesor García respecto a la integración de los inmigrantes en nuestra Comunidad es optimista. En contra de lo que suele decirse, considera que la red de asociaciones sociales es muy densa en Aragón, aunque ciertamente su motor sea fundamentalmente público. Y esa circunstancia favorece que se compartan objetivos concretos, por ejemplo en asociaciones de padres de alumnos. La clave es llegar a entendimientos en la sociedad civil. "La política es muy importante pero no debería determinar todo", asegura Pablo García.

 

El Derecho es tradicionalmente una de las claves en la concreción del ser aragonés. Fue Joaquín Costa quien sostuvo que "Aragón se define por su Derecho". Los cauces de entendimiento entre ciudadanos, más allá de la letra de la ley, parecen revelarse entre los expertos consultados como uno de los puntos de coincidencia a la hora de determinar una identidad aragonesa.

El respeto al prójimo

Y de todo el amplio mundo jurídico, el Derecho Civil es el más cercano, el que interpreta cómo es la gente, el que más define la identidad de un pueblo. El Derecho de lo cotidiano, un campo en el que Aragón y los aragoneses cuentan con una gran solera.

 

Desde esa óptica, la profesora Carmen Bayod considera que los aragoneses son profundamente respetuosos con el prójimo, hondamente liberales en el sentido social del término. Durante la Edad Media, por ejemplo, en las Cortes de Aragón ya podía hablar cada uno en su lengua sin que ello ocasionara ningún problema.

 

Precisamente, la reciente ley de lenguas aragonesa participa de alguna manera de ese espíritu de respeto al optar por no imponer nada en lo que respecta a la lengua. Resulta curioso que esta norma recupere ahora algunas de las claves que jalonaron los albores de la Autonomía, cuando se estaban redefiniendo tanto las instituciones propias de Aragón como recuperando la esencia, no solo política, del ser aragonés.

 

Cada pueblo tiene su propia historia y sus reivindicaciones y son los hechos históricos los que demuestran que los aragoneses se han caracterizado por ese respeto general. Aunque tal vez en algunas ocasiones, y especialmente en los debates nacionales en los que participan todas las autonomías, pueda interpretarse como un signo de pasividad.

 

En cualquier caso, conviene tener en cuenta la idea de globalización que marca nuestra época, aunque resulte un concepto algo engañoso, con demasiadas aristas e intereses. En ese contexto, quien aborde hoy la definición de lo que es ser aragonés no puede pretender llegar a conclusiones incontrovertibles. Puede que el debate sea lo que sirva para apuntalar una realidad demasiado abstracta para tiempos de crisis.