Bodegas Fábregas, historia del Somontano

Hablar de Bodegas Fábregas es hablar de la historia del vino en el Somontano. Hoy son más de una treintena las bodegas que configuran la D.O. Somontano, pero las raíces de este florecer vitivinícola hay que encontrarlas en el siglo XIX, cuando solo había dos empresas en el sector, Lalanne y Fábregas.

Miembros de la familia Fábregas, dueños de la bodega.
Bodegas Fábregas, la historia viva de la D.O. Somontano
J.L.P.

Esta bodega barbastrense tiene 128 años de antigüedad y va camino de la quinta generación. Representantes de sus tres últimas generaciones hacen un repaso de cómo han visto la evolución de este negocio, así como de la sociedad barbastrense y aragonesa.


Lola Canales, la abuela, y viuda de José María Fábregas, rememora los tiempos en que su marido tuvo que heredar de forma prematura el negocio a los catorce años por circunstancias familiares. Su abuelo Fábregas Pages era capitán de las galetas que iban a Cuba y en 1883 decidió quedarse en tierra y ver una oportunidad cuando estalla la enfermedad de la filoxera que arrasa el viñedo francés. Pensó en enviar vino del Somontano a Francia, así como venderlo en la zona. «Cuando su padre murió en la guerra, José María tuvo que dejar los estudios de bachiller en los Jesuitas de Zaragoza y se quedó en el negocio. Trabajó muchísimo a pesar de tiempos duros», recuerda su viuda.


La empresa fue creciendo y de los primeros viajes en bicicleta de José María por la comarca se pasó a los envíos por el tren, y del vino en cubas para la montaña, a granel y luego en botellas.


Su hija Flor Fábregas, enóloga de la bodega y una de sus responsables junto con sus hermanos, recuerda los viajes «en bicicleta por la comarca para analizar las uvas y el vino hasta que cumplió la mayoría de edad y se pudo comprar un coche».


El desarrollismo también llegó a Barbastro a mediados de la década de los 50 como recuerda Lola: «En 1955 fue el último año que hicimos el comercio con las mulas y prensábamos en el almacén en la calle Graus». A comienzos de los 60, la bodega se traslada a su actual ubicación a las afueras de Barbastro, donde se encontraba la alcoholera. «Entonces el vino que se compraba en los pueblos se enviaba por vagones en la estación de tren, que fue muy importante para Barbastro. Había muchos empleados y las mercancías salían y entraban por tren», afirma la abuela. Su hija apostilla: «Ha cambiado todo muchísimo. Imagínate de ir a comprar los vinos en bicicleta a en tren y de vender a granel a en botellas». Flor considera que en la rutina laboral los tiempos no han cambiado tanto porque «en los negocios familiares lo importante son las horas y más horas. No tener horario y dar igual que sea lunes que domingo».


Su madre se sorprende de cómo ha cambiado el sector del vino y la sociedad. «Antes estábamos dos bodegas y ahora hay más de treinta bodegas y la gente cada vez bebe menos vinos. Barbastro ha cambiado para mejor pero el sector está fatal».


25 años de una denominación de origen

El cambio generacional se da con Flor y sus hermanos Pedro y José. «Tomamos la decisión de seguir porque había trabajadores y mi padre había trabajado toda la vida en esto, y aquí estamos». Flor valora la buena repercusión que ha tenido la D.O. Somontano en sus más de 25 años de vida que han permitido que situar a este territorio como uno de los más reconocidos dentro y fuera de España. «La D.O. Somontano ha permitido conocernos en el exterior. Es gratificante trabajar con buenos vinos y buenos medios y hacer las cosas bien, a pesar de las dificultades que en estos tiempos tienen todos los negocios, mucho más los familiares y especialmente el sector del vino donde ha habido un crecimiento que no se ajustaba a la realidad. Ahora tenemos que luchar pero llevamos 128 años y espero que podemos seguir otros tantos», apunta esta enóloga y profesora.


A nivel regional, Flor Fábregas confía en la buena formación de los aragoneses «para hacer progresar a la sociedad. Tenemos dificultades porque somos muy pocos y hay mucho trabajo por hacer, pero hay posibilidades, aunque quizás nos falten medios humanos y económicos, y más en estos tiempos de crisis»


Gonzalo Alcalde, uno de los nietos de Lola y uno de los dos hijos de Flor, colabora con la empresa familiar de la que sigue aprendiendo día a día, a pesar de su dilatada formación en bodegas y empresas del sector de Nueva Zelanda, EE. UU y Francia. «Heredo mucha experiencia y una forma de trabajar cuidando mucho el producto, y muchas ganas de continuar con el negocio familiar, aunque el presente es duro y nada fácil. Hay que trabajar muy bien y hacer un buen producto que te guste», destaca.


Gonzalo tiene claro que tendrá que echar mano de toda su formación internacional para seguir vendiendo vino «porque el consumo ha dejado de ser local y siendo que la gente bebe cada vez menos vino hay que salir al exterior. Para eso hay que conocer otros mercados, idiomas y moverse. El futuro es cada vez más moverse por el mundo y saber vender el producto».


En cuanto a su visión del actual Barbastro y de Aragón, Gonzalo sostiene que el futuro pasa «por tener trabajo. La gente joven quiere tener trabajo y poder vivir bien. En Barbastro habrá gente si hay trabajo y puedes comprarte una casa porque el ambiente es bueno, pero si no marchará a las grandes ciudades. Y en Aragón tengo esperanzas de que el sector del vino se vaya asentando y gracias al comercio exterior se cree más trabajo y la gente apueste por quedarse en la Comunidad sobre todo en el medio rural» .