Refugiados ucranianos en Aragón dos años después de la invasión: "Solo regresaré de vacaciones, mi casa ahora está aquí"

El desgaste emocional pasa factura. Alrededor de la mitad de los que llegaron a la Comunidad han regresado y otros intentan rehacer sus vidas.

Refugiados ucranianos dos años después
Refugiados ucranianos dos años después
Toni Galán/Macipe/Tomás Santos

A las puertas de que se cumplan dos años de la invasión de Ucrania por Rusia, una parte de los desplazados que llegaron a Aragón han regresado a su país o se han reubicado por España y Europa. Otros se han asentado en la Comunidad gracias a los estudios y al trabajo que, junto a la búsqueda de vivienda, son, pese a la abrumadora solidaridad inicial, sus principales obstáculos. Una problemática que comparten con los refugiados llegados de otros países.

"Calculo que a estas alturas cerca de la mitad de mis compatriotas han vuelto a Ucrania. Muchos no a sus hogares, destruidos o situados en zonas de intensos combates, pero sí a otras partes del país", afirma Alina Klochko, presidenta de la Asociación de Ucranianos Residentes en Aragón (AURA). Muchas mujeres que dejaron allí maridos, parejas e hijos luchando se sentían "psicológicamente mal porque ellas estaban seguras y podían hacer una vida normal". Otras familias con niños decidieron que siguieran sus estudios a distancia en su idioma y "no terminaron de adaptarse".

Para el 24 de febrero el colectivo prepara marchas y actos de solidaridad. El Consejo Europeo ha prolongado el estatus de protección temporal para los refugiados ucranianos, que les permite contar con en un tiempo récord con permiso de trabajo y de residencia, hasta el 4 de marzo de 2025.

Julia Ortega, responsable de Accem en Aragón, opina que la integración laboral ha sido "buena" gracias a un "mercado laboral receptivo" especialmente en los primeros meses y que aún hoy "mantiene, sin el furor inicial, esa sensibilidad".

Es difícil saber cuántos ciudadanos ucranianos residen actualmente en el territorio. Las entidades como Accem, Cruz Roja, Cepaim, YMCA e Hijas de la Caridad, entre otras, atienden a cerca de 400 en el programa de refugiados dependiente del Ministerio de Interior, pero son más los que llevan una vida independiente. Y siguen llegando, aunque sea por goteo.

Una cifra que permite hacerse una idea de los que se han afincado es la del número de alumnos. Este curso hay 1.016, frente a los 1.476 de hace un año, escolarizados en un total de 329 centros y distribuidos en 815 grupos. Por nivel educativo, hay 435 en primaria, 330 en ESO y FP básica; 130 en infantil, 110 en Bachillerato, FP media y superior, y 11 en Educación especial. 

En una treintena de centros de educación permanente de toda la Comunidad hay también 268 ucranianos (96 en Zaragoza, 93 en Teruel y 79 en Huesca). La mayoría estudian español como lengua nueva, pero también hay muchos que hacen otros cursos como Secundaria para personas adultas, acceso a grado medio, pruebas para acceder a los certificados de profesionalidad, cursos de idiomas, y otros promoción y extensión educativa...

Valeria Yusupova ha encontrado trabajo y está decidida a quedarse en Zaragoza
Valeria Yusupova ha encontrado trabajo y está decidida a quedarse en Zaragoza
Toni Galán

Valeria Yusupova: "Solo me planteo regresar de vacaciones, mi casa ahora está aquí"

A sus 29 años, Valeria Yusupova ha huido ya dos veces de la guerra. De su pueblo natal, Lugansk, fronterizo con Rusia, se fue a Kiev cuando estalló el conflicto del Donbás y se convirtió en territorio ocupado. Una estancia de unas semanas se prolongó ocho años, para volver a huir de los bombardeos en marzo de 2022 y buscar refugio en la casa de una tía ya asentada desde hacía tiempo en Zaragoza, donde pasó unas vacaciones en 2019.

Tiene formación como trabajadora social, aunque en la capital ucraniana trabajaba en una tienda de moda, y desde hace medio año está contratada en la empresa Patner Iberia. Durante seis meses percibió la ayuda de 400 euros mensuales que concedía el Gobierno de España. Ahora su "sueño" es acceder a una vivienda de alquiler. "Los precios son muy altos y, además, hay algunos pisos que he ido a ver, me interesaban y ni siquiera me han llamado después", se lamenta.

"Mi abuela llegó en noviembre, pero no acaba de habituarse y solo piensa en volver, como les ocurre a otros mayores de su edad"

Hoy reconoce que tiene "miedo" incluso a salir de España porque quiere llevar tres años residiendo en el país y poder así conseguir un permiso definitivo. Será entonces cuando se plantee regresar "pero solo de vacaciones, mi casa ahora está aquí". "Quiero seguir formándome, terminar de aprender bien el español y recuperar el inglés", añade.

El baloncesto le ha ayudado a hacer amigos y juega en el equipo femenino del Club Baloncesto Imperial. A su familia la tiene cerca: su madre, su actual pareja y su hermana pequeña de 11 años están en el programa de refugiados de Cruz Roja. "Mi abuela llegó en noviembre, antes de navidades, pero no acaba de habituarse y solo piensa en volver, como les ocurre a otros mayores de su edad", concluye. El final del conflicto pasa para ella por la victoria ucraniana, "en mi cabeza no cabe otra cosa", aunque teme la falta de apoyo europeo.

Nadiia Krapchun huyó de San Petersburgo (Rusia) donde trabajaba como peluquera
Nadiia Krapchun huyó de San Petersburgo (Rusia) donde trabajaba como peluquera
Macipe

Nadiia Krapchun: "Mi vida en San Petersburgo era perfecta y tuve que empezar de cero"

Nadiia Krapchun, hasta el 24 de febrero de 2022, llevaba una vida normal. Bajo la patina de casi dos años de guerra, desde que Rusia invadiese Ucrania, ella la considera ahora algo más: "Era perfecta". A sus 29 años, esta joven, natural de la pequeña localidad de Skyby, en la región de Volinia, situada a poco más de 30 kilómetros de la frontera polaca, vivía, desde hacía siete años, en San Petersburgo y trabajaba como peluquera, habiendo conseguido cierto reconocimiento tras ganar un concurso en Moscú.

"Los primeros días lo viví muy mal. Al principio era como un sueño, no me podía creer que era de verdad. Era algo inesperado, pasó en un momento. Nadie lo podía esperar. No podía dormir, comer… Estaba como loca", recuerda en un español que sigue perfeccionando. Una semana después del inicio del conflicto, tuvo claro que su sitio ya no estaba allí: "Me di cuenta que me tenía que mudar". "Tengo la lengua muy larga y no me callo. Si no te gusta Putin, puedes tener problemas y eso te da miedo", explica.

A ella no le llegaron ni a detener ni a interrogar, pero vio como a su alrededor, incluidos rusos, también se marchaban. "No vino la policía ni nada, pero muchos amigos se fueron también", puntualiza. Transcurrido un mes, cuando dejó su trabajo, salió de Rusia dejando atrás a su pareja y a sus amistades. Pasó, primero, a Finlandia, para conseguir un visado, y de allí a Canadá, pero el país norteamericano no le convenció: "En Saskatoon no era un lugar para mí. Canadá solo es para ganar dinero, comprar una casa, un coche…".

"Me di cuenta que me tenía que mudar. Tengo la lengua muy larga y no me callo. Si no te gusta Putin, puedes tener problemas y eso te da miedo"

"Soy más artista y solo veía que podría estar en Vancouver, y allí hacer la documentación era muy difícil. También para mi salud mental fue negativo", cuenta. Por eso en agosto de 2023 aterrizó en Madrid y contactó con Accem y entró dentro del programa de protección internacional de la entidad, pasando la primera fase en el centro de la localidad turolense de Burbáguena. Desde hace seis meses se encuentra en Calatayud, también bajo el paraguas de la misma ONG y trabaja a media jornada en una peluquería.

Asume que su estancia en la ciudad, donde comparte piso con otras dos personas, es temporal, para acabar el B1 de español: "Tengo que hablar mejor. Y quiero volver a lo que tenía. Aquí todo el mundo quiere solo cortar rápido y barato. Eso no es para mí, porque yo trabajaba como barbera. Sé afeitar…", argumenta. Sí reconoce que en España se encuentra mejor y que Calatayud le parece "un sitio bonito, por la arquitectura, la naturaleza… Porque es más abierto y entiendo mejor a la gente".

Echando la vista atrás, y tras guardar unos segundos de silencio, valora que vivir una situación así "se hace muy duro". "Tenía una vida normal, perfecta. Tenía una fama y una experiencia, pero he tenido que empezar de cero. Como si lo anterior no hubiera pasado", remarca con amargor. En Ucrania todavía está su madre y su hermano que al no estar en una zona cercana al frente considera que no sufren tanto riesgo, aunque sí asume que siente "miedo".

"No sabes lo que va a pasar. Me gustaría poder volver algún día para verlos, pero mi futuro cercano lo veo en España. Porque en Ucrania todo está roto, la política, la economía…", indica.

Grupo de refugiados ucranianos en Andorra con una de las personas que les ayuda a encontrar trabajo y hacer gestiones
Grupo de refugiados ucranianos en Andorra con una de las personas que les ayuda a encontrar trabajo y hacer gestiones
Tomás Santos

La inserción laboral en el Bajo Aragón, a expensas del transporte

Casi 110 ucranianos permanecen todavía alojados y en proceso de adaptación en Andorra, más de la mitad de los 200 que llegaron desde que estalló hace dos años el conflicto bélico en esa región al otro costado de Europa. “Del resto, los que han podido, la mayoría han regresado a Ucrania”, en función de la evolución de la situación en sus respectivas ciudades, variada según su ubicación en un país de extensión grande. Kinga Krzysztofek se encarga de hacerles seguimiento, ayudarles en sus necesidades.

Y, ya con dos años de estancia en la zona, guiarles en la necesaria inserción social y laboral de un colectivo que ha encajado como un guante en la villa minera. “63 de los refugiados son adultos. De ellos, casi una veintena ya trabajan”, dice Kinga. Llegados a través de Forestalia y de la firma de gestión de colocación Arajobs, son perfiles en la mayor parte de los casos cualificados, con formación, de múltiples perfiles profesionales. La mayor parte mujeres, pero también una docena de varones que parten, eso sí, con una desventaja, el transporte.

“Para los habitantes del Bajo Aragón, el coche es una herramienta habitual, cotidiana, y estáis acostumbrados”. Sin embargo, las familias ucranianas llegadas a Andorra no tienen ese transporte, y ello les dificulta encontrar empleo. Ha tenido suerte Vladislav Achkasov, un joven de 30 años oriundo de la región de Donetsk, que ha podido encontrar trabajo en la construcción, en una obra en la propia villa minera. “Mis compañeros me ayudan con el idioma. Estoy muy agradecido”, y gracias a su inserción puede vivir en Andorra con su mujer y con sus suegros. “Echo de menos Ucrania, pero ahora trabajo y vivo aquí sin temor”.

"Echo de menos Ucrania, pero ahora trabajo y vivo aquí sin temor" (Vladislav Achkasov)

Tiene menos suerte Oleksandr Vikhrenko, hombre de 50 años nacido en Mariupol. “Mi ciudad no existe, está arrasada, no queda nada”. Durante los primeros meses de la guerra, el sótano de su casa en esa ciudad fue hospital de campaña improvisado. “Allí ayudamos a nacer a 20 niños en mitad de los bombardeos”. Ahora, dos años después, “busco trabajo, necesito encontrar un empleo”, pero el inconveniente del transporte y la movilidad les afecta. Todos esperan las inversiones vinculadas a las energías renovables en la zona. Mientras tanto, “tratamos de compartir vehículos todo lo posible para llevar a los que consiguen trabajo”, dice Kinga.

Dos años después, ya convertidos en vecinos aragoneses, este colectivo de huidos de la guerra tratan de sobrellevar la ausencia, la distancia, la integración en la sociedad que los acoge y el miedo, las secuelas de los bombardeos. “Los niños todavía tienen miedo a los estruendos hasta a las alarmas del patio del colegio en el recreo”, relatan. Los fuegos artificiales o los petardos de las fiestas, incluso las explosiones del derribo de la central nuclear, han tenido que ser avisados para que estas familias de Ucrania no desarrollen pánico.

"Los niños todavía tienen miedo a los estruendos hasta a las alarmas del patio del colegio en el recreo" 

Consecuencias del conflicto armado que, como contrapartida, han traído también buenas noticias, cambios sentimentales, a miles de kilómetros de distancia. Inna Tarapata es una ucraniana de 30 años que ha formado pareja con un joven vecino de Andorra. “Soy muy feliz en España. Busco trabajo relacionado con la estética, con la belleza”. Mientras encuentra, practica deporte, se relaciona con los familiares y amigos de su pareja aragonesa y guarda todos los días un rato para hablar vía online con sus padres, que se quedaron en Ucrania. “Se alegran mucho de que pueda vivir aquí sin miedo a bombas, sin incertidumbre”, concluye.

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