Diego Segura (i) y Diego Navarro (d), en el aeropuerto
Diego Segura (i) y Diego Navarro (d), en el aeropuerto
D.S./D.N.

El sol aún no había dejado ver sus primeros rayos del día cuando este lunes, 6 de febrero, Gaziantep -en Turquía- empezó a temblar. El terremoto aumentó su intensidad hasta alcanzar 7,8 en la escala de Richter y marcó una vez más la frontera entre el país otomano y Siria con otro seísmo de 7,5 grados. Las réplicas se cuentan por decenas y, desgraciadamente, las víctimas y heridos, por miles.

En la otra cara de la moneda, la cifra de supervivientes confirmados también aumenta, eso sí, a menor velocidad. Entre ellos están Diego Segura y Diego Navarro, vecinos de Mallén, en Zaragoza. Habían viajado a Turquía por trabajo y la madrugada de este fatídico lunes se despertaron entre “fuertes temblores” en el hotel de Hatay en el que estaban alojados. “El cabecero de mi cama se quedó suspendido en el aire”, comenta Navarro.

Sobre las cuatro de la mañana, en pijama y exponiéndose al frío y a la lluvia, estos dos zaragozanos vivieron una pesadilla con los ojos bien abiertos. En su mente se reproducen las imágenes de los edificios derruidos y los gritos de la gente. “Yo me caí de la cama -explica Segura-. Si te pilla despierto igual puedes asimilar lo que pasa, pero si te pilla dormido…”. Cuando pudieron, cogieron la mochila en la que estaban los pasaportes y un móvil para poder tener comunicación y salieron del hotel.

Con esas escasas pertenencias contaron 60 minutos hasta que decidieron volver a entrar al edificio para buscar las llaves de su coche. “No somos ningunos expertos. Teníamos que entrar porque estaba lloviendo mucho, íbamos ‘calados’. Necesitábamos el coche para poder salir a la zona sin edificios y por lo menos refugiarnos en el vehículo con la calefacción”. “¿Está mal? Sí. Pero teníamos que buscarnos la vida”, han afirmado.

“¿Está mal? Sí. Pero teníamos que buscarnos la vida”

Pasaron seis horas desde el primer temblor hasta que consiguieron salir de la ciudad. Se pusieron en contacto con la Embajada, desde donde les recomendaron salir cuanto antes de la zona y acudir a una Base Militar española, en Alejandreta, a unas dos horas de camino, sin embargo, explican, “un trayecto de tres kilómetros nos costó cuatro horas”.

Caos, carreteras rajadas, gasolineras “cerradas o hundidas”, mucha gente intentando huir, nada de cobertura y de repente, otro temblor. Era mediodía y estaban camino de Adana. Desde Altertec, la empresa para la que trabajan y con la que mantenían “comunicación 24 horas”, les informaron de que el aeropuerto de Antalya, a unas 10 horas de viaje, estaba operativo y los dos Diegos no dudaron en ponerse en camino. Por suerte, a pesar de no tener acceso a internet, habían descargado previamente un mapa para poder usarlo sin acceso a la red. “Gracias al mapa pudimos salir lejos de la zona afectada y nos fuimos hacia Adana”, explica Navarro.

“No queríamos volver a entrar a una habitación”

Con el aeropuerto de Antalya fijado como destino final, lo que menos se esperaban estos dos malleneros era quedarse tirados en la carretera en medio de una tormenta de nieve. De nuevo, la suerte les sonrió y los quitanieves llegaron para llevarles hasta una comisaría.

“La policía turca nos dio alojamiento y comida -relatan-, pero nosotros queríamos dormir en el coche. Teníamos miedo de volver a entrar en una habitación”. Los agentes les explicaron que iban a estar mejor en el alojamiento, que ya se habían alejado de la zona peligrosa y, a pesar del miedo y de que “la cabeza no te deja asimilar” esta idea, reconocen que descansaron mucho mejor que si hubieran dormido en el coche.

De regreso, “gracias a Dios, ilesos”

Finalmente, y gracias al trabajo de sus compañeros desde España, consiguieron unos vuelos desde Konya, una ciudad a una hora de donde se encontraban. “Cuando llegamos fue como cambiar de mundo”. Pudieron descansar en un hotel y a las 11.00 de este miércoles ya habían llegado a Madrid, con sus compañeros de trabajo esperándoles para llevarlos de vuelta a Mallén.

Diego Segura y Diego Navarro habían llegado a Turquía el 16 de enero y, explican que el pasado día 29 ya vivieron un pequeño terremoto “de segundos, como si nada”. Se enteraron al día siguiente en el trabajo, por sus compañeros locales, que se encontraban en una zona sísmica pero ni se les ocurrió que aquello se pudiera repetir con mayor intensidad.

De estos mismos compañeros turcos, cuentan, han podido tener información en estos dos días posteriores: “Todos y sus familias están bien, pero han perdido sus casas”.

Ahora, ya “gracias a Dios, ilesos” y de vuelta en sus casas, estos dos zaragozanos se sienten aliviados de poder volver a estar con sus familias y de tener unos días de descanso para asimilar lo que han vivido que, aseguran, “será muy difícil”.

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