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  • Victoria Sanagustín-Fons, profesora de Sociología la Universidad de Zaragoza

2023: un año para la resiliencia social

La capacidad de recuperarse tras un hecho traumático es la fuerza de Aragón para encarar el futuro.
La capacidad de recuperarse tras un hecho traumático es la fuerza de Aragón para encarar el futuro.
K.U.

Qué significa resiliencia? ¿Y por qué la deseo para el año 2023? Es un término que procede de la física, se trata de la propiedad de ciertos materiales para recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que habían estado sometidos. Desde hace algunas décadas, las ciencias sociales como la psicología social y la sociología, observando el comportamiento de supervivientes de campos de concentración, describen que dicha propiedad física, la poseen también algunas personas, grupos, comunidades e incluso sociedades. Y conviene recordar que tras la pandemia sufrida, la honda tristeza por las pérdidas humanas, el conflicto bélico reciente que nos abruma y nos genera ansiedad, se observa cómo estamos orientando esfuerzos individuales y sociales para nuestra indispensable adaptación. Así, podemos afirmar, siguiendo a Boris Cyrulnik (2010), entre otros, que la resiliencia es un proceso conductual y social que enfrenta las consecuencias nocivas de eventos adversos o traumáticos en la vida. La resiliencia, pues, es esa capacidad para afrontar dificultades, para que el dolor no nos induzca a la desesperación, para soportar presión siendo conscientes de que la vida implica también esfuerzo para enfrentar problemas y que a pesar de ello, el estado de equilibrio interno pueda mantenerse o recuperarse con apoyo social y conjuntamente, podamos generar capacidades orientadas a encontrar soluciones.

Descubrimos ejemplos en enfoques pedagógicos en los que se educa a ser conscientes de que la realidad no es fácil, se orientan a promover la autonomía, la capacidad de decisión y se plantean normas y límites dialogados junto a los principales actores sociales implicados en el proceso educativo, como son las familias, en su más extenso formato. Con eso, tanto el desarrollo social y psicológico como la propia convivencia se fundamentan en la búsqueda de soluciones a los problemas por parte de individuos y grupos. Tenemos experiencias en Aragón de innovación social y participación ciudadana que se enfocan precisamente hacia la búsqueda de intereses comunes y la posible solución a los problemas. Ahí radica la resiliencia. Es verdad que hay enfoques analíticos los cuales consideran que el discurso de la resiliencia implica una cierta pasividad ideológica frente a los problemas sociales y puede bloquear el cambio social, político y cultural. Las aportaciones más modernas, de segunda generación, consideran todo lo contrario, promover la resiliencia es promover también el cambio desde la propia ciudadanía, es enfrentar la complejidad y los problemas estructurales que emergen en nuestra sociedad del siglo XXI.

No podemos dejar de hacer hincapié en ciertas cifras que demuestran que si bien, nuestro Estado de bienestar posee un nivel relativamente adecuado, existen ciertas brechas estructurales y coyunturales a las que no podemos dejar de prestar atención. En relación a la economía, el motor que dinamiza y ordena nuestra relaciones comerciales y laborales, principalmente, cabe señalar, que ciertos fenómenos de la economía de mercado tanto relacionados con aspectos como la inflación o la acumulación de capitales están generando así, desde la última grave crisis económica de 2008, una acumulación y enriquecimiento de ciertas élites, generando vulnerabilidad en otros grupos sociales. La denominada pobreza energética es otro riesgo añadido, frente a la cual, la inteligencia colectiva está orientada a la búsqueda de soluciones tanto políticas como científicas y tecnológicas. Además, encontramos en nuestra comunidad aragonesa, que por ejemplo el empleo presenta cifras esperanzadoras, tal y como publica la Encuesta de Población Activa de 2022, nuestra tasa de desempleo se sitúa en el 9,1% (7,2% hombres y 11,2% mujeres). Y además, las denominadas ayudas Next Generation plantean de manera coyuntural colaborar a superar las consecuencias de la pandemia principalmente. Asimismo, los sectores como la cultura en general, el arte, el ocio y el turismo están dando muestras de recuperación tras las consecuencias de la pandemia, lo cual, a pesar de todo, genera un clima social positivo.

La educación como pilar esencial de la resiliencia social y del presente y futuro de nuestra sociedad, presenta ciertos datos sobre los que es necesario reflexionar. El último Informe de la OCDE (2022), Panorama de la educación, muestra que dentro de la población adulta, de 25 a 64 años, en España solamente el 23,2% posee una titulación de educación secundaria, frente al 42,15% de media en los países de la OCDE y de un 45,8% en la Unión Europea. Si bien, según el mismo informe, la tasa bruta de escolarización en educación terciaria es del 90%, donde el 46 % están en el rango teórico de edad, lo que significa que nos encontramos entre los siete primeros países de la Unión Europea en educación universitaria, además, el porcentaje de mujeres supera al de los hombres (por cada hombre, hay 1,3 mujeres escolarizadas). Otro dato relevante es que el 23% de los jóvenes de entre 18 y 25 años, ni estudia ni trabaja, porcentaje muy superior al 17,5% que supone la media de la OCDE. Sin embargo, las cifras del último informe de la Fundación del Voluntariado de España (PVE) publicado a través del Observatorio del Voluntariado y apoyo del Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030, muestra unos porcentajes récord en nuestro país respecto a años anteriores. En España 3,3 millones de personas mayores de 14 años realizan labores de voluntariado. Un dato realmente significativo si de resiliencia social se habla.

La ilusión y motivación sociales hacia el trabajo y el desarrollo de proyectos se encuentra ciertamente minorada por el estancamiento económico, la narrativa del riesgo en torno a los virus, las posibles recesiones económicas, la inseguridad ciudadana, las tasas de suicidio entre los jóvenes y las adicciones, entre otras. Sin embargo, también la innovación social, como antesala de cualquier cambio social y transformación inteligente, se encuentra, al menos en nuestra región, en un momento de interesante crecimiento, ofreciendo posibles soluciones desde diferentes grupos y movimientos sociales frente a: (1) incertidumbre climática; (2) polarización política; (3) falta de previsión y planificación socio-económica; (4) violencia de género persistente; (5) ‘bullying’ en las escuelas; (6) violencia deportiva; (7) agencia moral y corrupción en algunos sectores socio-políticos y económicos.

Aragón es una región en la que otras se están mirando porque ha generado procesos participativos e ilusionantes en la propuesta de políticas públicas

España se encuentra en el puesto número diecisiete de los países más resilientes del mundo según el denominado Índice Global de Resiliencia que ha elaborado la empresa FM Global en 2022. En dicho informe, se analizan diversos factores a través de una encuesta que incluye principalmente el análisis de las actitudes de los ciudadanos de un país frente a los cambios, a situaciones críticas, así como el análisis de los altibajos emocionales de las personas, la capacidad para confiar en otras personas, la tolerancia a las críticas y la capacidad de superación. También se consideran cuestiones que tienen que ver con la percepción ciudadana sobre la estabilidad política del país, los niveles de corrupción y otros relacionados con la gestión de los riesgos naturales, entre otros. Asimismo, España se sitúa en el puesto número 29 de los países más felices, según el informe sobre la felicidad (2022), una encuesta realizada por la empresa Gallup para Naciones Unidas que mide la evolución de la percepción de la felicidad ciudadana en 156 países.

Así, los valores, las actitudes sociales, ciertas tradiciones, hábitos e incluso normas son observadas como productos colaborativos más o menos participados. Ahí es donde surge una mirada de esperanza en el futuro más inmediato, el año 2023 va a ser un año en el que se pongan a prueba muchos de nuestros acuerdos institucionales y sociales. Aragón es una región en la que otras se están mirando, precisamente porque ha generado procesos participativos e ilusionantes en la propuesta de diferentes programas y políticas públicas recogiendo experiencias innovadoras. Junto a ello, cabe reconocer que nuestro modelo de convivencia es ejemplar también. Nuestras costumbres sociales y de relaciones interpersonales; el apoyo familiar que sigue teniendo un importante peso socio-cultural; un tejido de pymes que sostiene una economía y empleo locales; nuestro patrimonio histórico-cultural que atrae a millones de viajeros del mundo anualmente, junto al atractivo de nuestros recursos naturales y también, un Estado de bienestar que, como decía, no es perfecto, pero posee claves de estabilidad.

Por eso, me atrevo a proponer el enfocarnos en nuestros próximos objetivos, siendo conscientes individual y colectivamente de que el futuro se construye entre todos, buscando arrimar el hombro y ofrecer soluciones para paliar el daño de los más vulnerables. Como ya decía Gilles Lipovetsy, sociólogo francés de impacto, ya a mediados de los años 90, el siglo XXI será ético o no será. Vamos a apoyar entre todos a la infancia y la juventud, no perdamos la ilusión. Ojalá tanto dirigentes políticos como responsables y técnicos de nuestras organizaciones e instituciones y la ciudadanía seamos capaces de escuchar y fijarnos en los discursos de los científicos sociales y en las humanidades que tantas soluciones inteligentes siempre nos ofrecen. Y ojalá también, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) como paraguas socio-construido de actuación, no se queden en un mero color, una mera imagen y sean una auténtica realidad con periodos de adaptación para colectivos, organizaciones e individuos.

Y termino como empezaba, Aragón y España somos resilientes, no sucumbamos y focalicemos nuestros esfuerzos en pro de una sociedad mejor, contando con los jóvenes y escuchando sus necesidades, gustos y no demonizándolos. El diálogo intergeneracional debe ser nuestra moneda de cambio y el trabajo colaborativo tanto dentro como fuera de nuestras instituciones, nuestro objetivo.

¡Deseo un resiliente 2023!

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