Pérez Camo: "El psiquiatra no es un mago ni un adivino, pero ayuda al paciente"

Es jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital Clínico Lozano Blesa

La sonrisa esperanzadora de Valero Pérez Camo.
La sonrisa esperanzadora de Valero Pérez Camo.
Álvaro Sánchez

Me había hecho unas chuletillas con algunas ideas para arrancar la entrevista. Había pensado varias formas, pero no me decido por ninguna…

La vida se conforma sobre una permanente toma de decisiones, sobre continuas elecciones. Arranque como estime.

Usted, como jefe de Psiquiatría del Hospital Clínico Universitario e indiscutible referencia nacional en la materia, conoce mucho mejor que yo la mente humana. Y también se conoce muchísimo más a usted mismo. Comience usted, por favor.

Usted me llamó muy interesado en mi jubilación. Habíamos hablado hace meses de la influencia psiquiátrica de la pandemia de la covid. Ahora me jubilo porque padezco párkinson.

Entiéndame, no me atrevía a invadir su intimidad…

Forma parte de la vida. De mi vida, en este caso. De la vida de muchas personas. Llevaba unos años ya con el problema. Tenía que haberlo dejado en 2020. Yo siempre he intentado extraer una visión positiva. Admito la enfermedad. No la llevo mal. Procuro cuidarme. Incluso he regresado a desarrollar actividades que tenía abandonadas. Ahora tengo más tiempo para leer, para estar con amigos, para realizar ejercicio físico, que viene fenomenal.

¿Rebobinamos en el tiempo?

Perfecto. Es un precioso ejercicio cuando se tienen hechos bonitos que recordar. Ante todo, reconozco que la vida me ha ido poniendo en el camino personas que se han convertido en muy importantes para mí. Desde mis padres, que me supieron educar, forjar; hasta mi familia, mi mujer y mis hijas, que me respaldan.

Hablan y no paran de su curso del colegio del Salvador, de compartir pupitre con el microbiólogo Carlos Martín o con el oncólogo Santiago Ramón y Cajal.

Así es. En la generación de 1959 de jesuitas había un descendiente de Ramón y Cajal. Y Carlos Martín, que puede ser perfectamente el próximo premio Princesa de Asturias con su vacuna.

Es admirable, Carlos Martín. Alucino cuando lo veo comprando el pan, borrajas y acelgas en el súper de debajo de mi casa en el más absoluto anonimato.

Muy amigo amigo. Estudiamos después Medicina juntos. Íbamos a estudiar a su casa por las tardes y a la consulta de mi padre por la noche. Al mismo curso del colegio también iban los ahora abogados del Estado Rafa Santacruz y Paco Palá; el juez Jesús Pérez Burrez; Alfonso Pérez Trullén, jefe de Neumología del Clínico; Alfredo Zaldívar, catedrático de Musicología; Francisco Torres, profesor universitario en Barcelona; el ingeniero Carlos Román Basols… Nunca nos dimos importancia cuando éramos chicos, jugando al fútbol o al churro va; pero luego nos dimos cuenta de la importancia de la educación que recibimos.

Esencial, fundamental.

La justicia platónica, el método aristotélico, el cuestionamiento de las creencias, todo ello bien sazonado con una notable cantidad de estoicismo…

Y su padre, ¿qué hizo cuando le dijo que quería ser psiquiatra?

No se cayó para atrás, pero casi… Él era pediatra. A él también le gustaba curar.

Ustedes también cosen, también cierran heridas.

Lo procuramos. La herida mental no se aprecia superficialmente en un principio, pero tarde o temprano aflora. La nuestra es la más humana de las especialidades médicas. Buscamos la esencia del ser humano. Para nosotros, un paciente es ante todo una persona, no una rodilla que operaré mañana, o una catarata en el ojo, o un infarto…

Habla con precisión de cirujano.

Ante todo, tengo clarísimo lo que no somos los psiquiatras.

¿Qué no son?

No somos confesores ni sacerdotes, no somos gurús, no somos infalibles, no somos magos ni adivinos… Pero sí tengo claro que ayudamos a nuestros pacientes.

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