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Vidas en juego al albur del viento

El Recinto Ferial de Calatayud, convertido en centro de acogida para los desalojados en el incendio de Ateca.
El Recinto Ferial de Calatayud, convertido en centro de acogida para los desalojados en el incendio de Ateca.
Oliver Duch

Parte de Aragón se quema. Arden los montes y se encogen los corazones al ver cómo resbalan por el rostro de los desalojados lágrimas de impotencia. El fuego está a merced del viento. Y eso es muy malo; tanto, que si continúa soplando con fuerza y virando a su antojo se irán reduciendo al máximo las posibilidades de controlarlo.

Aunque suelen decir año tras año que los incendios se empiezan a sofocar en invierno, solo se acuerdan cuando atisban las llamas. De poco sirve la teoría si al final no se lleva a la práctica. Y es que ahorrar sale caro, sobre todo, cuando se trata de prevenir tragedias. El valor de la naturaleza solo es comparable con el que alcanzan los recuerdos olvidados en las viviendas abandonadas porque estas podrían sucumbir bajo las llamas.

Se quema la España rural, la que casi nunca es importante, a la que tan poca atención se presta. Olvidan que preservar el medio natural, aunque no esté de moda, también es ecologismo. Un Gobierno que presume de liderar la lucha contra el cambio climático, pionero al enterrar el carbón y en querer aparcar los vehículos contaminantes, debería tener la conservación de los montes entre sus prioridades.

De nada sirven los lamentos cuando el futuro avanza y está al albur del viento. Cuando las llamas amenazan los campos, las viviendas, los sueños. Cuando Mariló, una agente forestal, tiene que recordar al presidente Pedro Sánchez que son las vidas de los que luchan contra el fuego de Ateca las que están en juego. Al albur del viento.

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