Llueve en Aragón y es la única noticia positiva del día; una vía de escape de esta incierta realidad a la que nos arrastra un sátrapa que se juega a los dados el futuro del planeta. La desesperada huida de los ucranianos y su numantina resistencia a los tanques rusos despiertan a Occidente del apacible sueño que le impidió calibrar el riesgo de dejar el botón nuclear en manos de Putin.

El estado de conmoción que nos provoca la invasión, con sirenas que anuncian bombardeos, búnkeres en el metro, milicias y edificios en ruinas eclipsa, por ahora, el temor a la grave crisis que se nos viene encima._Pero llegará, y tan acuciante se espera que el presidente Pedro Sánchez anuncia un plan económico y social cuando solo llevamos una semana de contienda.

Con un IPC desbocado (7,4%), desconocido desde hace 30 años, y una escalada del precio del gas que disparará el de la luz a 341 euros por megavatio hora, no hay motivos para la alegría. Mientras Putin bombardea el granero de Europa y nos deja sin cereal, Sánchez nos propone que aceptemos que moderen nuestros salarios y que las empresas reduzcan sus beneficios para que los precios se disparen un poquito menos. Como si el pacto de rentas al que nos conmina no estuviera ya consolidado y amortizado.

Se contiene la covid pero llega la guerra. La Europa verde mira al carbón y desde el campo recuerdan que el hambre no se combate con ecología sino con más producción. Tan negros son los nubarrones que amenazan nuestro futuro que ni siquiera las cuatro gotas que han caído nos consuelan.