Los fabricantes de mascarillas estiman una caída de la producción superior al 50%

Con menos demanda, las empresas mantendrán esta línea de negocio al entender que las mascarillas se van a seguir necesitando

Instalaciones de Making Mask en el polígono Ruiseñores, en la carretera de Logroño, en Zaragoza.
Instalaciones de Making Mask en el polígono Ruiseñores, en la carretera de Logroño, en Zaragoza.
Guillermo Mestre

La empresa European Mask Factory (EMF), que fabrica mascarillas FFP2 en La Muela, ha pasado de hacer más de 22.000 al día a 8.000. «Estamos solo a un turno. Antes teníamos una máquina a tope y ahora, con tres, fabricamos bastante menos de la mitad», reconoce Juan Malo, su director comercial. «Ni siquiera hemos podido estrenar la tercera máquina», añade. Y atribuye este bajón no tanto a la medida del Gobierno de autorizar quitarse la mascarilla en exteriores como a la «saturación del mercado». Al principio de la pandemia, «todo el mundo se lanzó a fabricar y se produjo sobreoferta y hay que digerir ese exceso», explica.

EMF va a seguir fabricando, señala el directivo, porque exporta casi toda su producción a Alemania: «El mercado nacional está muerto hace tiempo por el producto barato que llegó de China».

«La demanda ha caído bastante», reconocen fuentes de la dirección de Making Mask, creada por seis empresarios y liderada por Lorenzo Domínguez y Ángel Aparicio. Con la planta de producción en la carretera de Logroño, dicen que «sabían que esto tenía fecha de caducidad» y que las ventas bajarían, si bien han decidido mantener las líneas operativas para atender pedidos que llegan de forma «muy irregular».

«Llevamos ya varios meses de bajada drástica en el consumo de mascarillas», coincide José Luis Marín, propietario de Confecciones Marín en Tarazona, que fabrica higiénicas y quirúrgicas con la marca de Cothala 2020: «No es de ahora. Es un 60% menos lo que se vende desde hace ya varios meses El mercado chino nos ha hecho mucho daño. Las venden más baratas que el precio coste del tejido nuestro», confiesa Marín, dispuesto a hablar con la Administración para que les dé trabajo y puedan seguir haciendo mascarillas: «Si no, no sé que va a pasar», indica, convencido de que «el Gobierno se ha precipitado al permitir no usarlas en el exterior».

«No es por la medida del Gobierno, sino por la saturación del mercado. Hay mucho fabricante y tocamos a menos», reconoce Domingo Benedí, de Urvina, empresa fabricante de vestuario y epis para la industria, que a raíz de la pandemia empezó a fabricar mascarillas quirúrgicas reutilizables: «Teníamos a 20 personas al día fabricándolas en Illueca y ahora tenemos a 7. Ha bajado mucho».

«En cuanto a producción, hablamos de que se ha reducido casi un 75%», detalla Magdalena Pepene, responsable de Ventas en Higiene Care Company (HCC), la empresa en Calatayud, que hizo una fuerte inversión para poder llegar a fabricar hasta 2 millones de mascarillas al mes. Para Pepene la competencia china ha influido en buena medida en este descenso.

Lo mismo piensa Francisco Farrer, gerente de DIMA, empresa productora de mascarillas en Calatayud: «Llegamos a entrar en una carrera de precios y desde China siempre lo bajaban un poco más. Hablamos de que una caja de 50 mascarillas se llegó a pagar a 1,3 euros. Eso es imposible de mantener». No obstante, va a seguir con la línea de producción de mascarillas: «Ahora están solo dos personas; la producción ha caído un 50%, pero llegamos a a tener a 10».

«Muchas de las subvenciones que se dieron para fabricar no se han podido amortizar», añade Farrer. «No podemos competir a precio», dice. En su caso, pese a la menor demanda van a seguir produciéndolas. «Es más fácil porque tenemos ya una fábrica de implantes médicos y supone una sección más. Una empresa que tenga que mantener todo eso sin una alternativa es más complicado», admite. Asimismo, Pepene, de HCC, coincide en que van a seguir: «La mascarilla se tiene que seguir usando. Mucha gente ya dice que seguirá llevándola». Además, recuerda, «antes de la pandemia, ya las usaban dentistas y sanitarios».

«Arpa fabrica mascarillas FFP2 y FFP3 pero no para el público sino para los profesionales sanitarios y de emergencias. Por tanto los vaivenes del mercado se notan menos», manifiesta Clara Arpa, consejera delegada de la empresa Arpa equipos móviles de campaña. En su caso, empezó a producirlas, explica, a instancias de la DGA en un momento en que no existían fabricantes nacionales ni aragoneses capaces de satisfacer la demanda que había. Ahora pide «más sensibilidad a las instituciones para que las licitaciones de equipos de protección permitan presentarse a las empresas aragonesas que se rigen por el rigor y la calidad. Si desde las instituciones priman el precio, están escamoteando en calidad», advierte.

Las farmacias esperan un descenso en ventas, que por ahora no se nota

Después de más de 14 meses usando la mascarilla, «la gente tiene asumido que las tiene que ir recambiando habitualmente y en las ventas esta semana todavía no hemos notado descenso», asegura Raquel García, presidenta del Colegio Oficial de Farmacéuticos de Zaragoza (COFZ). «Está claro que la decisión del Gobierno influirá en las ventas, porque al final son mascarillas de menos que va a llevar la gente por la calle», pero por ahora apenas se ha traducido en menores ventas.

Enrique Eguizábal, vocal de los farmacéuticos rurales de COFZ y con farmacia en La Joyosa, reconoce que «sí se ha notado disminución de las ventas más en la farmacia rural que en ciudad». «Se notó desde antes del anuncio del Gobierno» y lo atribuye quizá al buen tiempo. «En el entorno rural la gente se relaja un poco más: hay más espacio para caminar, no hay tanta gente. No sería la primera vez que tenemos que advertir a alguien dentro de la farmacia de que va sin mascarilla», dice. 

Ya en Zaragoza, Elena Lacalle, otra farmacéutica, opina que «aún no se ha notado», tal vez, porque «la gente tiene un buen acopio de mascarillas que cada vez se consiguen a precios mejores». Nada que ver, añade, con el inicio de la pandemia cuando «nos robaban en las importaciones: nos daba vergüenza los precios que había que poner, pero ahora no es así». A su juicio, «estamos tan acostumbrados a usarlas que no pasa nada por seguir llevándola y quitársela solo cuando uno se sienta realmente seguro».

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