educación 

Maestros aragoneses lejos de casa

En plena pandemia, cuatro docentes aragoneses afrontan el día a día en colegios de EE. UU. y Bélgica. Abren las puertas de sus aulas para mostrar cómo plantan cara al virus.

Diego García, maestro de Zaragoza, en clase de Ciencias, en español, con sus alumnos de 4º grado, en el Collinawood Lenguage Academy de Charlotte (Carolina del Norte).
Diego García, maestro de Zaragoza, en clase de Ciencias, en español, con sus alumnos de 4º grado, en el Collinawood Lenguage Academy de Charlotte (Carolina del Norte)
D.G.

De la mano del programa ‘Profesores visitantes en EE. UU. y Canadá’, una iniciativa del Gobierno de España para maestros funcionarios e interinos, Diego García y Loreto Choliz (Zaragoza, 1977 –los dos–) aterrizaron por primera vez en Charlotte, en el condado de Mecklenburg (Carolina del Norte), hace 13 años, recién casados. Atrás quedaba la escuela rural del Bajo Aragón turolense donde se conocieron; por delante, la experiencia de dos años en el Collinawood Lenguage Academy. Y les llenó tanto que, en agosto del año pasado, decidieron volver, pero esta vez con sus dos hijos de 6 y 9 años. “Queríamos darles la oportunidad de conocer otro país y de aprender de otra manera, en un colegio diferente”, afirma la pareja, que ha vivido, desde el primer día, la evolución de la pandemia en Charlotte, la ciudad más poblada (872.498 habitantes) y la segunda más grande del Estado norteamericano. “Volver a una ciudad y a un colegio que ya conocíamos, donde ya teníamos amigos –añade Loreto– hizo más fácil la adaptación, sobre todo para los niños, que no es nada fácil”.

"En el colegio hay niños con muchos recursos y otros con muy pocos"

Los dos imparten clases en el Collinawood Lenguage Academy, un colegio público bilingüe (inglés-español), que abarca desde el Kinder (3-5 años) hasta 8º grado (2º de la ESO en España), y que cuenta con unos 800 alumnos y una ratio de entre 20-24 por aula. Es lo que en EE. UU. se denomina una ‘Magnet school’, una escuela imán, especializa en el idioma español –asegura un determinado grado de bilingüismo–, a la que acuden niños de toda la ciudad, que, en un buen porcentaje, ya conocen el idioma. “Es un centro multicultural con niños de todo tipo de clase social y económica, los hay con muchos recursos y con muy pocos. Podemos decir que un 50% son de origen latino y el resto son hijos de familias norteamericanas y afroamericanas que quieren que sus hijos hablen español”, explica el maestro. Al finalizar su formación, y superadas las pruebas, los alumnos reciben un título de español que les concede el Ministerio de Educación de España.

Diego García y Loreto Choliz con sus hijos, en el Collinawood Lenguage Academy, en Charlotte (Carolina del Norte)
Diego García y Loreto Choliz con sus hijos, en el Collinawood Lenguage Academy, en Charlotte (Carolina del Norte)
D.G.

Ante el irrefrenable avance de la pandemia, a mitad de marzo, las escuelas cerraron. “De viernes a lunes, ya no había clase. Ya no volvimos. Niños y maestros nos quedamos en nuestras casas y empezamos a trabajar en remoto. Solo los que no tenían dispositivos electrónicos en sus casas pudieron volver a la escuela a recoger el ‘iPad’ que el centro tiene para cada alumno”, comentan. Para atender a sus alumnos en sus casas, los maestros preparaban “algunas tareas” que les enviaban por correo electrónico o ‘apps’ y utilizaban la plataforma Zoom para abordar las cuestiones emocionales, “para que nos contaran como estaban”, pero no avanzaron materia académica. “Terminamos el curso de manera remota sin evaluar a los niños. Se envió a los padres un informe de su evolución, pero sin notas”, aclaran.

Aunque en Carolina del Norte no se ha vivido un confinamiento como en España o en otras capitales europeas –en EE. UU. cada Estado ha seguido las normas impuestas por su gobernador–, con las escuelas cerradas muchos alumnos corrían el riesgo de quedarse sin comer. “Aquí, el desayuno en las escuelas es gratuito y el almuerzo muy barato –no llega a un dólar–. Esta es una sociedad muy rural, con muchas granjas y una brecha económica muy marcada –cuentan–, por lo que los autobuses escolares siguieron realizando las mismas rutas para llevar la comida a las familias”. “Pero no hemos tenido prohibiciones, sino recomendaciones –aclara Loreto– del tipo: ‘Por favor, quédate en casa’. La vida en Charlotte no es tan urbana como en España. Aquí cogemos el coche para todo y vas a donde quieres ir, pero no vas de tiendas ni viendo escaparates. En el centro no vive casi nadie. Se han cerrado zonas de los parques con columpios, sí, pero el jardín de tu casa –y la mayoría lo tienen– nadie te lo va a cerrar. Por lo que los niños no han vivido un confinamiento como en España”.

La maestra zaragozana Lorero Choliz, en clase, con sus alumnos de primer grado y conectada con los que están en sus casas.
La maestra zaragozana Lorero Choliz, en clase, con sus alumnos de primer grado y conectada con los que están en sus casas
L. CH.

Regreso a las aulas

En agosto, el curso empezó como termino: en casa y con formación ‘online’, pero ya con el horario habitual del colegio e impartiendo y avanzando contenidos. Y, a mediados de noviembre, han retomado las clases de manera presencial, pero no todos, porque a los padres se les ha dado la opción de que sus hijos volvieran a la escuela o continuaran con la formación en remoto desde sus casas. “El 40% de los alumnos se han quedado en casa y el 60% restante acuden de manera presencial a la escuela, pero no a diario –puntualizan–, sino en dos turnos o rotaciones (lunes y martes, unos, y jueves y viernes, otros). Los alumnos que no están en clase físicamente, por decisión de sus padres o porque no les toca el turno, están en sus casas conectados por Zoom, siguiendo en directo las clases, tenemos dos cámaras en cada aula”.

"Un iPad y una conexión no garantizan un aprendizaje eficaz"

En estos momentos, en cada clase hay entre 6 y 10 alumnos. Nunca más de 12. Y los miércoles, los que están en sus casas “reciben clase de refuerzo”. En diciembre, las familias podrán elegir de nuevo, qué tipo de educación desean para sus hijos: ‘online’ o presencial. “Que los padres puedan decidir nos parece fenomenal, ya que ha habido muchas familias con contagios y con patologías previas. Y el transporte escolar tiene restricciones, por lo que muchas –la mayoría de escolares utilizan el autobús– ni se han cuestionado la vuelta presencial de sus hijos. Además –añaden–, en EE. UU., la ‘homeschoolin’ (educación en casa) está muy extendida y regulada”.

Para los maestros zaragozanos, en principio, “la teoría es buena, sí, pero la realidad es dura para todos. Hay niños que, para seguir las clases, se conectaban a Zoom desde la sala de espera de la consulta del médico, donde trabajaba su madre, o en el almacén del bar de su padre. La conciliación ha sido un gran reto para todos y un ‘iPad’ y una conexión, no garantizan un aprendizaje eficaz”.

"Que los padres hayan podido decidir entre educación 'online' y presencial para sus hijos nos parece fenomenal"

Todas las mañanas, en sus casas, antes de llegar al colegio, alumnos y docentes rellenan un cuestionario, a través de una ‘app’, que recoge si han tenido tos, fiebre… y, antes de entrar a la escuela, les toman la temperatura. “Y para subir al autobús también tienen que entregar otro cuestionario, con los mismos datos”, añade Loreto. En el Collinawood, todos llevan mascarilla, a los docentes se les ha proporcionado también pantalla protectora y guardan escrupulosamente los 2 metros de distancia (6 pies) en las aulas. Antes del cambio de clase, los niños limpian y desinfectan mesas y sillas, “estamos todo el día con la pistolita”, bromea Loreto, que recalca que, hace 13 años, cuando estuvieron por primera vez en este colegio, ya estaba “de moda” el ‘sanitizer’ (gel hidroalcohólico), complementario al lavado de manos de los alumnos, que, de momento, comen en sus clases. También se han establecido rigurosos turnos para ir al baño y es la señora de la limpieza la que se encarga de indicar a los niños en cuál deben entrar, después de dejarlos como la patena. Aunque al recreo “oficial” no pueden salir, porque hay columpios y zonas de juegos, “salimos a unos jardincitos que tenemos en el colegio”.

Durante las primeras tres semanas de clases presenciales, se ha detectado un caso de covid-19 entre los alumnos. “Nos llegó una carta explicándonos que había un caso positivo en la escuela, que estuviéramos atentos a los síntomas. Y a los alumnos que habían estado en contacto con el niño infectado, se les recomendaba que hiciesen cuarentena. Realmente hay un secretismo enorme –afirman–. Sabemos que se ha registrado un caso, pero no sabemos ni en qué clase a sido. Aquí se toman las decisiones y no se protesta”.

“Hay mucho miedo y temor a los contagios. Pero no se vive con tanta intensidad como en España, aquí hay menos convivencia, no sabes qué opina el vecino de al lado. El estilo de vida –concluye la pareja– es muy diferente al europeo”.

Ariadna Melendo, en Tyler (Texas).
Ariadna Melendo, en Tyler (Texas).
A. M.

De Calatayud a Texas

A casi mil kilómetros de distancia de Carolina del Norte y al amparo del mismo programa, el pasado 17 de septiembre, con el curso ya empezado, Ariadna Melendo (Calatayud, 1993) emprendía con retraso por culpa de la covid-19 su gran aventura americana en Tyler (Texas), una ‘pequeña’ ciudad de cerca de cien mil habitantes, a 172 km de Dallas y a unos 400 de Austin, la capital del Estado. Le esperaban 14 días de cuarentena antes de poder incorporarse a su nuevo destino, el Ramey Elementary School, donde empezó a trabajar el 12 de octubre. Un colegio público, al que asisten cerca de 500 alumnos –desde los 3 a los 11 años–, la mayoría hijos de “familias obreras muy humildes y con pocos recursos”, de origen hispano, de segunda o tercera generación, y afroamericano.

“Quería seguir creciendo tanto a nivel personal como profesional –aclara Melendo– y decidí dejar el Colegio Santa Ana de Calatayud para poder enseñar y aprender en América”. Y eso que ya sabía que en EE. UU. “la carga de trabajo” es mucho mayor que en España, “tengo un horario de siete y cuarto de la mañana a cuatro de la tarde, con media hora de descanso, y pocos días salgo a las cuatro”, asegura.

"Muchos de mis alumnos solo tienen el móvil de sus padres y no tienen internet en casa"

En Texas, los colegios cerraron una semana después que en España, hasta final de curso. Y, aunque la maestra no vivió esos meses, sin duda los más duros, sus compañeros le han contado cómo, a nivel académico, se ha producido una “pérdida grande de contenidos y hábitos en los chavales, ya que gran parte de nuestro alumnado no dispone de recursos para seguir la educación ‘online’. Muchos solo tienen el teléfono móvil de sus padres y ni siquiera tienen internet. Los profesores tuvieron que llevarles el material a sus viviendas para que pudieran trabajar”. “A nivel emocional fue aún más duro –añade–, ya que el colegio proporciona la comida los más necesitados, pero tenían que ir a buscarla a la escuela y la mayoría de las familias no podían acudir”.

Ariadna Melendo, con sus alumnos, en el Ramey Elementary School de Tyler (Texas).
Ariadna Melendo, con sus alumnos, en el Ramey Elementary School de Tyler (Texas).
A. M.

Aunque el nuevo curso comenzó el 19 de agosto, “debido a la incertidumbre y al miedo a los contagios por la vuelta al colegio”, las familias con más recursos eligieron continuar con las clases a distancia de sus hijos. Pero en octubre, el distrito escolar anunció que todo el alumnado debía incorporarse a las clases presenciales el 2 de noviembre. Desde ese día, “todos están en los colegios”. El uso de la mascarilla es obligatorio para todos, incluidos los pequeños de 3 años, y “se lleva un registro que refleja dónde se sienta cada uno en clase, el orden de la fila, cómo se colocan en el comedor…, para rastrear a los niños, en caso de que se produzca algún contagio”. “Si un niño de mi clase se contagia –continúa–, los que han estado cerca de él tienen derecho a hacerse el test. Pero, como no es obligatorio, si no quieren, deben permanecer en cuarentena 10 días en sus casas”.

"Me impactó comprobar que las ventanas de las aulas no se pueden abrir, ni siquiera tienen manivela" 

Aunque es difícil, sobre todo cuando se cruzan por los pasillos, «intentamos mantener la distancia de 2 metros». Por supuesto, hay ‘sanitizer’  (gel hidroalcohólico) en todas las aulas y cada estudiante debe llevar el suyo. La maestra hace especial hincapié en la exhaustiva limpieza del centro: “El otro día, una niña de mi clase tenía dolor de tripa. La mandé a la enfermera –aquí hay una en cada escuela– y tenía fiebre. Acto seguido, vino un empleado a desinfectar la clase. Las medidas de prevención fueron inmediatas y espero que efectivas; pero, ni siquiera sabemos si la niña tenía el virus o no”, reflexiona. También se han establecido horarios para ir al servicio por cursos; se ha prohibido el acceso de toda persona ajena al centro e, incluso, se ha suspendido la ‘Morning meeting’: “Cada mañana –explica– todos los alumnos se reunían para prestar el juramento de lealtad a la bandera de Texas y recitar el código del colegio. Ese momento tan especial de unidad del centro, ahora, se vive en cada aula”.

En la Escuela Europea Bruselas III, donde imparte clases Óscar Lacuna, pocos alumnos de primaria llevan mascarilla, no es obligatorio, y guardar la distancia de seguridad resulta complicado.
En la Escuela Europea Bruselas III, donde imparte clases Óscar Lacuna, pocos alumnos de primaria llevan mascarilla, no es obligatorio, y guardar la distancia de seguridad resulta complicado.
O. L.

Escuela Europea Bruselas III

Óscar Lacuna (1973) llegó a Zaragoza con su familia, procedente de un pueblo de Barcelona, a los 9 años. Aquí se crio y desarrolló sus estudios de Magisterio, en la Universidad de Zaragoza, primero, y en la Facultad de Huesca, después, donde se licenció en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte. Tras pasar por varias escuelas rurales del Matarraña y del Bajo Aragón, Lacuna se imaginaba viviendo intensas experiencias en alguna escuela de África, “pero la vida te lleva por caminos diferentes y comencé una relación con una chica, que acabó trabajando en Bruselas, y aquí estoy”. Desde hace cuatro años, trabaja en la Escuela Europea Bruselas III, en la misma ciudad de Bruselas, donde acuden niños de todas las nacionalidades de la Unión Europea. “El centro, de reconocimiento público, está destinado principalmente a los hijos del personal de las instituciones europeas y se imparten clases desde maternal (4 años), hasta bachillerato. Al finalizar, los alumnos obtienen el Bachillerato Europeo. En estos momentos, tenemos unos 3.000 y trabajamos más de 300 profesores”, destaca Lacuna y recalca que “a estas escuelas, financiadas por los Estados y la Comisión Europea, vienen profesores seleccionados por los ministerios de Educación de cada país”.

“En infantil y primaria la mascarilla solo es recomendable y muy pocos alumnos la llevan"

El docente recuerda que a sus alumnos, como a todos, el confinamiento se les hizo duro, pero que “se trata de un alumnado de clase media alta, con un entorno sociocultural muy rico; normalmente, los padres tienen carrera universitaria, todos los niños hablan al menos dos idiomas y tienen buenos recursos y facilidades para el estudio. Por contra, pasan muchas horas fuera de sus casas y con poco contacto parental. Además, debido a la naturaleza de los trabajos de sus padres, desplazados de sus países de origen para trabajar en las instituciones europeas, casi ninguno de ellos tiene contacto con sus abuelos y demás familia, salvo cuando viajan a para verlos en vacaciones, con lo que sus relaciones afectivoemocionales son más frágiles”. Todos disponían de, al menos, un dispositivo para poder seguir las clases ‘online’. “Son chicos –continúa– que viven en casas unifamiliares con un pequeño jardín, que sirvió de aireamiento y escape. Estamos hablando, de una situación privilegiada si la comparamos con la situación de muchas familias en España”.

"Creo que, a nivel organizativo, se ha pecado un poco de impaciencia, intentando restaurar lo antes posible el normal funcionamiento de la escuela"

En junio, retomaron el curso de manera presencial. Desde entonces, se implantaron una serie de medidas, como el uso obligatorio de mascarillas para profesores, personal no docente y alumnos de secundaria. “Pero, para infantil y primaria solo se recomienda y muy pocos la llevan. Se pide que se respete el distanciamiento social (1,5m), aunque es difícil en un centro tan grande y con pupitres para dos alumnos. Se les recuerda la necesidad del lavado de manos, se han instalado por toda la escuela dispensadores de gel hidroalcohólico, pantallas en las mesas del profesor y micrófonos con altavoces para estar más protegidos durante las clases. También se insiste por megafonía en la necesidad de ventilar las aulas dos veces al día”, puntualiza. Los alumnos se organizaron en ‘grupos burbuja’, se suprimieron algunas actividades grupales y se redujo el horario lectivo para que no se e quedaran a comer en la escuela. Pero, con el comienzo del nuevo curso, en septiembre, “volvieron a juntarse –más de 500 alumnos de primaria comían en la cantina en dos turnos– y los ‘grupos burbuja’ explotaban a diario”, afirma. Tras la vuelta de vacaciones de Todos los Santos –que se prolongaron durante dos semanas más, con clases ‘online’ (una especie de cuarentena) por el aumento de contagios en todo el país–, el pasado 16 de noviembre, “se retomaron las medidas encaminadas a reducir el contacto entre grupos". "Creo que, a nivel organizativo, se ha pecado un poco de impaciencia, intentando restaurar lo antes posible el normal funcionamiento de la escuela”, opina el maestro.

Aunque el número de casos no ha sido elevado, “pero tampoco desdeñable”, cuando se diagnosticaba un positivo en un profesor, "se cerraba la clase y se hacía cuarentena dos semanas"; si el positivo era un alumno, “se le pedía que hiciese cuarentena en su casa, pero la clase permanecía abierta. Solo cuando se presentara un segundo caso en la misma clase, en un periodo inferior a 14 días, se ponía a toda la clase en cuarentena. Así, hasta el inicio de las vacaciones, se habían puesto en cuarentena cuatro clases de primaria, unos 50 alumnos”. “Ahora –concluye el docente–, en primaria volveremos a las clases presenciales y en secundaria se ha establecido un sistema clases presenciales rotativo, de forma que solo la mitad del alumnado acuda cada día a la escuela. La otra mitad, seguirá las clases ‘online’”.

Puertas y ventanas cerradas a cal y canto

Si algo ha llamado poderosamente la atención de los docentes aragoneses que están en Estados Unidos es la ausencia de ventilación en los colegios para evitar la transmisión del virus. “Me resultó impactante comprobar que las ventanas de las aulas no se pueden abrir, ni siquiera tienen manivela, por lo que no se puede ventilar. Además, recomiendan tener la clase con la puerta cerrada, solo se puede abrir desde dentro. ¡Supongo que el sistema de aire acondicionado renovará el aire!”, exclama la maestra bilbilitana Ariadna Melendo. Diego García y Loreto Choliz, de Zaragoza, apuntan que si puertas y ventanas permanecen cerradas a cal y canto es por cuestiones de seguridad, “aquí los colegios no tienen vallas y podría entrar alguien, cualquiera podría meterse en la escuela. Estamos todo el día con el aire acondicionado o con la calefacción. Aquí, el tema de la transmisión del virus por aerosoles, no está en las noticias o, por lo menos, no lo hemos visto nosotros”, afirma Choliz. Con respecto a la evolución de la pandemia, Diego García aporta un dato revelador: "Carolina del Norte es el Aragón de EE. UU., hay muchísimos contagios y los datos son alarmantes". Según cifras del ‘New York Times’, se han registrado más de 325.000 contagios en todo el Estado y cerca de 5.000 fallecidos; y en el condado de Mecklenburg, donde vive la pareja, rondan los 40.000 contagios, con el triste balance de más de 400 fallecidos. En el condado de Smith (Texas), donde se encuentra la escuela de Ariadna Melendo, se acercan a los 9.000 contagios con 189 fallecidos. En todo el Estado de Texas superan ya el millón de afectados y más de 20.000 muertos.

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