La vieja normalidad ya es historia. Nada será igual cuando amaine la pandemia. La crisis sanitaria acabará, pero dejará tras de sí una estela de incertidumbre, pues sabemos bien que un simple virus puede poner en jaque la salud y la economía de un mundo global. La covid nos recuerda a diario que erramos al fijar las prioridades. Exiliaron a la generación más formada de la historia de España al negarse a invertir en su talento; se tiraron millones para sostener embajadas con las que promocionar el independentismo que querían unos cuantos recortando el gasto sanitario que beneficia a todos; se desoyeron las peticiones de ayuda que lanzó la misma comunidad científica a la que se pide con insistencia una vacuna...

Es precisamente ahora, con 28.396 muertos con test positivo, 252.513 infectados y 67 rebrotes cuando el Gobierno apuesta por potenciar un plan de choque para impulsar la investigación. Ya era hora. Caro hemos pagado haber renunciado a producir mascarillas, hidrogeles y respiradores, que amplificaron el efecto de la pandemia.

Nadie duda del peligro de la covid. Ni el brasileño Bolsonaro, que cometió la imprudencia de quitarse la mascarilla para anunciar a los periodistas que se ha contagiado, y le demandarán por poner en riesgo su vida. Hasta los informadores merecen que se respete su trabajo, infatigable en estos tiempos de pandemia. Aunque Pablo Iglesias, vicepresidente y pareja de ministra, justifique que nos insulten. Como si no tuviéramos bastante con intentar descifrar el baile de cifras con el que blanquean el zarpazo mortal del virus.