historia 

1930-1932 Cartas desde Canfranc

Tras jugarse la vida en la sublevación de Jaca, Antonio Beltrán, el Esquinazau, pidió un trabajo en los Arañones al presidente de la II República. 

Carta de Antonio Beltrán, el Esquinazau, al presidente de la II República, Niceto Alcalá Zamora, en noviembre de 1932.
Carta de Antonio Beltrán, el Esquinazau, al presidente de la II República, Niceto Alcalá Zamora, en noviembre de 1932.
Heraldo

Madrid, noviembre de 1932. Apenas dos años después de haber participado como civil en la sublevación de Jaca, Antonio Beltrán, el Esquinazau, se presentó en la capital de España para llevar una carta al presidente Niceto Alcalá Zamora después de que la II República le amnistiara de la pena de muerte. Había pasado cuatro meses en prisión tras ser detenido en Cillas, cerca de Huesca, como responsable del convoy de los sublevados que se enfrentaron con las tropas del Gobierno.

Escribe la misiva de su puño y letra al presidente de la República española, en cuatro folios, y la lleva a la capital de España. Su contenido no se conocía entre los investigadores que escribieron su biografía, como Antonio Gascón y Esteban Gómez, aunque su familia guardaba otras que le envió Niceto Alcalá Zamora. Dormía el sueño de los justos en el Archivo General de Alcalá de Henares, en una carpeta de Obras Públicas de las más de 200 que tienen sobre la estación de Canfranc. Fue encontrada por el director de la Escuela de Conservación y Restauración de Huesca, Ignacio Mustienes, quien reconstruyó el vestíbulo del edificio histórico y prepara su tesis sobre el mismo, bajo la dirección de la profesora titular de Historia del Arte Pilar Poblador.

Ignacio Mustienes, en la sede de la Escuela de Restauraciíon y Conservación de Huesca, entre las dos pilastras reconstruidas de la estación de Canfranc.
Ignacio Mustienes, en la sede de la Escuela de Restauraciíon y Conservación de Huesca, entre las dos pilastras reconstruidas de la estación de Canfranc.
Roger Navarro

En realidad, a Antonio Beltrán le daba vergüenza tener que escribirla porque describe que, a consecuencia de haber estado cuatro meses preso, se quedó en la indigencia, pues "todo cuanto tenía" lo puso "a disposición de la causa". Por eso, agrega, en su hogar impera "la miseria y la calamidad, como jamás hubiera creído". Esta pobreza le empujó a conseguir que varios republicanos de Jaca le prestaran 100 pesetas para hacer el viaje a Madrid, "con la convicción de que darían solución a mi caso, único en España". "He venido a Madrid a poner en conocimiento del Gobierno mi triste situación y me ha sido imposible ver durante una semana a los señores ministros interesados en este asunto, a excepción de Santiago Casares (ministro de Gobernación ese año), que me ha atendido con una franqueza y familiaridad que no esperaba", precisa. De hecho, apunta que "entre el billete y los días que llevo (para solucionar su situación) he terminado con los fondos". "De no haber un alma caritativa, tendría que regresar a Jaca mendigando o recurrir a la prensa para que se hiciera eco del desamparo en que me han dejado". Así recrea sus penurias y desamparo al presidente Niceto Alcalá Zamora, a quien le ruega que lea esta carta a los demás miembros del Consejo de Ministros "extraoficialmente". Quiere que le busquen una solución económica con un trabajo que les propone relacionado con la estación de Canfranc, la localidad en la que él nació en 1897. No quería hacer pública su penuria porque podría ser que la utilizaran "los enemigos de la República" y "la esgrimieran contra nosotros mismos con gran perjuicio moral para el régimen".

Antonio Beltrán se había enrolado como adolescente en la Legión Americana en la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y participó en los movimientos obreros en América Latina hasta regresar de México a su tierra, donde intervino con su coche en la sublevación de Jaca, por lo que le conocían como ‘el taxista’. Pero en la Guerra Civil acabó como teniente coronel, jefe de la mítica División 43, en la Bolsa de Bielsa, donde combatió contra las tropas de Franco, apoyadas por aviones alemanes e italianos. Incluso el entonces presidente Gobierno, Juan Negrín, les visitó para darles ánimos.

Antonio Beltrán, jefe de la División 43, que resistió la Bolsa de Bielsa en la Guerra Civil.
Antonio Beltrán, jefe de la División 43, que resistió la Bolsa de Bielsa en la Guerra Civil.
Familia Borau

El Esquinazau detalla en la carta que, en la sublevación de Jaca, ya formó parte del comité revolucionario "durante tres meses" y se dedicó a cumplir cuantas misiones le encomendaba su "inolvidable amigo" el capitán Fermín Galán. Cuenta que trataba de "ponerse en contacto con otras guarniciones" y pensaban que estaban actuando en conexión con el comité revolucionario de Madrid, pero en realidad no fue así. "Llegado el 12 de diciembre (día de la sublevación en 1930), tuve mi vida en peligro y despreciándola esta, bajo el fuego de las fuerzas borbónicas, fui voluntariamente en calidad de parlamentario con los capitanes Salinas y Ángel García Hernández para que cesara aquel fuego, pues de lo contrario cientos de nuestros hermanos hubieran caído en Cillas, de no haber salido tres hombres dispuestos a perder la vida en beneficio de los demás", así describe Beltrán su hazaña al presidente de la II República. Pero lamenta que no le reconocieran su papel de parlamentario; fue hecho prisionero y denuncia que lo maltrataron en la cárcel. "Hasta el punto de tenerme durante tres días sin darme comida; sufrí una incomunicación de 48 días; y en los cuatro meses de prisión se ensañaron conmigo como con ningún otro por hacerme en mis declaraciones responsable de los hechos de los demás (esto el sumario y el pueblo de Jaca dirán la última palabra respecto a mi proceder)", agrega sobre su experiencia.

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[Militares que participaron en la sublevación de Jaca en 1930 custodiados en el Coso de Huesca 
Francisco Martínez Gascón

El objeto real de la correspondencia con el presidente de la II República era recibir alguna ayuda o un trabajo porque describe que en los meses encarcelado su negocio (de transporte) se derrumbó. "Mi familia sin dinero hubo de malvender los muebles para poder comer, llegando al extremo de que, el día en que se proclamó la República, en mi domicilio no había ni aun cama donde poder dormir. Esta era pues mi situación el día de 14 de abril (de 1931) con el triunfo de la República", explica de este modo las penurias en las que se vio tras pagar con cárcel su intervención como civil en la sublevación. El investigador Ignacio Mustienes apunta que Antonio Beltrán era "un tipo aguerrido" y "sus expectativas tras el advenimiento de la II República no estaban satisfechas según los méritos y sacrificios invertidos". "Él se atribuye la función de correo o más bien proselitista del pronunciamiento, pero mi duda es si pudo exagerar su papel en el levantamiento porque Galán, ya fusilado, no podía refutar la información que podía hacer que Alcalá Zamora decidiera, finalmente, otorgarle el cargo de administrador que ansiaba", señala el director de la Escuela de Conservación y Rehabilitación de Huesca. Esta opinión se basa en el tono con el que el Esquinazau se pronuncia ante el presidente, porque denuncia que, en los primeros seis meses del Gobierno, "se olvidaron" de él y, como nadie se acordaba de su importancia, solicitó una plaza para trabajar como jefe de Tracción en la Mancomunidad Hidrográfica del Ebro. Al final, no se la dieron, a pesar de las recomendaciones del político socialista Indalecio Prieto y el director general de Obras Públicas, José Salmerón. Y critica que el entonces delegado del Gobierno de la Mancomunidad colocó a un amigo suyo.

Ante esta situación, que le acechaba hacía meses, el canfranqués Antonio Beltrán había escrito primero, desde su casa en Canfranc, al presidente del Gobierno, Manuel Azaña, el 13 de mayo de 1932, para detallarle lo mismo en la misiva que le reiteraría al presidente de la II República, en la otra carta enviada en noviembre, sobre la necesidad de cobrar un alquiler a los funcionarios del Estado por ocupar "los soberbios edificios" del poblado de Arañones. Indicó que, desde que hace cuatro años, los ocuparan, desde la inauguración de Canfranc como línea internacional, el 18 de julio de 1928, no habían recibido dinero; y esos inmuebles "costaron muchos millones de pesetas". "Han ocupado este poblado los funcionarios del Estado, los empleados de las compañías del ferrocarril y todo aquel que le dé la gana sin que nadie tribute un solo céntimo por concepto de alquileres, dándose el caso curioso de que hay algunos empleados que tienen ocupados tres y cuatro pisos y los alquilaban, haciéndose de esto una estación veraniega los meses de verano y centro internacional de ‘skys’ durante los meses de invierno, lucrándose de lo que no tienen derecho a disponer y, por consiguiente, por ocasionarle con ello un gran perjuicio al Estado", incide, dando cuenta de una situación que era desconocida por el Gobierno.

Para el investigador Ignacio Mustienes, el poblado de Arañones era "un auténtico limbo económico y administrativo" y parecía el lejano Oeste de una película, porque no se había establecido ningún sistema de pago de alquileres de las viviendas, ni para los empleados civiles ni para los cuerpos de seguridad. "Esta situación de ocupación irregular, consentida por la Dirección General de Ferrocarriles, continuó hasta que el embajador de Francia en España, Charles Corbin, se interesó por lo que debía pagar su país por el uso del poblado y la estación por parte de sus funcionarios. A su petición, se sumó en 1932 la del ingeniero Telmo Lacasa", agrega.

Todos los astros se alinearon y Antonio Beltrán pasó de ser un reo –y casi un mendigo en su vuelta desde Madrid a Jaca– a convertirse en el Administrador del poblado de los Arañones y de la estación de Canfranc, porque sus cartas a Manuel Azaña y a Niceto Alcalá Zamora tuvieron su efecto. "Empezó a cobrarles con la Junta Administrativa unas 12.000 pesetas al año por los alquileres, pero casi provocó una revuelta, como en Fuenteovejuna, porque, cuando intentó cobrar a los morosos en abril de 1933, creyeron que eran muy caros para sus salarios. La solución del Consejo de Ministros fue que los Arañones dependiera desde 1935 del Ministerio de Hacienda para que descontara haberes de los funcionarios díscolos", concluye Mustienes. Poco tiempo duró Beltrán en el cargo, porque el 18 de julio de 1936 (también la fiesta de Canfranc) pasó de administrador a militar.

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