LA FOTOGRAFÍA DE FERNANDO SANCHO

El arte en sus ojos

Es uno de los mejores retratistas internacionales, un nómada de la imagen que vive a caballo de muchas ciudades del mundo y que siempre regresa a la suya, a Zaragoza  

Es fácil enamorarse de la mirada de Fernando Sancho (Zaragoza, 1966), de su búsqueda constante de ese algo, diferente, especial que solo se ve a través de los ojos y que este nómada de la vida sabe sacar en cada uno de sus trabajos. Que nos traslada a la vida de los otros, gentes de todo tipo, desde los privilegiados de Upper East Side, la zona residencial más sofisticada de Nueva York, a los pescadores de Conil, un lugar, junto a Zaragoza, determinante en este viajero vocacional. "Soy un maño adoptado en Cádiz, programado en Inglaterra y exportado a los Estados Unidos", dice, y explica cómo "viajando te das cuenta de lo afortunado que se es siendo de una tierra áspera como la nuestra. Lo malo es que la globalización nos hace más tontorrones y nos creemos que lo importante es ser universal, y lo que nos es más próximo es fundamental y no hay que dejarlo perder, sino transformarlo con el tiempo sin venderlo a la Coca Cola".

Reconocido fotógrafo, incluido en el Diccionario de fotógrafos españoles como uno de los 600 mejores desde el siglo XIX, el tiempo ha atemperado su espíritu inquieto y dice que ahora sólo tiene zapatillas de andar por casa en "Nueva York, Seattle, Madrid y Zaragoza. Antes las tenía también en Barcelona, Conil de la Frontera, Madrid, Miami... Me casé y he cambiado mi estilo de vida y Conil y otros lugares se han quedado para el recuerdo. Toda la experiencia que uno vive intensamente se convierte en esas raíces que necesitamos. Somos lo que vivimos y lo que vivimos nos va definiendo", cuenta. "Cuando fui a Liberia a hacer un trabajo aprendí lo flojicos que nos hace ser nuestra cultura del confort".

Cinco años siguiendo a Pablo Heras-Casado

Acaba de publicar el libro ‘Here Lies Love: A story of a pop up building’, un álbum fotográfico que registra la puesta en marcha de un musical creado por David Byrne, dirigido por Alex Timbers y producido por el Repertory Theater de Seattle. Prepara una exposición en Nueva York sobre vidas de los limpiadores –‘Park 10: A High Rise Laundry’– que hacen la colada de las familias para las que trabajan en los bajos de un edificio de Nueva York; y acaba de exponer en el Instituto Cervantes un recorrido en imágenes sobre la relación del director de orquesta Pablo Heras-Casado con la ciudad –‘Pablo Heras Casado: At home in the whole world'–, "en la que reviví todo lo sentido durante un periplo de cinco años siguiéndole. Él hizo de cicerone en los diferentes espacios neoyorquinos donde le fotografié (Carnegie Hall, Metropolitan Opera, St Regis Hotel), y, como dice el título, en todos se encuentra como en casa", explica. Su inquietud, sus ganas de volar, o su propio destino, le llevaron primero a Londres, primera parada de un camino que sigue en ruta. "Me fui después de conocer a un pescador, Salva, en la lonja de Conil, cuando el pescado se vendía en el almacén del puerto y me habló de una amiga que estaba estudiando en Londres... Él me abrió los ojos. Yo andaba planeando trabajar en un crucero y estudiar en Estados Unidos".

En Inglaterra aprende que la fotografía es un viaje introspectivo, "un lenguaje con sus acentos cuando en España todavía se entendía la enseñanza de la fotografía basada en leyes físicas y en el uso del flash en el estudio". Pero la universidad allí solo fue una estación más en su trayectoria vital: "De pequeño me hubiera ido con el circo sin ningún problema, pero en mi casa no me dejaron, creo que ni lo pregunté de hecho… pero sí trabajé en las ferias sin que lo supieran". Y aún mantiene ese espíritu al decir que su carrera profesional la ve siempre como "un conjunto de anécdotas, un puzle todavía sin terminar, donde las piezas se van juntando en el tiempo. Todavía tengo ilusión por mostrar nuevos trabajos".

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Pablo Heras-Casado en los ensayos de ‘Rigoletto’ en el Metropolitan Opera House de Nueva York.
Fernando Sancho
"Me fui a estudiar a Londres porque un pescador de Conil me abrió los ojos. Allí descubrí que la fotografía es un viaje introspectivo"   

Londres fue la primera de muchas puertas, todas enlazadas, que le han convertido en unos de los mejores retratistas internacionales y donde comenzó, quizás, a dejar desperdigadas por el mundo sus zapatillas de casa. "Cuando decido quedarme en Nueva York ya había hecho muchos trabajos de encargo con familias del Upper East Side de Manhattan a las que llego por mediación de agentes de publicidad con los que había trabajado, y a ellos a partir de lo que había hecho en publicidad en Madrid. En 2004, desde la agencia en la que trabajo, me ofrecen hacer la boda de un director de arte neoyorquino en el Palacio de Meres de Oviedo. Para entonces, en los años 90 ya había hecho bodas con un estilo documental que apenas se hacía, porque hacer una boda entera con una lente de 35mm imponía un estilo documental en el trabajo que te define o sitúa al margen de la corriente general. Es esta boda la que me lleva a realizar después otras en distintos sitios del mundo (Miami, Nueva York, Lima, Roma, Inglaterra, Suiza...) y que a su vez me dan la posibilidad de trabajar con familias de Nueva York con las que a veces me voy de vacaciones para hacer libros de familia donde hay una mezcla de estilo documental, moda y editorial" .

Con la experiencia de sus eternas horas tras la cámara, explica que los retratos "son la mayoría de encargo y resueltos en media hora, aunque con un largo trabajo anterior sobre cómo resolverlos. No es muy ortodoxo, pero me gusta mezclar los de encargo con los realizados por cuenta propia. Al final, que más da: dentro de cien años, todos calvos… La mayoría de los personajes los fotografié cuando Vicente Jiménez, director del ‘As’, vivía en Nueva York y abordaba los temas que protagonizaban los personajes, aunque también hice junto Amanda Mars, directora de ‘El País’ en Estados Unidos".

"No hay una fórmula para vivir de la fotografía, a mi me ayudó no decir que no, no acomodarme y trabajar siempre con la misma intensidad"   

Y en su búsqueda sobre sí mismo, no cree que exista "una fórmula para vivir de la fotografía, más bien hay caminos que cada uno toma para ello. A mí me ayudó el no saber decir que no. Y el no acomodarte y dar por sentado que vas a hacer un buen trabajo, porque cada uno lo he hecho con la misma intensidad que el primero. Además, si no adoptas esta actitud el trabajo pierde interés y se refleja después en lo obtenido".

Queda en él Zaragoza como puntal esencial en su vida, y siempre en el corazón. Una ciudad a la que vuelve constantemente, a la que necesita sentir "al menos tres veces al año porque es importantísimo para mi". "Voy pocos días y me concentro en estar con mi familia y la ciudad queda un poco en el fondo, aunque me apetecería estar un par de meses para trabajar ahí y así vivirla más".

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Trabajos en una granja de Wilbur
Fernando Sancho

Recuerda que tuvo la suerte de estudiar en el Instituto Alto Carabinas en los años ochenta, "cuando José Antonio Labordeta era profesor de Historia y Geografía; Enrique Cambra nos enseñaba poesía y Juana Grandes Latín, con el momento histórico de explosión cultural después de Franco muerto. Y el claustro era variado e iba desde republicanos a monárquicos o incluso, imagino, que algún franquista de entonces". "Se podía fumar con según qué profesor durante sus clases, decidíamos las fechas de exámenes y hacíamos huelga si los radiadores no calentaban en el instituto. Había un minibar y vendían botellines de cerveza. Eran otros tiempos". Así, evoca cómo volvían al centro en el ‘24’ o en los coches de los profesores. "Sonaba la campana y era una carrera para tener sitio con ellos y había algunos como Labordeta que nos dejaba apiñarnos detrás, y llegábamos a bajar nueve o diez en un Renault 12 familiar".

Recuerda, también, cómo se movía por 'El Brother’s', la 'Bruja', 'Paradise'... "eran nuestros cuarteles...", y que la única diferencia que había entre sus compañeros, "era la zona por la que nos movíamos". Y se vuelve a ver como un gran deportista y cómo le marcó "pasar un año en un pueblo de Massachusetts cursando el ultimo año de Instituto. Supuso una ruptura con Zaragoza con todas sus consecuencias".

"Zaragoza es muy importante para mi, vengo tres veces al año y me encanta el soniquete de las conversaciones. Aquí hay mucha humanidad"  

Pero sigue volviendo por aquí a calzarse sus zapatillas de andar por casa para volver a sentir "el ritmo de simple paseo, caminar por encontrarme con mis amigos, con mi familia, a la que aun tengo pendiente de fotografiar, pero es que necesito al menos dos meses porque somos casi 20". "Cuando vengo a Zaragoza me llevo muchas alegrías personales" quizá porque siente sus propias raíces, esas que nunca se olvidan y hasta se necesitan. Porque "me encanta el soniquete de las conversaciones ajenas y propias. Aquí, además, hay mucha más humanidad, hay una red de apoyo familiar y vecinal muy importante". "Me encanta –insiste– el ritmo de los días de labor y los de fiesta. Siempre hay lugar y tiempo para una conversación. Esa arteria que es el tranvía, hoy día es un viaje en el tiempo: todavía recuerdo en mi infancia el tranvía y el trolebús".

Y en su reflexión final sobre cómo es, por cómo ha ido siendo, explica que se da cuenta "de cómo he ido adoptando un estilo en mi trabajo para gratificar a un público o a un cliente y me pregunto: dónde estoy y a dónde quiero ir. Ahora mismo estoy cursando un máster en una Universidad de Nueva York (School of Visual Arts) para dos cosas que me parecen necesarias en este momento, para ponerme al día de lo que está ocurriendo en el mundo del arte y para tener un soporte donde hacer un trabajo. Por ello apenas cojo encargos, también porque me puedo permitir este parón".

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Christine Lagarde, directora gerente del Fondo Monetario Internacional.
Fernando Sancho
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