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La Bioeconomía ya está aquí

Las exigencias medioambiental y la preocupación europea por el uso sostenible de los recursos naturales se ha traducido en numerosas investigaciones encaminadas a la reutilización de los subproductos de negocio. Un compromiso con el medio natural que se presenta como una oportunidad empresarial.

Frutas y verduras, y sus subproductos, están entre las principales materias primas con la que se investiga la fabricación de nuevos productos de mayor valor.
Frutas y verduras, y sus subproductos, están entre las principales materias primas con la que se investiga la fabricación de nuevos productos de mayor valor.
Tecnalia

Hace apenas unos años hablar de bioeconomía sonaba casi a ciencia ficción. Pero el tiempo pasa rápido y ya es una realidad ese concepto que hace referencia no solo a la reutilización de los subproductos agrarios sino a la transformación de los restos de poda, los desechos animales, las cáscaras o el corazón de las frutas e incluso el agua para valorizarlos y convertirlos en nuevas materias prima con las que abonar la tierra, generar luz e incluso construir muebles.

Es una exigencia medioambiental. Lo piden las políticas europeas, cada vez más centradas en la eficiencia del uso de los recursos naturales, en la sostenibilidad y en aquellas alternativas que reduzcan el escandaloso desperdicio alimentario. Pero es también una oportunidad empresarial, una camino para la diversificación, que optimiza la eficiencia de las empresas, genera nuevos ingresos y permite crear empleos. Y no son pocas las empresas españolas (y entre ellas algunas aragonesas) que ya han comenzado a implantar nuevas líneas de negocio en el sector de la bioeconomía. Las hay incluso cuya actividad principal está centrada en la economía circular.

De ello ha sido testigo el Aula Magna del Paraninfo de la Universidad de Zaragoza, escenario del Foro de Economía Circular ‘Cajamar Food&Future 2019’, en el que una veintena de tecnólogos, investigadores y empresarios del sector agroalimentario expusieron ante un centenar de asistentes las investigaciones y proyectos -muchos de ellos consolidados- con los que se está avanzando hacia una economía descarbonizada, basada en recursos renovables y que preservan el uso de alimentos para una población mundial que no deja de crecer.

Pero queda camino por recorrer. Lo dicen los datos. Según el Knowledge Bioeconomy Center de la Unión Europea, en España existen 39 plantas de transformación y valorización de subproductos y residuos agroalimentarios, frente a las 805 que existen en el territorio total de la UE. Además, la obtención de productos de base biológica para los sectores farmacéutico y cosmético, junto con los químicos básicos y los bioplásticos, generan en España una cifra de negocio de 12,26 millones de euros y ocupan a 29.000 personas -177 millones y 449.000 empleos en la Unión Europea-, mientras que la generación de biocombustibles, según estos datos, permite una facturación en el país de 1,2 millones de euros y ocupa a 2.330 personas, unas cifras que se elevan hasta los 12,2 millones de euros y los 25.180 trabajadores si se contabiliza las cifras de este sector en el conjunto del territorio comunitario.

Pese a ello, tal y como se escucho en el Paraninfo zaragozano, los pasos dados hasta ahora van en buena dirección.

Dicen los expertos que la conversión de los residuos en nuevas materias primas y de mayor valor añadido "no solo permite construir una sociedad más comprometida", sino que, sobre todo, crea riqueza y empleo y "representa una ventaja competitiva en el contexto de la globalización". Y así se pudo comprobar en la voz de los empresarios que participaron en el foro organizado por Cajamar en Zaragoza -en colaboración con la Universidad de Zaragoza, el Centro de Investigación y Tecnología Agroalimentaria (CITA) y el Clúster de empresas agroalimentarias de Aragón-, en el que se puso de manifiesto que la bioeconomía ya está aquí, se ha colado en la actividad de las empresas y se ha abierto paso en los mercados.

Esta realidad puede verse en Huelva, donde el grupo García Carrión tiene una planta -con capacidad para elaborar el 40% de la producción nacional de zumo- en la que nada se desperdicia. Porque tras sacarle el jugo a la fruta, se aprovecha la piel para fabricar alimento animal y para conseguir D-limonemo, un potente desengrasante (bio, por supuesto) que termina como ingrediente de la formulación de productos de limpieza. También puede comprobarse en Lérida, dónde Indulleida ya ha conseguido que el 10% de su producción proceda de una nueva línea de negocio con la que transforma la piel, la pulpa y los corazones de la fruta en materias activas para cosmética y alimentación.

Pero no hay que salir de la Comunidad aragonesa para conocer cómo avanza esta nueva actividad empresarial exigida y aplaudida por Bruselas. En Aragón ya hay empresas y cooperativas que han decidido apostar por la economía circular, bien como una nueva línea de negocio, bien como actividad principal. Son varios los ejemplos en los que los residuos agrarias se usan para producir fertilizantes, las pieles de plátanos para hacer bioplásticos, se convierte la paja del cereal en energía verde y los molestos purines del porcino se transforman en alimentación para mascotas. Y hay empresas que nacen ya integradas en la bioeconomía, como Inseptopía, que explota el potencial que ofrecen los insectos y sus derivados como fuente de proteína para alimentación (de momento) animal. «Es economía circular porque se come el desperdicio alimentario y da proteína, que es un alimento seguro al ser animales de sangre fría y haber menos probabilidades de transmisión de enfermedades», explicó Ana de Diego, que detalló que esta producción, que no exige grandes instalaciones, tiene menor impacto ambiental por su escasa huella hídrica y sus bajas emisiones de efecto invernadero.

Investigación

Tras todos estos proyectos hay una larga trayectoria de investigación, ya sea realizada en las propias empresas con asesoramiento de expertos o desarrollada desde las universidades y los más prestigiosos centros tecnológicos.

Porque es mucho y en muy distintos sitios lo que se estudia sobre las posibilidades de dar una nueva vida a los más de 30 millones de toneladas de residuos de cultivo (tallos paja, hojas, ensilados, residuos de poda), a los 31 de millones de toneladas de subproductos de la industria agroalimentaria (pieles, cáscaras, destríos vegetales, residuos de cerveceras, de bodegas, de almazaras o de mataderos e industrias cárnicas), y a los 48 millones de toneladas de residuos animales (estiércoles, camas, gallinazas y purines), que se generan anualmente en España, según la Estrategia Española de Bioeconomía.

De muchas de esas investigaciones hablaron sus responsables en el Foro de Cajamar. Así, la Universidad de Zaragoza, a través del IA2, trabaja para convertir subproductos del aclareo o frutas tropicales, como la desconocida rambután -originaria del sudeste asiático- para obtener extractos que pueden ser utilizados como ingredientes por sus propiedades antimicrobianas o antioxidantes.

El Ainia de Valencia, sociedad para la innovación en la alimentación, convierte los residuos en fuente de energías renovables, convencidos de que "las biorrefinerías son una de las alternativas más prometedoras para la explotación de residuos orgánicos agroalimentarios". También en Valencia, el Instituto Tecnológico del Plástico (Aimpla) investiga en la obtención de biopoliméricos. Lo hace utilizando azúcares fermentados del melón y la sandía. Y entre sus logros destaca un film segunda piel para el calabacín.

Todas estas investigaciones, como se puso de manifiesto en Zaragoza, sitúan a los productos frutícolas como los grandes protagonistas de las nuevas actividades empresariales que permite la bioeconomía. También las utiliza el centro de tecnología vasco Tecnalia, que participa en un proyecto internacional cuyo objetivo es convertir productos no aprovechados en el procesado de frutas y vegetales en materiales que podrían sustituir los plásticos de los envases o las enzimas de los detergentes. Hay también otros subproductos como las microalgas, esos pequeñísimos organismos con capacidad de fotosíntesis que se encuentran no solo en el mar, sino en terrenos acuosos y suelos de todo el planeta. Con ellos investiga la Universidad de Valladolid, que quiere aprovechar estos microscópicos organismos tanto para capturar dióxido de carbono, el gas de efecto invernadero más preocupante en estos momentos, como para servir de abono una vez descompuesto.

Eso sí, el foro no solo sirvió para intercambiar experiencias y exponer casos de éxito. También hubo advertencias, como las que realizó la vicerrectora del Campus de Teruel, Alexia Sanz, que destacó que la evolución hacia una economía circular requiere importantes cambios de los patrones de producción, "pero también es un prerrequisito el cambio en los patrones de consumo y en percepciones de todos los grupos de interés acerca de la necesidad de establecer una gobernanza responsable".

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