Nuestras catedrales, un buen trabajo

Aragón ha hecho un buen trabajo restaurando algunos de sus más bellos edificios religiosos.
Aragón ha hecho un buen trabajo restaurando algunos de sus más bellos edificios religiosos.
Carlos Moncín / HERALDO

El incendio, sin duda con dosis de negligencia, de la catedral de París resucita espectros abominables, porque la emocionante y variada intensidad de la cultura europea no excluye la barbarie, exacerbada en algunos momentos del siglo XX.

Reims fue bombardeada por la artillería alemana, durante semanas, en septiembre de 1914. En su catedral, que se parece a la de París, incluso en el nombre, se coronaban los reyes de Francia. Las bombas del káiser la dejaron muy maltrecha. El fuego devastó vidrieras, esculturas y muros. Una catástrofe. Hoy nadie lo diría, porque fue rehecha (en lo posible) con un esforzado programa.

En cambio, la catedral de Coventry, en el vientre de Inglaterra, es una triste ruina desde noviembre de 1940, tras una operación aérea de la que el fanático Goebbels, ministro nazi de propaganda, estaba especialmente orgulloso. Solo quedó en pie el exoesqueleto de la fábrica. Se decidió abandonarla y así sigue, para perduración del recuerdo brutal de la guerra.

De la preciosa Frauenkirche de Dresde –un fascinante templo del Barroco tardío alemán– no quedó nada, nada en absoluto, tras el cruel arrasamiento que la aviación angloamericana hizo de la capital de Sajonia, en febrero de 1945, durante tres días seguidos. Hoy, reconstruida en 2005 tras gran polémica, vuelve a ser el bello símbolo de la ‘Florencia del Elba’.

Ha sido muy seguida en los gremios del ramo –arquitectos, arqueólogos, responsables culturales– la regla decimonónica del estudioso francés Adolphe Didron: «Es mejor consolidar los monumentos antiguos que repararlos; es mejor repararlos que restaurarlos; y mejor restaurarlos que rehacerlos». En tiempos más recientes, las grandes instituciones que se proponen velar por el patrimonio monumental del mundo, como la Unesco y el Icomos, han producido textos doctrinales que orientan los trabajos de preservación, mantenimiento y reconstrucción.

Uno muy atendido es la Carta de Venecia de 1964, restrictiva con las osadías restauratorias y reconstructivas. Después, se han hecho más flexibles sus estrictos criterios, pues resurgió una olvidada barbarie capaz de llevar la destrucción y el aniquilamiento a los Budas de Bamiyán o a los venerables recintos urbanos de Palmira y Alepo.

En Francia ya ha empezado el debate del que nacerá la primera decisión sobre la catedral parisina: la gran flecha ideada en el siglo XIX por Eugène Viollet-le-Duc, que no era la del siglo XIII, y hoy desaparecida ¿debe ser reerigida o ha de ser sustituida por algo nuevo? El primer ministro Édouard Philippe ha dicho que un concurso internacional zanjará el dilema: se rehará la aguja o –y es todo un indicio–, "como suele suceder en la evolución del patrimonio, se creará una nueva, acorde con las técnicas y los retos que plantea nuestro tiempo". Pronto se sabrá.

Las catedrales de Aragón

En Aragón hay nueve, más la de Roda de Isábena, que lo fue antaño. Son muchas y las últimas generaciones han dedicado esfuerzos notables a las que corrían mayor peligro. En 1929 el Pilar estaba en riesgo de hundirse. Cosa similar ocurrió a las Seos de Zaragoza y Tarazona, afectadas por deficiencias letales. Eran amenazas de muerte, cuya feliz solución requirió mucho tiempo, allegamiento de recursos copiosos, arquitectos solventes (Ríos, Peropadre, Pemán, Franco, Aguerri...) y una cooperación institucional, local, eclesial, regional y nacional que, vistos los resultados, es digna de aplauso. Han sido labores titánicas.

La guerra de 1936 dio tremendos zarpazos a la catedral de Teruel. Dejó a la vista, a la vez que la destruía en parte, su impar techumbre mudéjar, llena de figuras y escenas, oculta por bóvedas barrocas. Restaurada como mejor se supo entonces fue técnicamente muy mejorada en 1999 y estudiada por Novella y Borrás. En Jaca y Albarracín ha habido intervenciones que permiten la confianza. Podríamos seguir, pero estos ejemplos de envergadura, ceñidos a templos catedrales, bastan para subrayar el celo que, cuando se lo propone, puede distinguir a nuestra sociedad en la preservación de un patrimonio sin el cual ni nos entendemos cabalmente como comunidad, ni como parte de otras mayores. Si hay motivos para quejarse, y hoy no faltan, debe subrayarse asimismo lo mucho que se ha hecho bien.

Coda militar

El Estado francés se hará cargo de la reconstrucción de Notre Dame. No se trata de un gesto, es un deber estricto, pues la catedral es de propiedad estatal (en Francia todas son de propiedad pública, estatal o municipal). Habrá refinados planes técnicos, financieros y fiscales, debates, concursos públicos, legislación específica, coordinación de equipos complejos y éxito final. El presidente Macron ha designado ya al director de la ardua operación: el prestigioso general retirado Jean-Louis Georgelin.

Por cierto que, si el sacristán de Notre Dame es devoto de la Virgen del Pilar y admirador de la Guardia Civil, Georgelin recibió de España la Orden de Isabel la Católica. Europa es un pañuelo.

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