Por
  • Francisco A. Comín

Aragoza

El agua fluye, a través de canales, de la montaña al llano.
El agua fluye, a través de canales, de la montaña al llano.
Rafael Gobantes

La desigualdad en el reparto de bienes y servicios entre las ciudades y el campo se intensificó con la industrialización y se ha extremado con la globalización. El medio rural ha contribuido con materias primas, energía, agua, alimentos y personas al crecimiento de las ciudades, mientras se vaciaba de gente y servicios. En el medio rural producir bienes se ha encarecido y su dependencia administrativa de urbes mayores ha crecido al mismo ritmo que se desapegan del campo los habitantes urbanos.

Esta dinámica global se muestra de forma cruda en Aragón. Su población (1.308.000 personas) se ha acumulado en un 84% en Zaragoza y en las capitales de provincia, de comarca y hasta en una cincuentena de núcleos de más de 2000 habitantes, además de emigrar a otras ciudades grandes. Mientras, los 673 municipios rurales se quedaban con poco más de 200.000 habitantes con una alta tasa de envejecimiento y escasa dinámica socio-cultural. Al mismo tiempo, el agua ha fluido y sigue fluyendo por canales de las montañas al llano y a otras comunidades, para producir alimentos y bienes industriales, y para el consumo de las personas en esas zonas urbanas. La misma dirección, del medio rural a las ciudades, siguen la madera, el cemento, los minerales y la energía, aunque gran parte de esto salga luego manufacturado o en forma de residuos en todas direcciones dejando un rédito añadido con poca reversión al medio de donde surgieron las materias primas, salvo excepciones de unos cuantos centros manufactureros que se ubican en los márgenes de nuestro territorio. En paralelo, la aculturación de los niños en las escuelas rurales con currículos generados en ciudades, las facilidades para ocupar temporalmente puestos en zonas rurales y volver a las ciudades, y la construcción de vías de comunicación que permiten ir y regresar al y del pueblo rápidamente, sin crear infraestructuras y servicios para fijar población, contribuyeron a vaciar los pueblos.

La intensificación de la explotación de recursos como la nieve, la minería y el patrimonio cultural intenta contribuir al desarrollo rural con resultados inciertos. Tampoco la intensificación de los usos agrarios, con la concentración de recursos para la producción de alimentos en tierras bajas, uno de los pilares de la economía aragonesa, ha resuelto del todo la economía de sus gentes y sí ha dejado un gran pasivo ambiental de contaminación de ríos y acuíferos y empobrecimiento de la calidad del suelo, mientras las zonas montañosas siguen desfavorecidas.

Y es que para entrar en la vía del desarrollo sostenible los tres pilares básicos -social, económico y ambiental- deben potenciarse de forma integrada. Aragón tiene un gran desequilibrio social de sobras conocido. Tiene potencial para incrementar su economía en sectores que pueden desarrollarse en el medio rural. Por ejemplo, los servicios de turismo, residencial y asistencial, entre otros. También, cerrando el ciclo de la producción agraria manufacturando y exportando productos, pero debe poner condiciones a las ventajas que se dan o se toman las empresas integradoras foráneas y las inversionistas, por los riesgos de deslocalización, trabajo precario y exclusión de las locales, especialmente de las cooperativas. Y debe aprovechar, como ya está haciendo, las regulaciones frente al cambio climático para potenciar las energías renovables reduciendo impactos ambientales y aumentando el exiguo 4% de contribución de la generación de energía al PIB.

Precisamente, en medio ambiente el déficit es notable. Falta mucho por hacer en integración de la conservación de recursos y la protección de espacios en la socio-economía del medio rural, desde la formación de personal cualificado hasta la creación de empresas especializadas, pasando por la participación de los actores del territorio en tareas de conservación y gestión del medio. Y en el reconocimiento y pago de los servicios que presta el medio natural, si está bien conservado e integrado con el usado intensivamente, a la formación de suelo, regulación de contaminantes, de flujos tormentosos de agua, de eventos meteorológicos y climáticos extremos, y recreativos. Por último, las instituciones y la gobernabilidad, el cuarto pilar del desarrollo sostenible, deben imbuirse de transparencia y participación para que resulte creíble que su objetivo es el beneficio de la población y el progreso del medio rural. Pero nada de esto resultará en desarrollo sostenible si no se consigue también la participación del medio rural en la generación y apropiación de talento innovador para la transformación de la sociedad agro-industrial a la eco-tecnológica.

Francisco A. Comín es profesor de Investigación del Instituto Pirenaico de Ecología-CSIC y miembro del comité directivo de la International Sustainable Development Research Society

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