Por
  • Paco Goyanes

La curva

La señal que advierte de una curva peligrosa.
La señal que advierte de una curva peligrosa.
HERALDO

Hasta hace unos años se iba a Madrid por una carretera de dos carriles que atravesaba muchos pueblos y que tenía hasta semáforos. Bajar de La Muela a Zaragoza era peligroso merced a una enorme curva mal peraltada en la que los frenos sufrían.

Yo tenía alrededor de 11 ó 12 años. Era un domingo de esos que toda la familia pasábamos en el campo, ese campo seco, soso y duro en el que con cuatro sarmientos mis padres asaban costillas de cordero mientras mis hermanos y yo jugábamos a la pelota o nos hacíamos rabiar. Tenía 11 ó 12 años y Franco vivía, y España era seca, sosa y dura, y en el coche, ya de vuelta, escuchábamos el carrusel deportivo. Era un domingo primaveral, y conforme nos acercábamos a la curva de La Muela vimos una larga fila de coches parados de cualquier manera en el estrecho arcén. Mi padre redujo la velocidad y, comido por la curiosidad, paró y aparcó el coche lo mejor que pudo para acercarse a ver lo que estaba pasando. Salí con él. Un camión se había precipitado por el terraplén y yacía tumbado de costado con la caja abierta y la carga al aire. Transportaba vajillas. La gente estaba saqueándolo: hormigas gigantes, sudorosas y rientes subían cajas y cajas de platos y tazas y las metían en los maleteros de sus vehículos. Mi padre, con rabia y vergüenza, me cogió fuertemente de la mano y volvimos al coche. No habló en toda la tarde, cenó y se fue a dormir, triste y cabizbajo. Yo tenía 11 ó 12 años y España era seca, dura e inmisericorde. Franco vivía.

Paco Goyanes es director de Librería Cálamo

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