Piedras de papel

Puerta Campus Universidad de Zaragoza, Plaza San Francisco/23.10.12/Gloria Morella
Puerta de la Ciudad Universitaria de Zaragoza.
Gloria Morella / HERALDO

Mao Zedong acuñó la expresión ‘tigres de papel’ para menospreciar el poderío norteamericano frente a la gran revolución china que desde hacía poco él mismo encabezaba. Quería expresar que la enorme energía aparente de una gran potencia no tenía ninguna fuerza real y que no resistiría a los elementos de la naturaleza, la lluvia y el viento, pero tampoco al espíritu revolucionario. La expresión ha quedado como paradigma de todo aquello cuyo poder es solo aparente, no teniendo realmente ninguna fortaleza que lo sustente.

En España nos estamos enfrentando en estos momentos a cosas muy similares. Nos hacen creer que estamos ante retos gigantescos que nos exigen unos enormes niveles de sacrificio, abnegación y seguidismo a los dirigentes para poder superarlos. Nuestro modelo de sociedad está en cuestión. Todos los días somos partícipes de jornadas históricas. Nuestros valores individuales y sociales están en peligro de extinción pues, como un nuevo meteorito, los peligros están cada vez más cerca de nosotros. El maximalismo y la negación del otro, y de su punto de vista, se han impuesto a la cordura y a la sensatez del diálogo constructivo. Esto lo hemos dicho muchos de muchas formas. Pero lo que menos se dice es qué es lo que nos ata a este nuevo decálogo pétreo que nadie sabe quién, cómo ni cuándo ha sido escrito.

Un problema adicional que deriva de esta manera de pensar y actuar es que este discurso está permeando a cualquier nivel. Lluvia fina que cae y nos empapa sin casi darnos cuenta. Trabajo en la administración, al fin y al cabo la universidad pública es también parte de la administración, y sé bien que esta afirmación es verdadera.

En nuestra institución académica nos hemos creado nuestros propios tigres de papel. La necesidad imperiosa de figurar en ratios internacionales que casi nadie sabe cómo se elaboran. La presión, muchas veces asfixiante, sobre los jóvenes para que su trabajo se encamine en una única dirección. La falta de atención real sobre las necesidades de nuestro entorno inmediato, enfocando la labor investigadora hacia lo que se ha denominado pomposamente como excelencia, minusvalorando todo lo demás. Y, por si todo esto fuera poco, generando una burocracia interna cuya utilidad muchos no entendemos, pero que todos sufrimos. El final del proceso es que se está extendiendo la sensación de que no se puede cambiar nada. Que nuestras estructuras poseen una inercia tal que, si algo cambia, solo podrá ir a peor.

Pero cualquier análisis serio y sin temor que se haga nos lleva a pensar que esto no es así. Perseverar en esta línea de desarrollo de nuestra universidad implica que nos colgamos enormes piedras al cuello que nos hunden hasta el fondo. Partimos en esta carrera lastrados por nosotros mismos y los múltiples impedimentos que nos ponemos. Valoramos con casi un cero, apenas unas décimas en nuestros baremos, cualquier actividad imaginativa que se salga de la más pura ortodoxia. Negamos tiempo y recursos a los que creen que hay vida más allá de nuestras aulas y laboratorios. Nos reunimos con nuestros pares en congresos y seminarios para reforzar nuestras propias creencias, pero apenas asistimos a actos organizados por ajenos. Y todo ello sin ayuda exterior, nosotros solos nos valemos para hacer una institución cada vez más intelectualmente alicortada. Queremos ver el mundo a través de un microscopio y parece que no nos damos cuenta de que es imposible, e inútil.

Pero si analizamos lo que hacemos veremos que estas pesadas ruedas de molino que rodean nuestros cuellos son solo piedras de papel. Su poder solo depende del tiempo que sigamos aplicando todas estas medidas que pretenden cuantificar la complejidad de la vida por medio de fórmulas. Las piedras de papel, al igual que los tigres, no resisten el paso de los elementos de la Naturaleza si son expuestas a ellos.

Se acercan tiempos en los que podremos decidir qué camino queremos seguir. Todos son válidos porque todos tenemos nuestro propio modelo, aunque yo no los considere igualmente provechosos. Lo que no debe ser aceptado es la indolencia que se excusa en que no es posible cambiar el rumbo de las cosas. Sin capacidades coercitivas y represivas nada está ni atado ni bien atado. Y España es un magnífico ejemplo que se me ocurre para terminar.

Ana Isabel Elduque es catedrática de Química Inorgánica de la Universidad de Zaragoza

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