Venezuela, mi querencia aragonesa

En Aragón están censados unos 1.400 venezolanos, la mayoría huidos del régimen chavista de Nicolás Maduro.

Ana Hernández, Haydeé Alegre y Luis Blanco, sentados. De pie, José Humberto Páez, Adalfredo Salazar y Matilde Hernández.
Ana Hernández, Haydeé Alegre y Luis Blanco, sentados. De pie, José Humberto Páez, Adalfredo Salazar y Matilde Hernández.
José Miguel Marco

Matilde y José Humberto se rompen al recordar el momento en el que tomaron la decisión final de abandonar su Venezuela del alma, de dejar atrás sus raíces, su vida, su mundo. Matilde y José Humberto se han conocido aquí en Zaragoza, donde les ha traído el destino en busca de una dignidad perdida hace años, cuando el chavismo se lo quitó todo, hasta lo más básico. José Humberto está con su mujer Haydée, hija de emigrantes aragoneses "de Lécera y Codos, donde regresábamos todas las vacaciones", recuerda esta mujer de belleza serena y de ideas muy firmes que asienten quienes comparten un mismo dolor y se sienten exiliados políticos de un régimen "corrupto y dictatorial" que ha sembrado de hambre y muerte un país cuyo PIB se ha hundido casi un 50% en tres años, con un desempleo del 39%, y una insoportable inseguridad y criminalidad. Un país que era tan rico como Noruega en los años sesenta y que en su subsuelo reposa la mayor reserva probada de petróleo del planeta.

Unos 5 millones de venezolanos lo han abandonado en pocos años, muchos con lo puesto, caminando hacia las fronteras con Colombia, sobre todo, por el puente Simón Bolívar convertido en el símbolo del éxodo que lleva Cúcuta, plagada de refugiados. Porque un tercio de quienes aparecen en cualquier fotografía familiar, o entre amigos, se ha ido. En Aragón, están censados 1.400, de ellos unos 100 con doble nacionalidad. Como Matilde y Ana, hijas de un emigrante canario; José Humberto y Haydée; Lola y Pepe, sobrino nieto de un comandante catalán de la aviación republicana; José Adalfredo, que vino a estudiar Medicina y se quedó como anestesista en el Hospital Clínico; o Luis, zaragozano, violinista, que pasó 40 años en Venezuela y regresó. Hoy repasan su dolor y piden una intervención internacional como única salida para su país.

El relato de vital de todos ellos es similar y arranca con la represalia de la llamada Lista Tascón, la publicación en internet de las firmas recogidas entre 2003 y 2004 para la destitución de Hugo Chávez mediante un referéndum revocatorio, que culminó en contra de los firmantes. También, porque forman parte de una clase media venezolana, de formación universitaria, que supo ver desde el principio quién era Chávez y que ha sido machacada por el régimen. A la que se le ha ido expropiando todos sus recursos y padeció secuestros; la que ha visto desaparecer sus ahorros en busca de comida o un simple antibiótico; la que ha sufrido persecución en su trabajo y hasta el último minuto antes de decir adiós a un país que nunca hubieran querido abandonar. La que, como toda la sociedad venezolana, ha sufrido la muerte de amigos o familiares por falta de medicación; o el suicidio por la desesperación. Cada jueves, se reúnen en la parroquia de Cristo Rey de Zaragoza y hablan de todo ello pero, sobre todo, de cómo ayudar a quienes aún siguen en Venezuela. Lo hacen a través de la Asociación de venezolanos en Aragón ‘Mi querencia’ (título de una canción muy conocida) donde acogen también a compatriotas que huyen de la situación del país.

TRES INTENTOS DE SECUESTRO

José Humberto Páez llegó a Zaragoza el 11 de octubre con su hijo, después de que éste acabara el bachiller. Aquí ya estaban su mujer y su hija mayor, a la que enviaron hace tres años cuando terminó el colegio y que estudia Arquitectura y Psicología, además de ser modelo y Miss Zaragoza. Su hijo hace FICO. En Zaragoza ya estaban tres de las hermanas de Haydée Alegre desde hacía tiempo, y otra en Melilla. A pesar de que su llegada la fueron preparando mucho, José Humberto se resistía a dejar su país, "y aun no estoy del todo convencido, porque nunca he soportado que fueran ellos los que me echaran. Ya sufrí el exilio interior porque nosotros somos de San Cristóbal y fuimos a Maracaibo y luego a Puerto la Cruz. En San Cristóbal mi familia tenía negocios agropecuarios en dos pequeñas haciendas que el régimen de Chávez ahogó, sobre todo una que tuvimos que entregársela al no poder hacer frente al excesivo aumento de los intereses bancarios. Nosotros firmamos la Lista Tascón... Como no nos lograban torcer la voluntad entonces vinieron tres intentos de secuestro, dos en nuestra área agropecuaria y otra en mi casa, y fue cuando hubo que salir de la ciudad. Decidimos irnos a Puerto la Cruz, en la otra punta del país. Hice un pequeño intento de emigrar de Estados Unidos, y podía pidiendo asilo pero me negué porque no queríamos desterrarnos de nuestra tierra". Haydée explica que todo el que aparecía en aquella lista era un ‘escuálido’, "se nos llamaba así y no teníamos ningún tipo de derecho, era el término que utilizaban para los opositores, muy despectivo". Los dos son licenciados en Derecho, "pero no lo ejercimos por culpa de la corrupción" y ahora están en trámites de homologación de sus títulos, un proceso muy largo y complejo. No tienen trabajo y viven "de ahorros que hicimos y que van mermando, porque además aún tenemos a gente muy querida a la que ayudamos desde aquí", como alguien a quien quieren como una hermana y sus hijas; y el padre y un hermano de José Humberto, porque su madre está en Estados Unidos, sus sobrinos en Argentina... y se rompe al recordar el momento que lo decidió todo, cuando su mujer tuvo una infección y para conseguir antibióticos se jugó la vida con su hijo atravesando una ciudad plagada de barricadas de fuego; y cómo Haydée llego a España con una vía puesta en su brazo.

AL BORDE DE LA MUERTE

"Soy ingeniera agrónoma y en la casa donde trabajo limpiando aquí no querían contratarme porque él es también ingeniero y decía que... pero yo necesito trabajar y sacar adelante a mis dos hijos", dice Matilde Hernández, hija de emigrantes canarios que relata los tres años que tardó en convencerse para venir aquí donde ya estaban su hermana y su madre. "La decisión fue muy dura y sólo lo vi claro cuando estuve a punto de morir, porque cogí dos enfermedades tropicales, zika y dengue, y no logré antibióticos. Me curé de milagro, tomando sopa en casa. Ya había vivido antes esta angustia con mi padre, lo difícil que era conseguir medicamentos, que le atendieran en un hospital donde la gente se muere porque no hay de nada". "Durante 20 años trabajé para la administración pública, para el Ministerio de Ambiente. Era jefe de una oficina en mi pueblo, Santa Bárbara del Zulia, pero todo se fue haciendo muy duro con la llegada de Hugo Chávez porque yo firmé en la primera Lista Tascón. Siempre creí que las instituciones estaban por encima de las personas, pero todo se fue contaminando con la corrupción. Nunca quise irme y dejar a mi gente, pero me llamaban por teléfono y me insultaban y amenazaban y acabaron degradándome. Nunca quise poner un retrato de Chávez ni de Maduro ni mandar a mis trabajadores a las manifestaciones de apoyo al régimen. Después de morir mi padre me comí todos mis ahorros porque los sueldos se fueron cayendo y tenía que mantener a dos hijos. Los últimos tres años vivimos encerrados, por mi situación en el trabajo y por la inseguridad. Estoy separada y el padre de mis hijos es productor y le secuestraron; él me ha ayudado a venir porque me decía que había que sacar a nuestros hijos de allí. Pero yo me negaba porque me decía que no puede ser que ellos nos echen de nuestro país, ¡ellos son menos que el resto!". "Mi hijo de 10 años está escolarizado en Cuarte y el mayor de 20, gracias a Cruz Roja, está en la Escuela de Hostelería Topi, en la Fundación Picarral. En Venezuela estudiaba Contabilidad. Yo siento que aún estoy allí porque he dejado a mucha gente querida a la que tengo que ayudar. El día que salí fue muy duro, aun tengo lagunas de todo lo que viví". "En los últimos tiempos mi hermana me ayudaba desde España con dinero pero era difícil conseguir comida. Allí solo puedes comprar lo que te dicen y cuando te corresponde según tu número de identidad. El día que me tocaba no iba a trabajar, me iba a la cola porque no iba a dejar a mis hijos sin comer".

REBELDE, SIEMPRE

Ana escucha emocionada el relato de su hermana y explica con rabia cómo intentó durante mucho tiempo traérsela, y cómo, también, tuvo que decidir cuando enfermó su padre entre ir a verle o enviarle dinero, "opté por el dinero y no me pude despedir de él". Ana es ingeniera agrónoma y también estudió locución. Siempre manifestó su oposición a Chávez, algo que le generó muchos problemas ya en la universidad. "Estuve trabajando con el alcalde de mi municipio, opositor a Chávez, pero el chavismo fue como un virus que lo contaminó todo y acabé dejando la actividad política porque vi que no podía con ello. Me pasé a la empresa privada donde me encontré que para poder llegar a lo que me pedían mis jefes tenía que tratar con esa gente, y además muy bien y eso significaba todo lo que pueda imaginar, avionetas privadas, hoteles, buscarles compañía… Era un grupo agropecuario que fue expropiado y después de años de litigio se lo han devuelto pero en unas condiciones tremendas, y han tenido que volver a levantarlo. Acabé tan estresada que enfermé, porque lo que quería era crear una familia, quitarme todo eso de encima". "Conocí a mi pareja por internet, él es navarro y me vine hace ya 18 años. Trabajo desde hace tiempo en una empresa que es una contrata de Telefónica". "Cuando mi hermana llegó parecía una refugiada siria; yo la veía y lloraba. Mi padre sufría mucho por el régimen, porque no cabía en su mente que esa Venezuela a la que él llegó se pulverizara de esa manera". Y explica cómo en el centro de salud de Cuarte la enfermera le da fórmulas infantiles que llevan los visitadores médicos y los envía.

UNA VIDA SIN SENTIDO

Pepe y Lola son los que se encargan de hacerlo. Explican que llegaron a una España en crisis donde nunca se habían planteado venir. "Estuvimos en Madrid y Barcelona, pero nos encantó Zaragoza, es una ciudad tranquila". Pepe no olvida el día que Chávez irrumpió en su vida, tenía 15 años y escuchó los disparos que su gente hacía "matando a quien se oponía en las calles a su golpe de Estado. Tomé la decisión de irme cuando le vi un domingo ordenando la expropiación de edificios en la plaza principal de Caracas. Antes fuimos previsores con nuestras titulaciones, yo soy técnico en Turismo y mi mujer diseñadora gráfica, aunque llevamos tiempo importando productos de La Rioja, cosas básicas, judías, pimientos, y traemos productos venezolanos para vender aquí. Allí vendemos medicinas y productos de higiene personal puerta a puerta, y muchos de los que están aquí nos dan paquetes, cartas… para los que tienen allí. Digamos que soy un ‘contrabandista benefactor’ para que la gente allí tenga recursos". "Tuvimos las ideas muy claras, no nos costó salir, porque nuestra visión es diferente a la de Matilde o José Humberto, porque ellos sienten que su mundo se acabó, y nosotros veíamos que la vida no tenía sentido porque para qué vas a trabajar si con lo que ganas no puedes vivir, para qué vas al colegio si en el camino te pueden matar. Nada tiene sentido en Venezuela".

"LA GENTE SE MUERE"

Eric Murillo explica que cuando se fue en abril de Caracas el kilo de carne costaba unos 900 bolívares, "y el salario era 1.100, ahora está más cara. El cambio al euro es de unos 2.800 bolívares/€)". Enfermero, trabaja en una residencia, "por lo que sigo en la misma área sanitaria. En Caracas tenía un cargo en un hospital adscrito al Ministerio de Sanidad. Me fui por la situación misma, porque el dinero no me llegaba y por los problemas que tenía en el trabajo, porque denunciaba la precariedad, la carencia de material, de personal. Porque la gente se muere por falta de medicación y por falta de asistencia. Siempre decía que parecía el gobierno a menor escala, con personas no capacitados para dirigir por ser simpatizantes de Maduro". "Allá están mi mujer, también enfermera, mis tres hijos, mis padres. En diciembre mandé los juguetes de Navidad y la medicación para la artrosis de mi madre". "Quien se queda es porque recibe un beneficio y las personas de las barriadas están con Maduro porque les dan comida y son felices con esas migajas; o son militares que les dan piso y coche. No concibo que haya quien apoye ese desastre".

SIN PENSIÓN

Luis Blanco tiene 84 años y hace 23 que regresó de Venezuela donde estuvo durante 40, siguiendo a una de sus hermanas. Zaragozano, aún tiene ese deje cantarín en su hablar mientras cuenta que era violinista, afinador de pianos, que se recorrió el país junto a las más reconocidas orquestas melódicas de los años 60, hasta que se hizo empresario, abrió tres tiendas, compró un terreno que le invadieron con chabolas y que da por perdido, como su casa. Todo lo dejó el día que le asaltaron a punta de metralleta. "Era 1995. Liquidé lo que tenía y me vine. Lo hice con mi mujer, y mis tres hijos los fueron haciendo después. Mi hija vive en Valencia y mi nieta va a ser ahora fallera mayor de una de las fallas más importantes". Pero, el dinero se fue acabado, el convenio hispano-venezolano para el pago de pensiones dejó de aplicarlo Venezuela "y no recibo nada desde hace tres años. Vivo de una ayuda social y del alquiler de un piso que tengo en Valencia".

Y entre ellos José Adalfredo Salazar, anestesista del Hospital Clínico que llegó a Zaragoza para estudiar Medicina y aquí se quedó, donde se casó y tiene cinco hijos, pero que no puede volver "porque no tengo pasaporte venezolano, y Chávez hizo una ley por la que todos los venezolanos tenemos que tenerlo. Hace unos años fui a ver a mi familia, me pegué las vacaciones encerrado por la crisis y la inseguridad y tardé en regresar porque me impidieron salir en el aeropuerto por mi pasaporte español. En la embajada me dijeron que no podían hacer nada. Tuve a un guardia nacional pegado a mí, mi hermana se encaró con todo el mundo. Logré salir no sé muy bien cómo, supongo que porque un amigo que me acompañaba sobornó a los policías".

Así acaba un largo encuentro en el que apenas se habla de un futuro incierto que solo vislumbran con una fuerte intervención internacional que imponga el orden. Incluso militar. "Porque lo que harán será echarse al monte, convertirse en guerrilla, y entonces seremos como la Colombia de los años 80 y 90", dice José Humberto. Y todos asienten.

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