Antifascistas

Un dogmatismo trasnochado y sin sustancia es lo que caracterizó las intervenciones de una terrorista del Grapo y su abogado en una provocadora jornada celebrada en Zaragoza con la etiqueta de ‘antifascista’. Su discurso solo pone en evidencia su intolerancia.

¿De qué hablan cuando se reúnen quienes se declaran a sí mismos antifascistas?
¿De qué hablan cuando se reúnen quienes se declaran a sí mismos antifascistas?
HERALDO

Han pasado unos cuantos días. No es noticia. Los ánimos se han enfriado. La distancia permite la calma. Antes del sábado 10 de noviembre los mensajes en redes sociales parecían pronosticar lo peor. Me refiero a las autodenominadas Jornadas Antifascistas de Zaragoza ‘40 años maquillando el fascismo: 1978-2018’. El plantel de ponentes, controvertido. No era para menos. La presencia de Carmen López Anguita (exreclusa, terrorista del Grapo, asesina confesa, condenada a más de 280 años de prisión, que ya se han dado por cumplidos…) y de Juan Manuel Olarieta (abogado de la terrorista y de su banda) era una provocación evidente. Como también se podía entender de ese modo el ‘coloquio antirrepresivo’ (sic) con Pablo Hasel y Verónica Landa. El primero, tal como lo presentaban los carteles, rapero y ‘represaliado político’; la segunda, ‘represaliada de Izquierda Diario’. Ambos jóvenes, 30 y 25 años respectivamente.

Por un lado, de primeras, me parecía indecente que se facilitasen desde el Ayuntamiento recursos públicos para celebrar un tipo de actividades que de suyo traían malos recuerdos, dolor y rabia. ¿Qué sociedad somos cuando permitimos que una asesina que no parece arrepentida, sino todo lo contrario, tome la palabra? ¿Cómo dejar que gentes afines al Grapo -con las manos manchadas de sangre y con crímenes sin aclarar como el de Publio Cordón- puedan divulgar sus ideas en público? Si no se debe enaltecer la dictadura franquista, ¿por qué dar pábulo a otras formas políticas violentas? Por otro lado, ¿cómo puedo estar seguro si no escucho lo que van a decir? ¿Por qué prejuzgar su intervención sin dar la oportunidad de expresarse? ¿De qué hablan cuando se reúnen quienes se declaran a sí mismos ‘antifascistas’? ¿Qué represión sufren? Estas y unas cuantas preguntas más me rondaban. Así decidí que lo mejor sería ver y oír por mí mismo. Porque, además, el acto fue autorizado, pese a las denuncias pertinentes, y contaba con los correspondientes permisos. Opté por la observación directa, a modo de etnógrafo que estudia y describe las costumbres de una ‘tribu urbana’.

Llegué temprano al Centro Social Comunitario Luis Buñuel. El cartel indicaba que la apertura de puertas era a las cuatro de la tarde. Decía: «Muestra y venta de materiales culturales y solidarios». Pensé que podría curiosear. Al cruzar al patio, había unos periodistas con cámaras, no podían filmar, y un grupo reducido en una de las puertas. Pregunté y pasé al interior. Era demasiado pronto. Por mi aspecto y el suyo, yo no pegaba ni con cola. No obstante, los jóvenes que estaban ahí fueron muy amables. Imagino que se preguntaron de dónde había salido. Les dije si podía comprar el fanzine. Antes, leyendo en Internet, había visto: «Podréis haceros con material solidario y de formación, incluido este dosier diseñado por Noviembre Antifascista para la ocasión por segundo año consecutivo. Incluye más de cuarenta páginas con artículos y lecturas imprescindibles». Con su particular estrategia de mercado seguían: «Unidades limitadas y solamente disponible durante la jornada del sábado. ¡Pásate y no te quedes sin él!».

Compré uno. No tiene desperdicio. Estuve leyendo hasta que comenzó la primera charla, con algo de retraso sobre el horario previsto. Afuera había algo de lío. Dentro, unos jóvenes amables, bien peinados y de aspecto pulcro coordinaban y daban las instrucciones. Saludé a un par de exalumnos. Comenzó la sesión que, por medidas de seguridad -no sé cuáles- no se podía grabar ni fotografía. Empezaron los teloneros. Landa parecía encantada. Hasel aportó más sustancia e incluso uno podía ponerse de su parte en algunos argumentos sobre la libertad de expresión. En el descanso, publicidad de tres colectivos sociales. Y, por fin, Olarieta y López. Puro adoctrinamiento, sin sustancia, trasnochados, dogmáticos. No merece la pena entrar en los detalles. Salvo en una pregunta de un asistente. Insistía en preguntar cómo definían el fascismo. A lo que Olarieta contestó: ¡nosotros decidimos quiénes son los fascistas! Ahí se retrató, lo mejor hubiera sido poner luz y taquígrafos. Su discurso, tan intolerante como el que dicen sufrir, habría quedado desnudo y en evidencia. No había sitio para un debate de verdad y me mantuve callado.