Procesionar al Aneto

No cabe negar la importancia social y económica que tiene el turismo de montaña. Pero situaciones como las que a veces se viven en el Aneto invitan a una seria y pausada reflexión colectiva sobre la necesidad de regular el acceso.

En algunos momentos la subida al Aneto parece una procesión.
En algunos momentos la subida al Aneto parece una procesión.
POL

Tras el verano llega el momento del sosegado análisis de ciertos hábitos vacacionales, personales o colectivos. Cabe agradecer al alcalde de Benasque su preocupación por el asalto que sufre el Aneto -ampliamente recogida en este periódico (HERALDO, 23 de agosto) y objeto de un editorial- por parte de excursionistas y montañeros que buscan añadir ese trofeo a su bagaje personal. El regidor de Saint-Gervais-les-Bains, puerta de acceso al Mont Blanc, hacía una reflexión similar por las mismas fechas. Ambos ediles proponían regular el número de gente que quiere hollar un tres mil o un cuatro mil con el argumento de que sube mal equipada y sin poseer el civismo necesario, arriesgándose a sufrir un percance del que será rescatada por profesionales que muchas veces exponen en ello su vida. Cabe añadir a estas prevenciones el rastro en forma de basuras y marcas varias que dejan buena parte de los que por las cumbres circulan.

Nadie niega la atracción turística que el Pirineo ejerce y los recursos económicos que procura a la población que vive en esos pueblos, sin los cuales tendría un difícil porvenir. Pero habrá que recordar que la montaña no es un polideportivo; por eso, las numerosas acometidas competitivas exigen medidas extraordinarias de protección ambiental para el entorno en el que se realizan. Miles de personas concentradas en un evento concreto dejan afecciones serias, que no figuran en la cuenta de resultados del lance, pero se acumulan año tras año en los enclaves naturales. Ahora incluso se empieza a potenciar lo que se conoce como el ‘helibike’. ¿De verdad es necesario subir a una cima pirenaica la bici en helicóptero para experimentar ese supuesto acelerado placer? Hay alternativas diversas de goce en la naturaleza.

En esto de las prohibiciones o regulaciones cuesta llegar a acuerdos; hay profesionales del turismo deportivo que opinan que no son tantos los que suben, sino que lo hacen en pésimas condiciones y por eso abogan más por campañas educativas, que algunos grupos ya realizan. Pero claro, hablamos de enclaves singulares y frágiles, con figuras de protección ambiental, con la necesidad de preservar su estado de conservación o mejorarlo para generaciones futuras. Este asunto merece un reposado análisis, con intervención de las administraciones y los lugareños; alguien propone que este se realice dentro del Observatorio de la Montaña. En esas conversaciones habrá que contraponer beneficios y perjuicios, situaciones actuales y futuras. Pero, sobre todo, tener en cuenta el carácter de bien público que ostenta el espacio libre y la necesidad de ser compartido en las mejores condiciones de preservación; sin olvidar que el principio básico sería causar el menor daño posible al ecosistema en conjunto y a las especies que lo conforman y habitan, que algo tendrán que decir sobre sus derechos de propiedad. Para conseguirlo son imprescindibles ciertas limitaciones; algunas ya han salvado enclaves frágiles, ya sean naturales, artísticos o patrimoniales.

De hecho, bastantes parques o espacios naturales ya impiden el acercamiento mediante vehículos privados, otros cobran tasas ambientales o restringen el número de visitantes simultáneos; los hay que vigilan e imponen sanciones a prácticas agresivas. Al final, se trata de valorizar los enclaves: su mera existencia, el significado de lo extraordinario que contienen o forman. Y no hay que olvidar que el patrimonio natural también tiene un elevado coste de conservación, que siempre carece de recursos por las necesidades que van surgiendo. El turismo natural debe ser sostenible, con sus retos y perspectivas. Además hay que cuestionar el argumento del dinero que dejan los visitantes en la zona. Una buena parte de los excursionistas hacen el viaje en el día, hollan la cima o bajan el barranco y se van; incluso se llevan de casa el bocadillo y la cerveza con los que celebran su éxito deportivo. Habrá que reflexionar en este Aragón singular si es más importante un símbolo colectivo que un trofeo deportivo personal, si espacio público significa que cada uno puede hacer lo que quiera en él. Por todo esto, queda pendiente una juiciosa deliberación colectiva para que el verano próximo ni el Paso de Mahoma ni ningún otro enclave natural sufra el atropello masivo de turistas competidores.