Turista también eres tú

En julio, visitaron España 9,97 millones de viajeros, un 4,9% menos que en 2017.
En julio, visitaron España 9,97 millones de viajeros, un 4,9% menos que en 2017.
EFE

En fechas de tanta inflamación nacionalista, conviene recordar que esta enfermedad se cura viajando. Conocer otros mundos lima el siempre injusto supremacismo. En sentido opuesto, también combate ese tono tan español de menospreciar lo propio. Tras las vacaciones, en el viaje interior del regreso, nos reconforta haber conocido nuevos lugares y nuevas gentes. A la vez, observamos que el mundo está poblado por un nuevo país, y casi diríase que continente: los turistas.

Todo está a favor, empezando por el transporte. Según la Organización Mundial del Turismo, el año pasado fue récord en viajes, con 1.323 millones de llegadas internacionales en el mundo. Y creciendo. En concreto, según un informe del HSBC, cada día vuelan 11,9 millones de personas, que han construido en el cielo una economía valorada en 400.500 millones de dólares, que sería la 25 más grande del mundo.

Y si volar, o cruzarse un continente o un país en coche o tren (ahí tenemos nuestro AVE, que este verano va a menudo a tope y a doble composición), es realmente fácil y asequible, el cambio de paradigma se ha multiplicado con el alojamiento. El fenómeno del Airbnb ha ensanchado las posibilidades de viajar, aunque tenga un perverso impacto en el mercado del alquiler de las ciudades, la convivencia vecinal y la industria hotelera (ya se sabe: por un lado apoyamos a las ‘kellys’ y por otro evitamos los hoteles).

Así las cosas, hemos derivado en ese continente de viajeros, ‘guiris’ o turistas, según sea el sujeto que lo cuenta, que lo invadimos todo. Comprensibles, y casi necesarias, las iniciativas de ciudades como Venecia de restringir el acceso, o del Mercado de Santa Caterina de Barcelona, que limita el tamaño de los grupos a 15 personas, para evitar las invasiones que padece la vecina Boquería. Una masificación que machaca la experiencia del turista.

Como la merma la progresiva uniformidad de las ciudades, donde las marcas globales sustituyen sin compasión a los establecimientos que las singularizan y acaban produciendo parques temáticos urbanos similares.

España tiene una posición privilegiada en el sector. En 2017, fue segundo destino, con 81,7 millones de visitantes (Francia fue el primero con 89,6 millones), que gastaron 87.000 millones de euros y ocuparon al 13,7% de los empleados españoles (35% temporales).

Pero a este gran pulmón de nuestra economía le salen nubes. Según el INE, en julio nos visitaron 9,97 millones de viajeros, un 4,9% menos que en 2017, tendencia que puede aumentar. Por un lado, se han pacificado enclaves competidores. Por otro, las altas temperaturas de este verano, que con el cambio climático irán a más, han mermado la clientela de sol y playa. Tampoco ha ayudado el clima político de Cataluña, la comunidad más castigada por el descenso. Entre las consecuencias, el empleo. Aunque no sea solo de este sector, el hecho es que el pasado 31 de agosto perdieron su empleo 363.017 personas, la jornada de mayor destrucción de puestos de trabajo de nuestra historia.

Los riesgos solo se conjurarán con propuestas de calidad. Seguimos con muchos factores a favor. Además de la geografía, cuando salimos fuera, comprobamos que tenemos un país mejor de lo que nos gritamos, como nos recuerda ese fenómeno que es James Rodhes. Desde la atención sanitaria a la calidad de nuestras infraestructuras, incluidos los servicios antiincendios, mucho más preparados que en el resto de Europa, en muchos de cuyos países, como Alemania, no tienen hidroaviones.

Pero hay cosas que merman nuestras ventajas. La masificación, el descuido en tantos establecimientos, el ruido, la concentración en pocas fechas, el atropellamiento -tanto en tiempos como en artilugios con ruedas-,… Frente a eso, trabajar la singularidad, cuidar nuestros lugares, mimar al viajero para que desee estar y no ir a la carrera en frenética ‘jornada laboral’, que seleccione y deje ‘pendientes’ para otra ocasión y fuera de temporada. Y desde luego, rechazar el turismo ‘destroyer’.

Cuando ya no hablamos del sector sino de nosotros, nos va bien recordar que, por lo mismo, turista también eres tú.