Escuaín, gargantas con un secreto mundo subterráneo

Labrado por el agua, el quebrado paisaje kárstico del valle de Escuaín oculta un secreto. Sus entrañas esconden cuevas, sumideros, simas y ríos subterráneos que afloran.

Los miradores de Revilla son puntos de observación privilegiados del quebrantahuesos.
Los miradores de Revilla son puntos de observación privilegiados del quebrantahuesos.
Mamen Pardina

En un terreno calizo agujereado como una esponja, el agua se filtra entre los lapiaces, las simas y los sumideros para reaparecer en forma de impresionantes surgencias. Al igual que el de Añisclo, el valle de Escuaín es una garganta fluvial, más pequeña pero más angosta, donde los fenómenos kársticos han dejado su impronta, horadando cuevas, en especial en la zona de Gurrundué, y una de las simas con mayor desnivel del mundo.

La disolución de las rocas calizas por parte del agua –fenómenos kársticos– creó estrechas gargantas y cañones de desagüe, además de un complejo sistema de grutas, cavernas, simas y ríos subterráneos, muy difíciles de visitar. El conjunto subterráneo de Escuaín, con más de un kilómetro de profundidad y decenas de kilómetros de desarrollo, es uno de los más importantes de nuestro país desde el punto de vista espeleológico. Atesora una integral (sima o cueva vertical que puede recorrerse desde la boca hasta la salida) de 1.151 metros de desnivel, de las más profundas del mundo.

La presencia de extensos afloramientos de rocas calizas en altitud, expuestos a las abundantes precipitaciones, favorece una actividad kárstica especialmente intensa. Numerosos sumideros conducen el agua hacia el endokarst, donde se han formado complejos sistemas de pozos y galerías.

¿Qué ocurre? Al contrario que con el colacao, que se disuelve muy bien en agua caliente, en las montañas calizas cuanto más fría sea el agua, más cargada de CO2 vaya para generar bicarbonato y más presión lleve, más capacidad de disolución de la roca tendrá. Cuando esa misma agua reduce su presión, cae y, con el paso del tiempo, forma espectaculares estalagmitas y estalactitas que llegan a unirse en columnas.

La disolución de la caliza por el lento efecto del agua hace que los ríos y barrancos puedan trazar estrechos desfiladeros. De algo más de 5 kilómetros el de Escuaín.

Después, tras su recorrido a través de cavidades y capas permeables, el agua acaba reapareciendo, ya sea en el lecho del río, brotando de la misma ladera o formando una cascada como la de la fuente del Yaga, salida del sistema de Escuaín.

Miradores suspendidos

El río Yaga avanza brioso, alimentado por innumerables torrentes, fuentes y surgencias. Diversos miradores, como los de la Garganta y del barranco de Angonés, cerca de Revilla, colgados sobre el intrincado desfiladero, ofrecen excelentes panorámicas sobre los cortados originados por el Yaga.

Son también balcones perfectos desde donde admirar el curioso fenómeno de la inversión térmica habitual de los cañones más angostos del Pirineo aragonés. La altas paredes resguardan un microclima que hace habitable el fondo de la garganta para hayas y arces, mientras las carrascas ocupan la soleada parte alta.

Enmarcan esta zona, aislada y solitaria, el poderoso Castillo Mayor (ya fuera e los límites del parque nacional); Cuello Viceto, con pastizales subalpinos, aposento de pastores, que se asoma al cañón de Añisclo; y las laderas meridionales de la sierra de las Sucas.

Bajo la mirada del quebrantahuesos
Este es el valle más desconocido y menos visitado del parque nacional. Quizá por eso numerosas aves, con el quebrantahuesos al frente, pueblan los roquedos. Buitres, águilas reales y halcones se enseñorean de las alturas. En las gargantas, vuelan vencejos reales y aviones comunes y roqueros. Lugares privilegiados para observar al quebrantahuesos son los miradores de Revilla y las Gargantas de Escuaín. En el Parque Nacional de Ordesa, la Fundación para la Conservación del Quebrantahuesos y el Gobierno de Aragón llevan 20 años con un plan que ha logrado recuperar la especie; gracias a él se está reintroduciendo también en el parque de Picos de Europa.

Un paisaje humanizado
El valle de Escuaín es el más humanizado del parque nacional. Los escarpes y barrancos naturales conviven en armonía con los vestigios del asentamiento humano que, durante generaciones, transformó el paisaje creando campos de cultivo, fajas y bancales donde creció el centeno. Hoy, los viejos campos vuelven a su estado original. Pero, hace siglos, los habitantes del valle, que adaptaban su ciclo vital a las duras estaciones, abrieron grandes praderas y campos en las zonas de bosque. Unos prados que actualmente, como efecto de la despoblación y el declive de los aprovechamientos tradicionales, conquistan aliagas, erizones y árboles como el pino rojo.

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