Un año de pueblo en pueblo: Viajar por el microcosmos aragonensis

Después de visitar más de 300 municipios aragoneses, el porcentaje de sorpresa debería ser mínimo y las previsiones, certeras. Error: esta tierra tan vasta regala sacudidas al espíritu en todos y cada uno de sus rincones.

Las Cuerlas
Las Cuerlas
Laura Uranga

Se abre el telón. Al final de la carretera se adivina el campanario de una iglesia, con o sin nido de cigüeña. Un letrero grande indica a la entrada las principales referencias patrimoniales del lugar, incluyendo la cruz verde de la farmacia, si la hubiere. Se agolpan los prejuicios en la cabeza: habrá poca gente, la mayoría serán ancianos, no querrán hablar con nosotros o nos despacharán rápido como a intrusos, esos cinco minutos de caminata hasta la ermita serán tres cuartos de hora, claro que hay lavadero y peirón y ermita, y uno que se fue para volver luego, y otro que llegó y ya nunca se fue. Luego aparece la primera sonrisa, se suavizan los ojos inquisitorios, brota un inesperado lazo de unión (recuerdos de familia, el mismo equipo de fútbol, un libro favorito, mi hijo fue a tu colegio) y de la parquedad saltamos al torrente de palabras, la sensación de molestar se troca de pronto en camaradería y un ‘quedaos a tomar algo, anda, no hay que correr tanto siempre’.

¿Cómo se llama la película?

Se llama ‘Aragón, pueblo a pueblo’. Un guante lanzado por el director de HERALDO, Mikel Iturbe, que Laura Uranga y un servidor recogimos con una mezcla de entusiasmo y miedo hace doce meses. Eran dos años en la ruta, cientos de paradas, ritmo exigente en la producción, desarrollo y publicación; una aventura que, como enseguida comprobamos, se cobraba el precio de sus indudables atractivos en forma de cuenta atrás implacable: hoy se publica, mañana también. Era descubrir Aragón como el conejo de Alicia o jugar a la Jenga (ya saben, ese pasatiempo de maderitas apiladas en torre que se sacan con cuidado para que la construcción no se desmorone) cambiando las reglas: no se puede perder.

No hemos perdido, ni perderemos. Hemos ganado. Amigos e imágenes, sobre todo. Experiencias únicas. Certezas y huellas, como las de Alfonso Zapater, pionero ilustre en la crónica de viaje aragonés desde las páginas de HERALDO, o las del realizador Eugenio Monesma, sin olvidar a compañeros activos en la prensa escrita y la radio como Miguel Mena o Antón Castro, que han recorrido las cuatro esquinas de Aragón con alma escrutadora y vocación de esponja.

¿Los humanos? En esta tierra, como en botica, hay de todo... pero sería fútil detenerse en personajes sombríos, especialmente porque no abundan en nuestros recuerdos; el fiel de la balanza no miente, y el peso de la gente extraordinaria es muy superior. Parece más lógico recordar a personas como José Ramón Moragrega, de Beceite, que surte de rancho diario a los buitres en las afueras de Valderrobres; lleva veintisiete años ejecutando esa tarea. Se podría hablar un mundo de Eli Río, responsable de comunicación de la D. O. Somontano en Barbastro, que además de manejar hábilmente el mapa enológico de la zona también habla con orgullo de Laluenga; es parte de la comisión de fiestas de este verano, y se entrega con ánimo singular a cada reto que se le presenta.

En Navardún, portillón natural de entrada a la Bal D’Onsella, Aurelio López y Juana Cardona siguen aplicando al quehacer cotidiano la sabiduría acumulada en muchas décadas de vida. Muy cerca, en Urriés, el alcalde Armando Soria y sus cómplices nonagenarias se apuntan a un bombardeo en el pueblo que se ha convertido en referente aragonés del entusiasmo. Lo mismo ha ocurrido varios meses en Sos del Rey Católico con el ejército de tejedoras coordinado por Loli Ibáñez que confeccionó 12.689 cuadraditos de lana para simular los sillares de la Torre del Homenaje y cubrirla de color en las celebraciones del quincuagésimo aniversario de la declaración de Sos como cunjunto histórico-artístico.

Si se plantea como un cuento, esta aventura tiene un doble inicio. El primer viaje, a Osera de Ebro, sirvió para desbravar los métodos de trabajo y aprender a identificar los códigos. Érase una vez un pueblo en el que se habían avistado objetos volantes no identificados y que, en un curioso giro del destino, había albergado durante un tiempo a las estrellas más rutilantes de la música local: los Héroes del Silencio ensayaron en su pabellón antes de la gira de 2007, la última que ha hecho hasta el momento la banda aragonesa formada por Pedro Andreu, Juan Valdivia, Enrique Bunbury y Joaquín Cardiel, que en esa ocasión añadió a Gonzalo Valdivia en la segunda guitarra. Ahí aprendimos que Mikel Herzog, artista donostiarra de carrera menos glamurosa, también tenía un sitio en la memoria colectiva de Osera porque su escenario había estropeado la techumbre del pabellón.

El otro inicio fue el de las publicaciones, veinte días después de aquél primer viaje a Osera y una vez asimilado el concepto de hacer nevera (acumular trabajo de campo para afrontar las publicaciones a tiempo) fue Calamocha. Jesús Blasco, analista radiofónico local, pidió permiso para dar la primicia: la localidad turolense iba a ser la primera parada pública de ‘Aragón, pueblo a pueblo’. Allí comprendimos al primer tiento que el jamón de Teruel es famoso por una razón, y allí vimos en directo unas turbinas caseras de generación eléctrica (gigantes, ojo) que en su día surtieron a toda la localidad.

‘¡Viva la gente!’

Esta canción de Paul y Ralph Colwell se llamaba originalmente ‘Up With People’ y fue compuesta en 1969; está a punto de entrar en la cincuentena, aunque la versión española la popularizaron Enrique y Ana a principios de los ochenta. En 350 municipios recorridos por las 33 comarcas aragonesas ha habido muchas ocasiones para cantar ‘Viva la gente’ a pleno pulmón, si el pudor no lo impidiera.

Vamos allá. Viva Pilar Pérez y su hijo Antonio Sancho, hosteleros de Valdealgorfa, que miman a la clientela en Las Bodegas del Gilo. Viva Jacinto Marqués y la plantilla de Crisálida, que reparte su genoma profesional entre la artesanía cultinaria y la lucha contra el fatalismo y las verdades absolutas; están en Camporrells y su alcalde, Pepito Guillén, es el amigo que todos querrían tener para una caña en el bar o el escape de un laberinto ‘minotáurico’. Viva Antonio Solano, solucionador de problemas a lo Señor Lobo de ‘Pulp Fiction’ desde Baells; viva Julio Beltrán, de Ferreruela de Huerva, declamador nonagenario de salero sin par; viva Julián Hernández, jinete y cantador de rancheras de Torrelacárcel.

Vayan más vivas para Pili Ollés, de San Esteban de Litera, que conoce el idioma de las abejas; ellas corresponden a sus cariños dándole la mejor miel. Viva Feli Gascón y Valentina Bologna, que tienen ‘Fatto in casa’ en La Portellada y unen sus querencias toscanas –así le llaman al Matarraña, de la Toscana italiana viene Valentina– para dar de comer a domicilio auténticas delicias. Se acaba este espacio, que no la gratitud, así que vivan todos los que no caben en esta columna y defendieron con orgullo a ojos de HERALDO las bondades de sus pueblos. Es una suerte señalar a ciegas un punto en el mapa aragonés y saber con seguridad que allí hay alguien que se va a alegrar de volver a verte.

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