Debía ser como el silencio que precede a la tormenta, como ese trueno que estalla en el desierto de Monegros después de un suspenso del aire. Eso me dijeron.

Fue así como pasé muchas noches, esperando un silencio premonitorio. Luego vendría un destello, brillante si era de noche, deslumbrante si era de día. El suelo se sacudiría y las paredes temblarían. Muchas noches me acostaba tarde para hacer el reporte. Es lo malo de las agencias de noticias, que esperan que la información sea como un bollo de pan recién hecho.

Al parecer, esas armas inteligentes discriminan los objetivos, se dirigen con precisión al punto que les indica un satélite. Para mí, la metáfora de la destrucción no son los edificios derruidos a un paso de Damasco, ni las mujeres que gritan o los niños que lloran. La destrucción es ese silencio que espero y que nunca llega.

Anoche, por fin, llegó. Me despertó como despierta un dolor.

Después de la detonación no quedó nadie que pudiera llorar.

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