Semana Santa más allá del tambor

La Semana Santa en Aragón no es solo redoble y procesión. En su riqueza cultural se conservan actos, ceremonias, representaciones...

Drama de la Cruz de Alcorisa
Drama de la Cruz de Alcorisa
Javier Escriche

Dice el estudioso de la Semana Santa aragonesa Alfonso García de Paso que el Concilio Vaticano II supuso un duro golpe para la celebración de la Pascua. Que antiguas tradiciones como los Abajamientos y Monumentos se perdieron en gran parte de Aragón, "y cuando la Iglesia de dio cuenta de que la Semana Santa dejaba de formar parte de la vida de los ciudadanos, ya era demasiado tarde. Con la Transición se produjo incluso un alejamiento mayor y solo en los noventa, cuando resurgió la tradición gracias al tambor, empezaron a recuperarse algunas de estas tradiciones".

Con el nombre de Abajamiento se denominaba en muchos pueblos de Aragón, especialmente en la provincia de Teruel, la ceremonia del Descendimiento de la Cruz, episodio dramatizado de gran emotividad que tenía lugar en la tarde del Viernes Santo. " En ella se desclavaba de la Cruz a Cristo y, por medio de un lienzo blanco, su imagen era descolgada y colocada en una urna o féretro (popularmente llamado ‘la Cama’), mientras un predicador describía la escena con sentidas palabras", describe la historiadora aragonesa Marisancho Menjón. La tradición, que se cree que surgió en la segunda mitad del siglo XVI, fue una de las medidas impulsadas en el Concilio de Trento (1545-1563), que inició la reforma de la Iglesia con la intención de contrarrestar la ruptura protestante. Para ello, se crearon actos en los que los feligreses formaran parte más intensa en los misterios religiosos. " En Aragón, esta función se realizó en muchos lugares, entre ellos Monreal del campo, Godojos, Ibdes, Borja, Samper de Calanda, Alcañiz, Castejón de Monegros, Alcorisa, Tarazona, Jaca, Cariñena, Épila, Ambel y Zaragoza", enumera Menjón. Y algunos todavía se mantienen, como el famoso Abajamiento de Ibdes, que se celebra en el prebisterio de la iglesia. En Samper de Calanda, el dramatismo se acentuaba: tras terminar el predicador el sermón, se rasgaba el velo que escondía el Crucificado y rompían a sonar los tambores dentro de la iglesia.

Se perdieron

En localidades como Zaragoza capital el abajamiento se perdió y no ha podido recuperarse. " En Zaragoza está documentado el Descendimiento desde mediados del siglo XVII, en el que se realizaba ante el Convento de San Francisco, como acto previo a la procesión del Santo Entierro. Hacia 1770 se hacía en el interior del convento y, una vez colocado el Cristo de la Cama, se sacaba para dar la vuelta por la Cruz del Coso, tras lo que se guardaba en la capilla de la Hermandad de la Sangre de Cristo hasta la hora de la procesión -recuerda Marisancho Menjón en el libro ‘La Semana Santa en Aragón’-. Tras el establecimiento de esta Hermandad en la iglesia de Santa Isabel, solo se volvió a hacer en la Semana Santa de 1834". La procesión del Santo Entierro del pasado año en Zaragoza iba a recuperar esta tradición, con motivo del 400 aniversario del acto, pero se suspendió por problemas de la talla, muy delicada debido a su antigüedad. "El acto se hace con nuestro Cristo que está articulado y, aunque se restauró, cualquier incidente que pueda pasar es una responsabilidad que no queremos tomar", explicó entonces Ignacio Gimenez, Hermano mayor de la Sangre de Cristo y organizador de la procesión.

También se perdieron en las últimas décadas los Monumentos: solemne reserva del Cáliz. Como el Viernes Santo no se consagraba, el día anterior se guardaban algunas formas para poder dar la Comunión. Desde el siglo XI, el acto consistía en trasladar esas formas a un santuario o arca colocado en un lugar especial, con un entorno suntuoso, digno del contenido que iba a albergar. Lo que se conoce como ‘Monumento’. " Fueron muy populares hasta los años sesenta, cuando era tradición visitarlos en Jueves Santo o Viernes Santo -recuerda Alfonso García de Paso-. Las jóvenes se vestían con su mantilla y, con el novio, iban ‘de monumentos’. Había que hacer fila en cada uno, era mucha la gente que quería visitar el conjunto pero eso no impedía que hicieran las siete visitas (las paradas realizadas por Jesús en su recorrido hasta la Cruz). A partir del Concilio Vaticano II se hicieron más sencillos, con unas velas simbólicas, y se perdió esa esencia. Ahora, estamos a la espera de que se restauren hermosos Monumentos como el de La Seo, que se instalaba en toda la nave cruzada, con los tapices y pinturas en trampantojo. O el del Pilar, que era todo plateado. Monumentos como el de la iglesia de San Felipe o de San Gil fueron creados por arquitectos de la época, como Ricardo Magdalena».

En el siglo XVI, los Monumentos eran, como describe Menjón, " auténticas ‘máquinas’ de arquitectura efímera hechas a base de madera y telas, y decoradas con pinturas, dorados, tallas y una gran cantidad de luces y flores». Fueron hechos por artistas destacados: Jerónimo Cosida intervino en el de San Pablo de Zaragoza (1536); Juan Miguel Orliens, en el de la parroquia de Almudévar; Tomás Peliguet, en el de la catedral de Huesca... " De la época barroca datan los mejores ejemplos conservados en Aragón: como el Monumento de Ateca y el de Fuentes de Ebro -resalta la historiadora-. En el siglo XVIII destacaron artistas como Juan Zabalo Navarro, autor del Monumento de la capilla de San Marcos de La Seo zaragozana (1711), y Francisco del Plano, quien, en 1704, decoró el de la catedral de Teruel». En el siglo XIX, como avanzaba García del Paso, arquitectos como Ricardo Magdalena o Félix Navarro hicieron algunos de los más espectaculares de Zaragoza. Los más suntuosos se adornaban con tapices: el de La Seo, dada la elevada calidad de los que poseía, destacaba sobre los demás.

¿Y qué hacían los pueblos que no podían costear tales dispendios?

" Se limitaban a engalanar uno de los altares con lienzos pintados, flores y velas. En Huesca y las Altas Cinco Villas, era costumbre llevar al Monumento platos o macetas que se habían hecho germinar, manteniéndolos durante varios días en la oscuridad (en la bodega, horno del pan o tapadas con un cubo bocabajo). Macetas con habas, guisantes, lentejas, centeno o trigo», describe Marisancho Menjón. " Las plantas resultantes, largos tallos de color blanco, eran denominadas ‘cabelleras’ y se colocaban “para adornar el sepulcro de Dios”». Y se cree que esta práctica, que también se ha documentado, además de en pueblos aragoneses, en localidades catalanas, italianas y griegas, deriva de los llamados ‘jardines de Adonis’, tiestos en los que brotaban las mismas semillas y que se colocaban como ornamento sobre la tumba de la divinidad en primavera, " y pasados los días se arrojaban, ya marchitas, al mar o a manantiales, junto con las estatuillas de Adonis, para que ayudasen a fecundar la Naturaleza», señala Menjón.

Perduran

Aún contamos con tradiciones que se han mantenido en el tiempo. En Épila (Zaragoza) subsiste la costumbre, al parecer en virtud de una orden dada por un visitador apostólico en el siglo XVII, de que el alcalde deba custodiar la llave del Sagrario del Monumento durante el Jueves o Viernes Santo, por lo que se le encierra en su casa el jueves por la tarde, tras los oficios, hasta el día siguiente, cuando se le libera al acabar la procesión. En relación a este encierro podría estar el que se hacía en Huesca: una compañía de soldados romanos desfilaba hacia la catedral, donde, según el estudioso Rafael Andolz, " cogía preso al obispo y se lo llevaba atado al palacio».

También subsisten las teatralizaciones de la Semana Santa: la del Teatro Salesiano de Huesca es una de las más conocidas y antiguas. Más de 150 actores y actrices en seis representaciones en tres fines de semana próximos a la Semana Santa con el cartel de ‘no hay billetes’. En Huesca, la representación se compone de treinta y un cuadros distribuidos en tres actos. Todo, en dos partes: la primera corresponde a la vida pública de Jesús, iniciada con el bautismo y los pasajes evangélicos más destacados. La segunda comienza con la Santa Cena y contiene el proceso religioso y político de Jesús, su muerte y resurrección. En total, tres horas y media de emoción contenida. O del Drama de la Cruz, en Alcorisa, que se representó por primera vez en la Semana Santa de 1978. Este año cumple su 40 aniversario: se ha pasado de unos treinta actores a unos trescientos, y en Alcorisa han pasado de espectadores a cómplices y colaboradores, porque todo el pueblo vive el Drama.

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