Aporofobia: por qué vivir en una tubería

Tenemos miedo a la pobreza y rechazamos a quien vive en ella por racismo, xenofobia y desprecio.

Indigentes en el cementerio
Aporofobia: por qué vivir en una tubería
Maite Santonja

Tenía 67 años y murió en una tubería que utilizaba como cobijo bajo el zaragozano puente de la Unión. Se llamaba L. H. C. y hacía días que se encontraba mal, pero los que vivían a su alrededor no lograron que quisiera recibir asistencia sanitaria. Sucedió hace unos años. La tubería que servía de morada a aquellos sin techo discurría paralela al Ebro, tenía un metro de diámetro y apenas cinco de profundidad, y recogía aguas pluviales. Comían y dormían en medio del desorden en unas condiciones infrahumanas.

L. H .C. tenía una vida anterior, estable, con su mujer y sus hijos en un pueblo cercano a Zaragoza. Si lo hubiéramos visto hubiera pasado desapercibido, pero cuando caes en el otro lado de la vida ya estás marcado y, posiblemente, lo hubiéramos rechazado porque hubiéramos visto en él todo lo que no queremos para nosotros. Como hacemos casi instintivamente cada día ante una realidad que está ahí, pero que preferimos ignorar: el miedo, la aversión y el rechazo a los pobres. Como contaba en estas páginas Fernando, el zaragozano de 59 años que pasó de tener una empresa propia con 20 trabajadores a malvivir con los 472 euros del Instituto Aragonés de Inserción (IAI).

Nombrar es conceptualizar una realidad social que permanece invisible, porque lo que no se nombra no existe. Nombrar es también un ejercicio de poder, como el interés de la Administración Trump en prohibir palabras como ‘diversidad’, ‘feto’, ‘transgénero’, ‘basado en datos científicos’ en la esfera de la sanidad pública. La filósofa Adela Cortina (catedrática de Ética de la Universidad de Valencia y directora de la Fundación Étnor, Ética de los Negocios y las Organizaciones Empresariales) ha puesto nombre a todo lo que ocurre y no se ve o no se quiere ver, en esa unión de xenofobia y racismo: ‘Aporofobia’, y el Diccionario de la lengua española ha declarado el neologismo ‘palabra del año 2017’, como antes fue populismo, refugiado, selfi y escrache.

Aporofobia (del griego ‘á-poros’, sin recursos, indigente, pobre; y ‘fobos’, miedo) es ese temor que sentimos hacia la pobreza y hacia las personas pobres, inmigrantes y refugiados. Pero no se les rechaza por extranjeros, sino por pobres. Porque no rechazamos al senegalés que vemos trajeado trabajando, ni al médico argentino o cubano que nos atiende, ni al marroquí o magrebí que lleva a sus hijos al colegio bilingüe, vive en una urbanización y trabaja en una multinacional; ni al futbolista famoso que viene desde no sé dónde.

La aporofobia, el odio al pobre, se expresa también con los excluidos en el propio país, y según del Observatorio Hatento el 47% de las personas que viven en la calle han sido víctimas de delitos de odio, que por su situación de exclusión son también las más indefensos. Quizá por ello, L. H. C. vivía en una tubería. Quizá por ello, Fernando se topó con el desprecio de una casera que le cobraba 210€ por una habitación en una casa compartida por ocho personas sin agua caliente ni calefacción.

RECESIÓN

Hatento es una iniciativa centrada en detectar y analizar los delitos de odio y situaciones de violencia que sufren las personas sin hogar en España, creada por diversas entidades sociales (Centro de acogida Asís de Barcelona, Rais Fundación, la Asociación Bokatas, la Asociación Rais Euskadi, Unijepol y la Asociación Zubietxe). Porque la recesión económica, los trabajos precarios... han exacerbado el miedo a la pobreza porque nos ha hecho ver que todos, absolutamente todos, somos muy vulnerables.

Como explica Milagros Pérez-Oliva, "para que el miedo se convierta en rechazo es preciso un proceso mental que anule la compasión y la empatía. Ese proceso lo proporciona la ideología y se activa cuando señala a los pobres como culpables de su pobreza. Cuando dice que la pobreza no es fruto de unas condiciones estructurales que dejan a muchos en la cuneta, sino el resultado de una indolencia, un error individual o una culpa personal. En esa ideología, los pobres son percibidos como una amenaza. Culpabilizarlos anula la empatía y permite que se les ignore y hasta se les persiga".

Lo vemos en la nueva serie ‘Collateral’ en la que hombres y mujeres que, por las razones equivocadas, o las correctas, son responsables de la muerte de un joven pizzero, refugiado, mientras asumen como propia la visión política populista sobre las fronteras. La serie británica narra el lugar en el que desembocan la inmigración, la corrupción, el crimen y la economía sumergida de una sociedad que, para vivir tranquilamente, se plantea deshacerse de los más desfavorecidos sin miramientos. Porque, como indica Cristina Hernández (de RAIS, entidad que lucha contra la exclusión social de las personas más desfavorecidas, especialmente de las personas sin hogar) además de en el diccionario, "necesitamos encontrar la aporofobia en el Código Penal para poder combatirla. Es urgente incluir la aporofobia en el artículo 22.4 para que se pueda aplicar el agravante de delito de odio en las agresiones que se producen contra las personas sin hogar. Es imprescindible que el Código Penal reconozca la especial vulnerabilidad que las personas sin hogar tienen frente a delitos basados en la intolerancia y los prejuicios".

De acuerdo con el Centro de Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos (CNUAH), unos 100 millones de mujeres y hombres en todo el mundo son, literalmente, personas ‘sin techo’. Algo más de 30 millones, por su parte, son niños de la calle que se ven forzados a dormir al aire libre y a asumir como vivienda formas miserables de cobijo. Solo en Zaragoza, se acoge a una media diaria de 250 personas en los distintos albergues; y en Huesca, en 2017, hubo unas 6.086 estancias solo en el albergue municipal.

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