Por
  • Guillermo Fatás

Raíces de Emilio Gastón

Se entiende mejor el modo de ser de Emilio Gastón Sanz como hombre público si se sabe un poco de sus antepasados inmediatos. Hasta donde sé, desde su bisabuelo para acá, todos tuvieron ciertas características comunes, que se dejaron ver también en el primer Justicia contemporáneo de Aragón.

La familia Gastón es de origen cheso, cosa que ninguno de sus miembros ha querido olvidar, aunque su residencia principal, desde hace tres generaciones, haya sido Zaragoza.

En años difíciles para nuestro país, los padres de Emilio pasaron temporadas en este solar familiar, si bien hospedados en casa ajena, porque les ofrecía cierta seguridad la cercanía con la frontera de Francia. En una de esas casas nació Rafael, hermano de Emilio y homónimo de su padre. Por esa y otras razones, Emilio mantuvo en la villa altoaragonesa muchos anclajes y preferencias vitales, lo mismo materiales que mentales. Acabó adquiriendo la casa donde habían residido temporalmente sus padres y en la que vino al mundo su hermano, al que llamaban ‘el sueco’, porque fue a vivir a Estocolmo, donde estuvo largo tiempo.

A Emilio, que era un atleta, le gustaban las montañas de Hecho (Echo, en otras grafías), el agua y el aire libre (con unas pocas nubes, a ser posible). Cultivó con asiduidad ese paisaje suyo, exterior e interior, y llevaba a sus amigos a compartirlo, trufándolo con sesiones poéticas, recitales de canciones y consumo de migas y costillas, en la citada casa o en una borda que tenía en la Reclusa. Era su ‘locus amoenus’, al que vistió con cierta mitografía.

En ese paisaje residía históricamente el cheso, la fabla chesa, de forma natural, como las ‘chamineras’ y los espantabrujas que, a veces, las rematan. Emilio estudió y practicó por eso el cheso y su escritura, de lo que contagió a Mariví Nicolás, la madre de sus tres hijos. Hecho fue, así, una referencia voluntariamente buscada, un firme asidero a las raíces heredadas de la familia paterna.

Letrados y filántropos

Leonardo Gastón Navasal fue republicano, como sus descendientes. Un republicano moral, casi más que político. Moral y filantrópico, podríase decir. Fue diputado dos veces, tras la ‘Gloriosa’ de 1868 que sacó de España a Isabel II, y durante la efímera I República. Su hijo, Emilio Gastón Ugarte, cuyo nombre se impuso al Justicia fallecido, casi podría decirse que vivió para esa filantropía peculiar: implantó en Aragón el esperanto (1885), la lengua fraternal de Eleazar Zamenhof, para cuya difusión cofundó la asociación ‘Frateco’ (1908), de nombre explícito; y, admirado de los ideales de Baden Powell, inventor del movimiento ‘boy scout’, lo difundió en Aragón con el nombre de ‘exploradores’. Ambas iniciativas expresaban espíritu de servicio al prójimo y amor a la naturaleza. Murió en 1925 y fue concejal de Zaragoza en los inicios del régimen del general Primo de Rivera.

El padre de Emilio, Rafael Gastón Burillo, fue abogado y filólogo a la vez. Daba ilustradas clases de Lengua y Literatura griega, en las que se preocupaba más por explicarnos a Aristófanes o Sócrates que por el aoristo. Era un profesor benévolo. Tenía abierto un reputado bufete. Hablaba muy bien, con inteligente humor, y se interesaba por las tradiciones populares y jurídicas de Aragón.

De este ambiente familiar se nutrió Emilio Gastón Sanz. En la que sus amigos llamábamos biblioteca de Emilio, en su vasto piso de Marina Moreno, hoy paseo de la Constitución, 14, estaban los estratos de todas esas herencias paternas, de las que creo que encarnó sobre todo tres: la jurídica, la literaria y la filantrópica.

Cuando el Justicia de Aragón revivió su nombre en 1982, en el Estatuto de Autonomía de Aragón, Emilio fue el candidato unánime. Sin dejar de hacer política –en la polis–, quedaba fuera de la política –de partidos–, en la que también había intentado sobresalir, fundando el Partido Socialista de Aragón (PSA), que acabó arruinado y absorbido por el PSOE, pero gracias al cual fue diputado constituyente en 1978 y firmante, con los grandes popes, de los Pactos de la Moncloa, tan importantes ayer como olvidados hoy. Despertaba muchas simpatías, no tenía perfil sectario e incluso sus detractores pensaron que lo metían en una decorativa jaula de oro, en un cargo recién inventado con aspecto inofensivo, pero dotado de cierta pompa legal. Lo hizo bien.

En el respetuoso escenario que el Justicia dispuso durante la tarde del martes, 23, para facilitar que los ciudadanos deseosos de hacerlo le dieran su afectuoso y postrer adiós, Mari Carmen Gascón, que lo conocía íntimamente, dispuso, en una mesita, junto a sus libros de poemas –Emilio fue poeta sobre todo–, tres pequeñas banderitas: la del PSA, la de Frateco y la de los Exploradores. Así contó una historia que empezaron sus mayores hace más de siglo y medio y en la que Emilio ha sido un consistente eslabón.