​Valderrobres: con las alas desplegadas a la hora del rancho ​

José Ramón Moragrega lleva casi veintisiete años alimentando diariamente a cientos de buitres en el muladar que tiene en Mas de Bunyol, un paraje natural a las afueras de Valderrobres.

Manuel Siurana, en el acceso al castillo de Valderrobres.
Manuel Siurana, en el acceso al castillo de Valderrobres.
L. U.

Ya lo ha contado HERALDO, y más de una vez, porque es algo que lleva ocurriendo más de veintiséis años en el corazón del Matarraña. La prensa nacional y las televisiones se han hecho eco del asunto en diversas ocasiones, y el mismísimo ‘National Geographic’ ha visitado tres veces el muladar (comedero de buitres) de Más de Bunyol a las afueras de Valderrobres. Más de trescientos carroñeros alados aterrizando como ‘tomcats’ en un portaaviones es algo que no se ve todos los días, a no ser que te llames José Ramón Moragrega, alias ‘Buitreman’: entonces aterrizan sobre ti. Gracias a años de paciencia, unas pautas de conducta apropiadas y mucha pasión por lo que hace, sobrevive al reto y, de hecho, lo ha convertido en el epicentro de su existencia.

Cada mañana, a las 9.30, llueve o truene, José Ramón asoma con su carretilla llena de despojos del matadero -restos de conejos, sobre todo- para alimentar a los impresionantes alados, siempre fieles a la cita. Antes habrá quedado con los visitantes del día, turistas de todos los lugares del planeta que se acercan en grupos pequeños a observar el espectáculo; allí dará las pautas de conducta para que las torpezas humanas derivadas del desconocimiento no interfieran en la experiencia.

Valderrobres: Con las alas desplegadas a la hora del rancho

Antes de relatar su historia (que, por cierto, tiene algo de Julio Verne) José Ramón habla de Loli, Loli Carrasco, su compañera de vida. "Esto que hago no hubiera funcionado sin su ayuda. Cuando vinimos aquí y empezamos con esta actividad, se adaptó muy bien; ama este lugar y maneja las visitas perfectamente y es fundamental para mí en todos los aspectos".

‘Buitreman’ es de la vecina Beceite. Puestos a ignorar clichés, su condición de amante de la naturaleza no es óbice para el desarrollo de un discurso torrencial. Un pico de oro, valga la metáfora oportunista. "Mi padre tenía una pequeña explotación forestal allá por los años cincuenta y sesenta; vivíamos modestamente de la madera. Era un hombre adelantado su época en muchos aspectos: cuidaba el equilibrio natural, no agredía la flora ni la fauna. Por ejemplo, si había un grupo de tres pinos, cortaba solamente el de enmedio para que los otros crecieran mejor. Su cariño a los animales también me llamaba la atención, y está claro que me lo transmitió. Y me advertía de los pequeños peligros;  cuando había animales de arrastre muertos insistía en que no fuera para allá, por los carroñeros... y de mayor no le hice mucho caso, ya puedes verlo".

Por los siete mares

José Ramón partió para Barcelona a los 14 años y allí recibió formación técnica para marinero. Pronto se subió al primer navío mercante, y abrazó una vida que marcó sus años de juventud y madurez; bien remunerada, pero sacrificada e incompatible con un proyecto de vida familiar estable. La vuelta a casa, que le rondó siempre por la cabeza, tardaría en llegar. "Un día en alta mar, en la biblioteca de a bordo, encontré un librito que hablaba de la relación del hombre con los carroñeros. Me pareció muy interesante saber que la fobia que se les tiene venía de Grecia, y me dieron pena los pobres buitres: les llamaban los sanitarios de la naturaleza… como me había ganado bien la vida, le dije a mi padre que buscara una finca cerca de Valderrobres, con agua, buenas vistas… quería volver a casa y trabajar de lo que fuera".

Dar el paso

En las estancias de descanso en Valderrobres, José Ramón se pasaba las horas mirando a los cerros por un telescopio Swarowski que se había comprado. Enseguida se consiguió también unos buenos prismáticos. Finalmente, se decidió a dar el paso. "Fueron tres años para montarlo todo bien. Los buitres llegaron con cuentagotas; al principio había un par de parejitas, bajaban y comían algo, luego se iban, poro a poco iban bajando más… un amigo forestal, Esteban, me dijo que había que regularizar la actividad, y que el Gobierno de Aragón me apoyaría en el empeño. Después de asegurarse de que cumplía con todas las regulaciones y de pasar numerosas inscripciones, me ayudaron con el vallado y el acondicionamiento. Aragón es modélica en la gestión de los muladares".

José Ramón conoce a identifica a muchos de sus visitantes alados, pero hay lazos más fuertes con algunos. Alatriste es uno de los consentidos. Aún no tiene un año y, por desgracia, en una vida tan corta ya pasó por la traumática experiencia de partirse un ala. No puede volar. "Muchas veces eso es una sentencia de muerte para un buitre, pero Alatriste ha desarrollado un método de supervivencia muy curioso. Vive en unas rocas bajas y se acerca aquí dando saltos por los árboles. Como no puede entrar en la pelea de la comida cuando salgo con la carretilla, se queda a un lado y espera a que los fuertes se sacien. Al final sabe que guardo un conejito para él. Los buitres pueden aguantar hasta quince días sin comer cuando están saciados".

Esteban es otro fenómeno. Siempre se sube a la carretilla, y ‘Buitreman’ es literalmente como un padre adoptivo para él. Sí, efectivamente, su nombre está inspirado en el forestal antes mentado. "Esteban llegó aquí deshidratado, le había ocurrido algo, quizá un choque con un cable eléctrico: estaba moribundo. Saqué una jeringa grande, hice un picadillo de carne mezclado con suero y se lo di poco a poco. Revivió y en los días siguientes fue recuperando, le daba comida por las tardes cuando no tenía competencia, y a las tres semanas se fue, pero volvió y sigue viniendo".

A ‘Buitreman’ siempre se le pregunta por lo mismo: las vacaciones, de las que parece no disfrutar jamás. Tiene la respuesta preparada. "Ya son sesenta y cinco años, llevo casi veintisiete en esto y sé que suena a locura, pero es que soy feliz, no necesito mucha cosa en la vida y los aportes de los turistas dan para los gastos corrientes, lo que hago me llena de energía, no importan los picotazos ni el mal olor".

Un museo y un castillo que se miran a los ojos

La localidad, una de las más bonitas de España, tiene bien cuidados sus tesoros históricos y convenientemente incentivado el afán de conocimiento de sus moradores y visitantes. La Fundación Valderrobres Patrimonial que dirige Manuel Siurana se encarga de gestionar las visitas turísticas y actividades culturales del castillo (con plan director de reconstrucción ya aprobado), la iglesia de santa María la Mayor (ambos son edificios góticos; el templo acaba de ser restaurado y musealizado) y el museo de la localidad, inaugurado en 2015 con tres plantas hábiles, que incluye de una pequeña tienda con productos de la comarca en la entrada. Dos de las plantas están destinadas a centro de interpretación del arte comarcal (gótico, renacimiento y barroco) y un sótano con diversos espacios expositivos, entre los que se incluye una sala de muestras temporales y una nueva estancia dedicada a la soprano Elvira de Hidalgo, natural de la localidad y fallecida en 1980.

LOS IMPRESCINDIBLES

Variedad hostelera

Valderrobres está en alza como destino turístico cultural y ‘gourmet’. En pleno casco histórico, la Fonda La Plaza es una elección habitual y acertada; a las afueras, el exquisito Mas de la Costa (foto) atrae a público de todo el mundo.

El arte de Luis Grañena

El ilustrador zaragozano, que laboró casi dos décadas en HERALDO, lleva ocho años en Valderrobres y trabaja desde allí para cabeceras de todo el mundo, desde el la revista ‘New Yorker’ a los diarios ‘Liberation’ y ‘The Independent’.

Belleza reconocida

La Casa Consistorial, terminada en 1599, es otro de los arquetipos comarcales del manierismo tierrabajino; captó la atención de la Exposición Universal de Barcelona de 1929, donde fue reproducida en el Pueblo Español.

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