El día en que ardió el monasterio de Sijena

El incendio sigue presente en la memoria colectiva de Villanueva de Sijena. Los mayores coinciden con los expertos en que los instigadores "vinieron de fuera".

El arranque de las pinturas. La fotografía (Archivo Mas) refleja los trabajos realizados en su día para arrancar las pinturas de la sala capitular tras el incendio del monasterio en el verano de 1936, poco después de estallar la Guerra Civil. La realizó José Gudiol, quien se encargó del proceso.
El día en que ardió el monasterio de Sijena

Durante el verano de 1936, Leoncio Luesma, Natividad Angüés y Jesús Saba, vecinos de Villanueva de Sijena, recuerdan haber visto arder el monasterio, del que salían "grandes columnas de humo". En aquel momento, según explican, eran unos críos que se divertían entre las ruinas del cenobio, ajenos a la gravedad del suceso. De hecho, las llamas devoraron el salón del trono, el coro, la biblioteca así como la espléndida sala capitular, decorada con las valiosas pinturas murales, las mismas que siguen expuestas en el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC) y que una sentencia judicial ordena reintegrar al cenobio.

"No recuerdo mucho de aquello. De hecho, era un niño y en ese momento, solo pensaba en divertirme", señala Luesma, de 93 años de edad. En su memoria, guarda un grato recuerdo de las religiosas del monasterio, que, señala, mantenían estrechos lazos con la población. Esto explica que fueran alojadas en varias viviendas de la localidad al estallar la contienda.

De ello, se acuerda Natividad Angüés, quien al mismo tiempo niega la implicación de los vecinos en el incendio del monasterio. De hecho, la mayoría sentía apego hacia el cenobio y "convivía" con las religiosas, a las que "avisaron y protegieron, exponiéndose a represalias", señala.

Además de formar parte de la memoria colectiva, el hecho quedó documentado en el libro ‘Historia de Sijena’ de Julio Arribas Salaberri, secretario del consistorio, quien junto a otros vecinos acudió al cenobio a alertar a las monjas. Ellas salieron vestidas de paisano y se alojaron en varias casas del pueblo, donde, como dijo el entonces alcalde, José Lecina, "lo que les sobran son amigos".

En las elecciones de 1936, las urnas evidenciaron la tendencia ideológica de la población. Del conjunto, 392 votos fueron de derechas y 31 de izquierdas, según Arribas, que dio cobijo a dos religiosas, doña Higina y doña Concha. En el mismo libro, explica que los días más complicados tuvieron lugar a principios del mes de agosto, después de la llegada de varios "elementos" procedentes de Barcelona que "convulsionaron la población". De hecho, fue entonces cuando tuvo lugar el asesinato del cura y después el incendio del monasterio, que fecha el 3 de agosto.

La marcha de las religiosas

La historiadora aragonesa Marisancho Menjón está convencida de que "los instigadores del incendio del monasterio vinieron de fuera". Para ello, se sirve de varios argumentos. Entre ellos, hace alusión a la tendencia ideológica de la población y al hecho de que decidieran proteger y esconder a las religiosas, que después pudieron abandonar la población con la ayuda del propio Comité Local.

De igual modo, se apoya en la fecha ofrecida por Julio Arribas, quien en su opinión demuestra la influencia de aquellos que llegaron de fuera. "De hecho, si la gente del pueblo hubiera deseado quemar el cenobio, lo hubiera hecho durante los primeros días", insiste Menjón, autora del libro ‘Salvamento y expolio: las pinturas murales del Monasterio de Sijena’. En su opinión, todo indica que los autores llegaron desde Cataluña y en concreto, aún siendo complicado de confirmar, considera que la quema fue obra de "algún miembro de la denominada columna de Durruti, que salió de Barcelona y que se asentó en Bujaraloz".

De hecho, según indica, sus integrantes tenían contacto con el Comité Local de Villanueva de Sijena.

Frente a ello, el conservador del Museo de Lérida, Alberto Velasco, llegó a publicar un artículo acusando del incendio a los vecinos. Para ello, se basó en varios fragmentos de la Causa General, abierta por las autoridades franquistas, y además citó la obra de Julio Arribas. Para Menjón, Velasco utiliza "de forma parcial e interesada" ambas referencias con el único objetivo de "embarrar" los hechos ocurridos, olvidándose de que la Causa General lleva la firma de personas afines al régimen franquista y además obviando testimonios cruciales, entre ellos, el aportado por uno de los integrantes del Comité Local, Antonio Lerín Villas, quien describe la llegada de varios camiones con milicianos procedentes de Cataluña.

En este caso, frente a la fecha ofrecida por Arribas, señala que el incendio tuvo lugar entre los días 21 y 22 de julio, lo que, al mismo tiempo, concuerda con el testimonio de la familia del alcalde del municipio, Alfonso Salillas, cuyo abuelo paterno murió el 3 de agosto "después de diez días sin comer ni beber al ver ardiendo el monasterio de Sijena", recuerda el primer edil.

De una u otra forma, lejos de haber participado, Salillas defiende el papel de los vecinos, ya que muchos de ellos intervinieron para salvar parte de su patrimonio y archivo, arriesgando sus propias vidas, lo que también recoge en su libro Julio Arribas, quien junto al médico, Adolfo Casasús, y otro vecino, Jacinto Ferrer, pidieron permiso para rescatar documentos de la biblioteca del cenobio.

Profanación de las tumbas

En la localidad, la mayoría apoyan los testimonios y hechos que relacionan la quema con anarquistas llegados de Cataluña, lo que "no debe entenderse como un ataque a los vecinos o administraciones de la comunidad vecina", precisa Menjón. En su opinión, está claro que los instigadores llegaron de fuera. No obstante, el incendio duró varios días y en algún momento pudo contar con ayuda en el pueblo. Solo uno de los vecinos, Jesús Saba, de 92 años, afirma tajante que "hubo colaboración" de miembros del Comité Local. En la Causa General, diez de ellos aparecen como sospechosos. No obstante, la mayoría fueron eximidos de cualquier responsabilidad.

Tras el incendio, Luesma, Angüés y Saba coinciden en recordar la larga estancia del regimiento Engels, cuyos integrantes fueron los autores del último ataque al monasterio, en el que tuvo lugar la profanación de las tumbas, entre ellas la de su fundadora, Doña Sancha. "De aquello me acuerdo bien; de los caballos y de los cadáveres", concluye Luesma, quien, al igual que el resto de vecinos, en lugar de remover el pasado, solo desea que el tesoro de Sijena regrese. No obstante, tal y como van las cosas, duda de si podrá llegarlo a ver.

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