30 años de Erasmus, una “enriquecedora” experiencia para más de 35.000 estudiantes

El primer año se fueron y vinieron menos de 40 alumnos, ahora estas cifras superan los 1.700 y es probable que sigan creciendo.

El número de estudiantes de Máster de la UZ se ha disparado desde 2013
Imagen de la Facultad de Medicina de la Universidad de Zaragoza.
asier alcorta

“Hace 20 años que fui a Zaragoza para estudiar un año de Derecho. A pesar de algunas dificultades por ser un programa todavía en expansión, la experiencia fue sencillamente extraordinaria: creo que tendría que ser obligatorio para todos los estudiantes europeos”. Así describe Luca Mirone su estancia en la Universidad de Zaragoza durante 12 meses (el máximo permitido). Este italiano estudiaba Derecho en la Universidad de Catania y en cuanto se enteró de que podía estudiar un año fuera, no dudó: “En 1996 no había muchos acuerdos entre universidades. Tuve que elegir entre Berlín y Zaragoza; pero no tuve ninguna duda”.

Como él, un total de 16.268 alumnos de toda Europa han llegado al campus público aragonés para ampliar sus conocimientos académicos, mejorar el idioma y vivir una experiencia que, en algunos casos, hasta les ha cambiado la vida. Un viaje inverso que también han realizado casi 19.000 aragoneses durante los 30 años que cumple el programa Erasmus.

“Una de las cuestiones más importantes de este programa es que los jóvenes ganan en madurez. Muchos de ellos tienen que aprender a vivir solos, a desenvolverse en un país que les es totalmente ajeno y eso ayuda a forjar su personalidad”, asegura Francisco Beltrán, vicerrector de Relaciones Internacionales de la Universidad de Zaragoza.

Una opinión que comparten tanto desde la institución académica como los alumnos que se han ido o han venido. “La experiencia personal fue muy importante, aprendí a contratar una línea de teléfono, a dar el alta de la luz, conocí gente muy diferente...”, apunta María Villaroya, directora de secretariado y alumna Erasmus en el curso 1998-1999.

Por su parte, Mirone recuerda cómo “llenos de emoción, nos abríamos camino ante las dificultades cotidianas”. “Me acuerdo que cuando llegué a Zaragoza mucha gente se mostraba curiosa porque no conocían el programa y, por lo tanto, no entendían la razón por la que un italiano, un sueco o un alemán estaban estudiando en España”, subraya.

“Me fui a Alemania y la experiencia fue complicada y maravillosa”, señala Villarroya. Según relata, durante las primeras semanas, cuando se ponía a estudiar, “sentía que habían pasado horas cuando solo llevaba 20 minutos (debido a la dificultad de estudiar en otro idioma)”. “Además, en las prácticas, tenía que hacer un guion muy exhaustivo con palabras en alemán técnico y hasta tuve que repetir el primer examen porque no lo había preparado de la manera adecuada”, sostiene Villaroya. En su universidad, los estudiantes Erasmus podían hacer las pruebas de manera oral. De este modo, el docente comprobaba si se sabían el temario pero tenían problemas para expresarse o si no habían estudiado.

Los inicios

Llegar hasta el 30 aniversario no ha sido una tarea fácil, aunque la Universidad de Zaragoza fue de las primeras en incorporarse al programa. “A finales de los 80, la Comunidad Económica Europea quería avanzar más allá de la unión comercial, por lo que decidió implantar estas becas. El objetivo era fomentar la idea de pertenencia a Europa como ciudadanos. De hecho, no se esperaba el éxito que ha tenido”, sostiene Fidel Corcuera, primer vicerrector de Relaciones Internacionales de la Universidad de Zaragoza (1992-2000). Tal y como detalla, el programa se puso en marcha en 1987 y ese mismo año, el campus público zaragozano ya se sumó: “Carmen Olivares, adjunta al rector para Relaciones Internacionales, tomó la decisión y desde la Facultad de Filosofía y Letras y la de Ingeniería se enviaron a los primeros estudiantes”.

Ese primer año solo se fueron 17 alumnos: 11 a Reino Unido, 4 a Francia y 2 a Alemania. “Las comunicaciones en aquel momento eran más complicadas. Lo organizábamos los profesores a través de cartas, por lo que obtener una respuesta era algo lento. Sin embargo, el programa tenía un presupuesto destinado a que miembros de una decena de universidades nos juntáramos una o dos veces al año para organizar el curso siguiente”, explica Corcuera. Posteriormente, las conversaciones se fueron realizando con fax, “lo que consideramos un gran adelanto” o por teléfono, “pero las llamadas internacionales eran bastante caras”.

“Ahora, gracias a internet y al correo electrónico todo es más rápido y sencillo”, recalca María José González, vicedecana de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho y coordinadora Erasmus desde el año 2000. Estos avances no solo sirven para que la comunicación entre las universidades sea mucho más diligente y efectiva, sino también para la propia organización con el alumno: “Tenemos un programa en el que el estudiante nos hace su propuesta de contrato (en él se especifica los meses que va a estar, las asignaturas que desea cursar y por cuáles se convalidan). Allí el profesor le contesta, le hace recomendaciones y cuando se tiene todo preparado, se envía a la universidad de destino”.

La organización y el número de alumnos interesados también han ido variando. “Cuando me fui (1998) el programa comenzaban a profesionalizarse. Hasta entonces, eran los profesores los que animaban a los alumnos a irse y les explicaban en qué consistía, puesto que muchos no conocían esta iniciativa. Tampoco había tablas de convalidaciones, por lo que algunos se iban y finalmente no les convalidaban más que unas pocas asignaturas”, recuerda Villarroya. De hecho, esto es lo que le pasó a Mirone: “Como los planes de estudio no coincidían, me saqué cinco asignaturas de varios cursos; pero a la vuelta a Italia solo me homologaron tres y, además, los trámites fueron bastante complicados”.

Una vez que ya se estandarizó el reconocimiento de créditos, llegó otro problema: Bolonia. “Hay grados de tres y cuatro años, por lo que en algunos casos es necesario hacer verdaderos encajes de bolillos para que los alumnos se puedan ir. Hay que buscar asignaturas similares, que tengan un horario compatible... pero finalmente siempre se consigue”, especifica González.

Sin barreras

Esta iniciativa pretende llegar a todos los tipos de alumnos posibles. Por ello, ???aparte de tener unas becas para todos los que se van (entre 200 y 300 euros mensuales), también ofrece una ayuda específica para los estudiantes que tienen algún tipo de discapacidad. En estas circunstancias pueden llegar a recibir hasta 500 euros mensuales, con el objetivo de que no tengan ningún tipo de limitación en el país de destino.

Javier Iturbe es invidente y en 2009 decidió dejar Zaragoza para cursar un año de Derecho en Praga. “Al principio tuve mis dudas porque en la ONCE no había nadie que se hubiera ido de Erasmus, por lo que no podían contarme ninguna experiencia", explica. Sin embargo, desde la institución académica le animaron y finalmente decidió dar el paso: “Fue una experiencia maravillosa, conocí a mucha gente y la ciudad era muy bonita”. Por ello, anima a todas aquellas personas con algún tipo de discapacidad a que vivan la experiencia.

En su caso, aparte de las ayudas económicas, en la Universidad de Praga también le asignaron a un grupo de compañeros para que lo ayudaran en su día a día: “Siempre hay una persona que te enseña el lugar, pero luego tenía otros que me venían a recoger a clase, me acompañaban por la universidad... al final nos hicimos amigos y quedábamos fuera del campus”.

Más opciones laborales y ¿personales?

Como Iturbe, muchos hacen amigos con los que hoy en día siguen manteniendo el contacto, e incluso, hay algunos que llegan a encontrar el amor. “Durante la estancia conoces a muchas personas y con algunas de ellas llegas a tener una verdadera amistad; pero también encontramos casos en los que se crean parejas. De hecho se calcula que alrededor de un millón de niños han nacido de relaciones de este estilo”, sostiene Villarroya.

Aparte de las relaciones de amistad y amor, esta experiencia también mejora las tasas de empleabilidad de los estudiantes. “En las diferentes evaluaciones se ha comprobado que el número de personas que encuentran un trabajo al año de terminar duplica los datos de aquellos que estuvieron de no se fueron de Erasmus. Además, el 30% consiguen un trabajo en la empresa en la que realizaron las prácticas y el nivel de ingresos que tienen en estos empleos es ligeramente superior a la media”, asegura el actual vicerrector de Relaciones Internacionales. Por ejemplo, Minore fue nombrado Cónsul Honorario en Sicilia, actividad que desarrolla “con honor y entrega al margen de mi profesión de abogado”.

Futuros retos

Tras 30 años de historia, este programa se encuentra en uno de sus puntos álgidos en la Universidad de Zaragoza, con más de 1.700 jóvenes yéndose y viniendo al campus público aragonés. “Este año se ha percibido un salto notable en cuanto al volumen de alumnos que se van y todavía no sabemos cuál será el futuro de estos movimientos; aunque creemos que la tendencia será a estabilizarse”, reconoce Beltrán. No hay que olvidar que con la crisis económica, la evolución al alza se había visto afectada. “Con 300 euros en algunos sitios ni siquiera da para el alquiler o la residencia. De hecho, todavía hay muchos alumnos que no pueden permitírselo”, recuerda González.

Además de los vaivenes económicos, esta iniciativa también se encuentra con otros retos para los próximos años: el Brexit (en los dos próximos cursos se mantiene todo igual, después es probable que cambie, todo dependerá de las negociaciones entre la UE y Reino Unido), la situación de las universidades turcas (tras el intento de golpe de Estado de 2016), que Suiza no participará en el programa hasta el año 2020 y la situación que vive Europa en cuanto a los atentados registrados en los últimos años. Todo ello marcará el devenir de un programa que ya se encuentra en plena madurez y que aspira a seguir ampliando sus horizontes.

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