Ilustres

Al señor alcalde de Zaragoza se le ocurrió colocar un punto de lectura en la plaza del Pilar pues la ilustración, lejos de importunar a los viandantes, amueblaba cabezas de las que saldrían vecinos ilustres. Se programaron turnos. Empezaron por cosas fáciles, Cuentos de los Hermanos Grimm, Las mil y una noches... Al cabo de pocos días comenzaron las discusiones, las páginas estaban desordenadas y la impaciencia crispaba los ánimos. De nada servía apelar a la moderación. La guardia urbana tampoco conseguía poner orden en medio del bullicio. Fue el bibliotecario quien dio un diagnóstico exacto del extraño padecimiento de los libros. El punto se había enamorado de la o y la perseguía entre líneas. La mayúscula suspiraba por el acento y tan atontados estaban todos los signos ortográficos que habían terminado por trastocar la narración. Hubo que esperar a que se formaran las parejas para que las lecturas recuperaran esa rutina que provocaba suspiros de amor.

Lea todos los relatos que participan en el concurso.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión