“Del paisaje aragonés me gusta todo”

El naturalista Eduardo Viñuales inaugura esta tarde, a las 19.00, el ciclo ‘Encuentros en el museo’ en el Museo de Ciencias Naturales.

"Me gusta descubrir el asombro en pequeños lugares valiosos de los que casi nadie habla".
"Me gusta descubrir el asombro en pequeños lugares valiosos de los que casi nadie habla".
E. V.

El Museo de Ciencias Naturales del Paraninfo, que dirige José Ignacio Canudo, inicia este miércoles un ciclo de charlas científicas, ‘Encuentros en el museo, que inaugura Eduardo Viñuales, naturalista, escritor y fotógrafo, habitual colaborador de HERALDO desde hace un cuarto de siglo.

- ¿Cómo se define Eduardo Viñuales?

- Un viajero de los montes, un naturalista de campo que hace fotografías de la vida, de lo bello, de los paisajes…, alguien que sube a las cimas de montañas, que se adentra en los bosques, que recorre ríos y se asoma a las lagunas, que sabe disfrutar de la aridez de nuestras estepas. Pienso que cada día hay un gran acontecimiento salvaje 'ahí fuera' que se debe de contar a los demás para así sensibilizar, diciendo que ese gran patrimonio natural lo debemos preservar para que siga existiendo cuando ya no estemos.

- ¿Por qué y cuándo le interesó la naturaleza?

- Con 13 años. Mi amigo del colegio Jesús Rivero me enseñó una guía de aves. La había cogido en la biblioteca. Me dijo: “Tápame el nombre, y yo te diré qué pájaro es”. Los sabía casi todos, solo con ver la foto: el martín pescador, el mosquitero, el carbonero, el camachuelo, el pico picapinos. Luego quise aprendérmelos yo. Fue como un juego entre dos niños. Pero a las pocas semanas ya estábamos él y yo en el Parque Grande de Zaragoza juntos, queriendo observar, con unos prismáticos que había por casa, a esas aves silvestres, a esos pájaros, distinguiéndolos en vivo y en directo.

- ¿Cómo fue evolucionando y concretando sus intereses?

- En mis manos cayó una revista de ‘Quercus’ con un quebrantahuesos en la portada. Entonces me compré más libros de aves, de plantas, de espacios naturales. Volví al Moncayo, donde nació mi madre, con otros ojos y con otras inquietudes, colocando cajas nido que con mis amigos de Tarazona habíamos hecho usando leña y troncos huecos. Luego mi hermano me enseñó a ser montañero en el Pirineo. A los 14 años decidí crear mi propio grupo ecologista haciendo socios a los amigos, a algunos vecinos y por supuesto a toda mi familia: la Sociedad Naturalista Medofosa. Empecé a escribir en HERALDO los domingos, en la revista ‘Integral’, en ‘Quercus’…, y después vinieron las editoriales de viajes, de naturaleza, de montaña. Desde entonces no he parado de escribir y de hacer fotos de temática medioambiental.

- ¿Quiénes han sido sus maestros fundamentales?

- Félix Rodríguez de la Fuente con sus programas televisivos de ‘El hombre y la Tierra’ fue decisivo en una España muy rural y arcaica para lograr dar el gran arranque de lo que serían los albores de la verdadera conservación de la naturaleza española. Era un gran comunicador. Inigualable con su voz, sus palabras, su saber. Cuando empecé, con 14 años, fui entrevistado en el programa que tenía el ornitólogo Adolfo Aragüés en Radio Zaragoza, y eso me motivó a seguir con mi joven labor. Pero en mi vida ha habido grandes personas e impulsores: científicos, naturalistas, periodistas… Dos sabios actuales a los que hoy admiro por su labor y trayectoria, que son mis amigos, y que suponen una referencia, son Joaquín Araújo y Eduardo Martínez de Pisón, este último por su lucha en la defensa de las montañas del Pirineo y de todo el mundo, por defender esos ecosistemas tan grandiosos como frágiles.

- ¿Qué significa ser naturalista en Aragón?

- Para mí es una gran suerte, un gran privilegio. Y así tituló la charla. Soy un tío afortunado por haber nacido aquí. Hay tal variedad de paisajes y de especies vivas… que a veces pienso que si un naturalista se aburre en Aragón es que no sabe lo que se trae entre manos. En el glaciar del Aneto te puedes sentir en el ártico, hallando plantas boreales u observando a la perdiz nival. Y en las lagunas saladas de los Monegros puedes pensar que estás en el norte de África, con plantas únicas o muy raras en el resto de Europa. Nuestra tierra propicia grandes encuentros y experiencias naturalistas: las grullas de Gallocanta, el canto del urogallo, el celo de las avutardas, la colorida floración en la alta montaña, el pasado paleontológico que atesora Teruel… amén de orquídeas, búhos, águilas, cabras monteses, murciélagos, mariposas, bosques de toda condición, ríos maravillosos… Ufff, demasiado.

- ¿Cuáles serían sus lugares más amados de Aragón?

- Me gusta todo. Me gusta el conjunto, la gran diversidad presente. El Moncayo fue mi primera cima, y solo con ver esta montaña nevada en el horizonte, como si fuera “un Fujiyama aragonés”, solo con eso me siento ya feliz. El Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido posee la espectacularidad y grandiosidad propia de los grandes espacios vivos. Pero la provincia de Teruel esconde bellos rincones que en menor medida no tienen nada que envidiar, como los hay en el Maestrazgo o en la laguna de Gallocanta. Sin embargo, últimamente me gusta descubrir el asombro en pequeños lugares valiosos de los que casi nadie habla, y que también merece la pena conocer y conservar: la Sierra de Algairén, los Ojos de Pontil, el valle del Manubles, los macizos pirenaicos de Cotiella o de Tendeñera, o el cañón del río Ebrón, al sur de nuestra comunidad. A Aragón solo le faltan el mar y en especies el lobo ibérico, que desapareció por el uso de venenos hoy ilegales, pero que va a volver por sí solo.

- ¿De qué se siente más orgulloso: de las guías, de algunas monografías en solitario o con Roberto del Val, de su condición de editor…?

- Últimamente he preparado libros en compañía de otros autores. Con mi hijo Lukas escribí uno de rutas con niños con el Pirineo Aragonés, donde él cuenta su experiencia infantil en 32 excursiones a lo largo y ancho de esta cordillera. Y con mi chica, Sara, publicamos otro titulado ‘Del monte a la mesa’, aunando nuestras dos grandes aficiones: las plantas silvestres comestibles y las recetas gastronómicas. También he trabajado últimamente con el montañero Alberto Martínez Embid y con el guarda forestal Roberto del Val, aunando amistad, fuerzas, conocimientos y pasión. Con Roberto, que es una gran persona, van ya tres libros o guías, y pronto saldrá el cuatro trabajo sobre la Sierra de Algairén, que lo va a publicar la Institución Fernando El Católico en breve. La compañía de mis amigos y mis seres queridos es lo más satisfactorio.

- ¿Cómo se lleva eso de ser escritor y fotógrafo de la naturaleza a la vez?

- Las fotografías son el complemento perfecto de un buen reportaje naturalista, del saber adquirido. La Naturaleza es tan hermosa que bien merece al menos un “retrato” donde se ilustre lo dicho y expuesto.

- ¿Cuál serían las dos o tres fotos más bellas que has hecho?

- Es difícil elegir dos o tres, pero guardo mucho cariño por dos fotos que me indicó mi hijo Lukas: la forma de un corazón perfecto en la madera en un chopo cabecero de Galve, y un amanecer en Fanlo, en el bosque de la Pardina del Señor, todo vestido de otoño y envuelto por las nieblas. Esta última es la portada de mi último libro ‘Tesoros naturales del Pirineo Aragonés’ (Sua Ediciones), y ahora mi hijo me reclama “derechos de autor” con esas dos imágenes…

- ¿Qué significa para usted inaugurar las charlas en el Museo de las Ciencias Naturales?

- Es un gran honor y una satisfacción. Máxime si pienso que la Universidad de Zaragoza tiene grandes profesores y expertos en muchas materias del mundo natural y de su saber científico. Mi aportación en esta charla va ser un viaje imaginario con imágenes escogidas por lo mejor del medio natural de Aragón: desde los Pirineos a las sierras de Teruel como Gúdar, pasando por el río Ebro, por sus sotos y por las estepas. Será un periplo en forma de charla para descubrir sitios maravillosos poblados por osos, tritones, insectos de todo tipo, culebras, peces, flores endémicas, hayedos y pinares, encinas y acebos, con fósiles, rocas y minerales, con pliegues geológicos…

- ¿Cómo ve ese espacio, en el Paraninfo, que dirige José Ignacio Canudo?

- El Museo de Ciencias Naturales es el espacio expositivo perfecto para descubrir la historia de la Tierra desde casa, desde Aragón, comenzando con los trilobites de Murero o con las ranas fósiles de Libros. Se trata de un espacio abierto al público muy querido por los naturalistas, un lugar que los ciudadanos deben conocer y cada cierto tiempo deben recorrer para refrescar la memoria.

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