12+1 campanadas

Los supersticiosos suelen negarse a decir el número trece. Yo no lo soy y por eso lo he escrito en esta misma línea, pero como quiero que este artículo sea leído, lo he obviado en el título para no ahuyentar a los que creen en la superchería.


Como deseo de año nuevo, me gustaría escuchar una decimotercera campanada. Una acepción de campanada es novedad ruidosa, por lo que pienso que precisamos de algo nuevo y original de verdad. Hay muchos aspectos en esta realidad cotidiana que nos toca vivir donde se me ocurre que algo fresco será bastante mejor que la mediocridad que nos rodea.


En política, creo que no hay que extenderse mucho para ver que las novedades originadas tras la convulsión social de la crisis han sido muy escasas. El mismo y predecible presidente de Gobierno, las mismas peleas entre hermanos progresistas y la reaparición del culto a la personalidad como sinónimo de liderazgo son las más conocidas. Absolutamente nada nuevo bajo el sol. Una campanada en política que supusiera una llamada de atención no vendría mal.


En el mundo del entretenimiento, durante los últimos días de 2016 y los primeros del presente, fuimos inundados de información acerca de las series de TV que debíamos ver, de los estrenos cinematográficos anunciados, de qué autores tenían intención de publicar obra nueva y todo lo referente a cualquier actividad de ocio que se nos ocurra. Nadie puede escapar de lo programado. Somos meros consumidores. Quizá el problema de la desafección por la cultura no está solo en el IVA. La oferta preparada, cual plato de cocina que solo precisa de microondas para su finalización, también tiene mucha culpa. Una vez más, aquí una campanada o aldabonazo ya es más que necesario.


En nuestro trabajo cotidiano, seguro que también encontramos motivos para pedir un toque de atención. En el mío, la enseñanza universitaria, vemos cómo no se emprende ninguna de las reformas necesarias. Los alumnos siguen sin ver (¿quizá sería más correcto decir ‘saber’?) la necesidad de que cursen másteres para tener la educación superior integral que pretenden. A los profesores hay que insistirles que los másteres ni están pensados exclusivamente para formar investigadores ni son cosa de escuelas de negocios. A las autoridades universitarias, que deben afrontar sin más dilación cambios que impidan continuar con una tasa de alumnos de poco más del 10% cursando másteres. Claridad en los estudios de posgrado y evitar la dispersión en una infinidad de títulos incomprensibles para la mayoría. En resumen, en mi casa se precisa una campanada que traiga política universitaria. La ordenación docente no es cosa ni de un año ni de una legislatura.


Se necesita de forma inmediata una definición de objetivos y prioridades en la Universidad de Zaragoza. Los objetivos, como en toda organización que se precie de buscar algo posible y no solo una declaración de intenciones, deberán estar alineados con los medios disponibles, y todo el conjunto indicará las prioridades. Parece sencillo pero, a tenor de lo que se viene haciendo, no debe de serlo tanto. Hemos leído que en determinadas titulaciones ha habido un índice de suspensos elevadísimo en primer curso. Se han tomado medidas, siempre discutibles, para paliarlo, pero un ligero detalle ha quedado al margen. En esa titulación, como en casi todas, el índice de suspensos en primer curso es varias veces superior al del resto. Se proponen clases de refuerzo, tutorías y otras acciones. Lo que no se comprende de ninguna forma es que, a pesar de que año tras año las notas con las que acceden los alumnos a la universidad crecen de forma sostenida, esto no se traduce en mejora de estos indicadores. No niego que haya algún compañero que exija demasiado a los alumnos, pero la mayoría pedimos casi siempre el mismo nivel. Entonces, ¿cómo es posible que alumnos cada vez más valorados fracasen en mayor medida? Tengo mi propia respuesta, pero este asunto pertenece a la política académica que solicito, ya que la desconexión entre las enseñanzas secundaria y universitaria es generalizada y debe tratarse de forma conjunta.


Sí pienso que necesitamos esa campanada en la Universidad. Campanada que debe proceder de un conjunto amplio de profesores, PAS y alumnos que quieran que la institución deje este letargo inoperante y peligroso en el que nos metimos hace ya tiempo, y que los recortes han puesto más a la luz. Como el mar, cuando la marea baja sale a la luz todo lo que hemos arrojado y que pensamos que ha desaparecido. No es así, está allí, en el fondo, recordándonos que antes o después deberemos limpiarlo. En lo que a las generaciones venideras respecta, esta campanada quizá debiera ser la más fuerte.