Crónica de un adolescente urbanita
Madrugada del domingo. Mi padre me saca a rastras de la cama. Duermo en el coche. Al bajar la sierra me espabilo y contemplo el pueblo con su esbelta iglesia. Chiquer, cuánto has crecido, me dicen al llegar con acento fuerte y cantarín.
Amanece. Comienza la faena. Me toca vaciar pozales en el roscadero. Los amigos se reirían de mí. Asusto a mi hermana con un saltamontes. Bronca.
Almuerzo. El pan está buenísimo, con su cuscurro puntiagudo. Mi tío me deja beber de la bota. Terminamos con farinoso.
Cambio de tarea. Cojo tijera y guantes. Me concentro y avanzo a buen ritmo. Calor, cansancio y dolor de riñones. Echo un trago del botijo; el agua es dulzona, con sabor a tierra.
Comida. Me mancho con el porrón. Bronca.
Más trabajo. Descargar, prensar, llenar las cubas. Suelo pegajoso y aroma intenso. Bebo el líquido espeso, fruto de mi sudor.
Vuelta a casa. Sueño, cansancio y satisfacción. Mañana se lo contaré a mis amigos. Después de todo, no está tan mal lo de ir a vendemar a Alcubierre.