¿De qué está hecho el futuro?

El Instituto de Ciencia de Materiales de Aragón (ICMA) cumple 30 años de éxitos, pero se enfrenta a la falta de infraestructuras y al reto de conservar a sus jóvenes talentos.

Vasily Lennikov es uno de los cerebros de este magnífico horno láser con tecnología nunca vista antes.
Vasily Lennikov es uno de los cerebros de este magnífico horno láser con tecnología nunca vista antes.
Francisco Jiménez

ICMA. Estas son las siglas del Instituto de Ciencia de Materiales de Aragón, el lugar donde un ejército de científicos experimentan con las nanopartículas, los sensores, las moléculas y los cristales líquidos con los que se fabricará el futuro. En cada laboratorio, un investigador da hoy un paso más para crear el primer ordenador cuántico del mundo, la placa solar que imitará la fotosíntesis, el compuesto químico que se asociará con las células del atleta para regenerar el cartílago o los sensores de rayos X de una de las próximas misiones de la Agencia Espacial Europea.


El instituto cumple 30 años consagrado al estudio de materiales como el grafeno u otros superconductores que no solo mejoran la vida de las personas (tiene una larga lista de patentes y de transferencia a empresas), sino que reducen el gasto de la fabricación de muchos productos y minimizan la contaminación ambiental. Algunos elementos, como las nanopartículas, son ya el mejor caballo de Troya contra los tumores, y se avanza para que consigan aferrarse a ellos y solo a ellos, controlando la dosis y los efectos secundarios en los pacientes.Luces y sombras


Pero son malos tiempos para la Ciencia, y el instituto se enfrenta a las consecuencias de la crisis y de la falta de previsión. Este gigante de la investigación y la innovación, participado por el CSIC y por la Universidad de Zaragoza, fue el primer Instituto de Ciencia de Materiales de España y el decano de los de la institución académica. Desde que se creó, compite con los mejores del mundo, y nadie puede cuestionar que sus casi 200 investigadores han hecho los deberes. Sus proyectos han servido para captar 86 millones de financiación externa; han participado en 70 patentes; forman parte de las líneas de investigación y de la gestión de las conocidas como las ‘catedrales de la ciencia’ en Europa (por ejemplo, el Laue Langevin de Grenoble) y las publicaciones de algunos de ellos están entre las de mayor impacto mundial (el ejemplo más conocido es el del físico Luis Martín Moreno).


Hace unos días, el presidente del CSIC, Emilio Lora-Tamayo, visitó algunos de los laboratorios que el ICMA tiene en la facultad de Ciencias. En los sótanos, en cubículos de solo unos metros cuadrados, los científicos desgranaron los avances con los que ayudarán a cambiar el mundo. Sin embargo, Lora-Tamayo hubiera necesitado todo el día y varias escalas para conocer la infraestructura del instituto, que tiene equipos desperdigados también en el edificio Torres de Quevedo (campus Río Ebro), en el Centro de Investigación Biomédica (CIBA) junto al Clínico, en el edificio de nuevos institutos (también en el campus del Actur) y en el Centro Europeo de Empresas e Innovación (CEEI), donde la DGA les alquiló una nave para uno de sus proyectos punteros: el primer horno láser del mundo que combina la cocción y el láser para minimizar el consumo de materias primas, el ahorro de energía y un diseño innovador.


Mide 11 metros, y aunque es una patente licenciada y ya tiene desarrollo en el mercado (está dentro del proyecto Life), la falta de espacio del ICMA obliga a pagar un alquiler. El gasto de luz, de energía, algunos contratos y el mantenimiento general del resto de laboratorios también corren a cargo del instituto.


El problema de espacio estaba en vías de solución con la construcción de un nuevo edificio, comprometido por el Gobierno PP-PAR, pero ahora está parado y judicializado y, además, se ha perdido la cofinanciación europea.


Este varapalo, y las dificultades para lograr retener a investigadores con contratos post doctorales que llevan años en sus estudios, pero que no han podido contratarse por la mínima tasa de reposición (del 10%), son los dos frentes más amenazantes hoy por hoy para el ICMA. Tanto el director, Javier Campo, como el vicedirector, Carlos Sánchez, insisten en los problemas que la falta de espacio o la dificultad de dar el relevo plantean. "Muchas áreas están saturadas, hay laboratorios en condiciones precarias y esto merma las posibilidades para atraer talento y causa problemas de cohesión, que son muy importantes. Sin edificio de referencia, es mucho más difícil lograr un equipo que funcione al 100% o que tenga sensación de pertenencia", recalcan.Las personas, el mejor material


Por otra parte, y aunque el ICMAha logrado captar y afianzar a tres nuevos investigadores estos años, lograr que haya relevo generacional es básico y uno de los leitmotiv del centro, que se jacta de que sus científicos y, en concreto, su "inteligencia, creatividad y capacidad" son su mejor material.


Las cinco líneas principales a las que se dedican son los materiales orgánicos funcionales, los que se usan para aplicaciones de energía y procesado láser, los materiales magnéticos, los indicados para aplicaciones biológicas (como nanopartículas) y la teoría y simulación en ciencia de materiales.

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