Pecados del 'extremo-sistema'

?Al Real Zaragoza no se le observa más recurso que el juego caiga rápido en sus dos hombres desequilibrantes: Hinestroza y Jaime. Un plan demasiado simple, pobre y previsible.

El baloncesto es un deporte con tanta secuencia de jugadas que de sus pizarras salen prefabricadas un largo abanico de respuestas fijas y autómatas, bien enraízadas en la corteza cerebral de sus equipos. Cuando uno de esas escuadras tiene el recurso obvio de un futbolista único y total –lo que en el fútbol vendría a configurar Messi–, el juego recae sobre sus virtuosas espaldas, convertido así en el epicentro de todas las soluciones.


Ese sutil pragmatismo se traduce del siguiente modo: balones al bueno. Así son recordados el ‘Kobe-sistema’ de Los Ángeles Lakers en el que Kobe Bryant era la esponja final de todas las posesiones. O más atrás en el tiempo, el ‘Jordan-sistema’, cuando la matemática y la geometría se sintetizaban en el talento divino y sobrenatural de Michael Jordan en los Chicago Bulls. También hemos asistido estos días a otro ejemplo familiar en la selección española: balones a Pau Gasol, pelotas para el bueno.


En el Real Zaragoza que ayer se disolvió contra Osasuna, se operó de forma semejante. Pero hay algunos problemas: esto es fútbol y en el equipo aragonés no hay dioses alados. Existen, en cambio, unos jugadores mejores que otros, con mayor capacidad de ejecutar cosas diferentes. En el Zaragoza, convivieron ayer dos de estos, Jaime Romero y Fredy Hinestroza. Y, sobre ellos, Popovic trazó la líneas principales de la estrategia.


Puede parecer que no, pero el Zaragoza tuvo intenciones. Otro asunto distinto es que ese plan resultara provechoso y eficiente. No fue así: fue un plan simple, pobre y predecible, cuando, en el fútbol, el triunfo suele redactarse sobre todo con los matices, con la riqueza de registros, la diversidad y la espontaneidad. Y cuando participan en el hilo del juego el mayor número de futbolistas posibles.


Ranko Popovic salió a jugarle a Osasuna explotando principalmente la calidad de sus extremos. Jaime e Hinestoza marcan la diferencia en la categoría cuando deben atacar y esa fue la base del ‘extremo-sistema’ que se mal sacó de la manga el serbio. Ante una pareja de mediocentros tan rígida, paralela e improductiva como la que forman Dorca y Wilk, incapaces de sostener la posesión del juego, el Zaragoza licuó su fútbol hacia los costados.


La misión era llegar a Jaime e Hinestroza cuanto antes y como fuera para que, una vez allí, el balón fuera asunto de las inspiraciones individuales. Ya contra el Córdoba se adivinó la excesiva tendencia del Zaragoza de delegarle pelotas a Jaime. Pero a ese ‘Jaime-sistema’ se le unió ayer la presencia de Hinestroza.


Nada funcionó, por mucho que ambos jugadores fueran los que mejor compostura presentaron en el equipo aragonés. Fue una muestra de que en el fútbol los violines deben sonar en una orquesta, nunca en la boca del metro. En la primera mitad, la salida de balón del Zaragoza consistió básicamente en balones directos o diagonales a la espalda de los laterales de Osasuna, para que Jaime e Hinestroza volaran como cohetes.


En la segunda mitad, con menos espacios libres, ambos extremos se vinieron a recibir más por dentro y de espaldas, para que luego inventaran soluciones. Pero la esencia del mecanismo fue la misma: vivir de los extremos. El Zaragoza no desveló ninguna otra vía para abrir jugadas. Y ahí surgieron los problemas.


Este plan de Popovic permitió a Osasuna ordenarse con comodidad. El Zaragoza fue muy previsible y, además, condujo el juego insistentemente hacia las bandas, donde la cal cierra una salida y facilita a los rivales las defensas. Otro problema estaba en el camino hacia allí: pases largos o medios (muchas veces desde los laterales de la misma banda), pases que son más inseguros y menos certeros. Es decir, más sencillos de interceptar por el rival.


El Real Zaragoza ganó la posesión a los navarros (57%), pero casi siempre la aglutinó en lugares vacíos, en la banda y lejos de la portería. Jaime e Hinestroza, sobre todo en la segunda mitad, recogieron balones, aunque siempre a 40 ó 50 metros del área. Como son futbolistas con motor de explosión, con desequilibrio y calidad, aún acercaron algún balón peligroso con sello individual. Pero esto es insuficiente y, por supuesto, un desperdicio de futbolistas diferenciales. Con un modelo de juego tan monótono, austero y descifrable, ni brillan los buenos, ni se construye un equipo.

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