Un punto con sabor dulce

Jorge Díaz rescata el empate para un atrancado y espeso Zaragoza a falta de 20 minutos para el final. El equipo no tuvo mando frente a un Leganés peleón que se adelantó al borde del descanso.

El polaco Wilk avanza en busca de la pelota entre dos jugadores del Leganés.
El polaco Wilk avanza en busca de la pelota entre dos jugadores del Leganés.
alberto roldán

En Miranda, el 1-1 final supo agrio, ácido, porque el Real Zaragoza mereció ganar y se dejó dos puntos por el camino en un deficiente epílogo de partido. Ayer, en Leganés, ese mismo marcador de 1-1 supo a gloria. Hasta que Jorge Díaz igualó el marcador a falta de 20 minutos en una jugada súbita, proveniente de nuevo de un balón parado, el cuadro local había hecho más méritos que los aragoneses para haber solucionado a su favor el triunfo.


Estamos, pues, ante el más claro paradigma de lo que es el envés y el revés de un mismo resultado según sea el método y el camino para obtenerlo. En solo 15 días, en los dos primeros desplazamientos de esta liga, el Real Zaragoza ha repetido cosecha, pero el paladar final ha sido bien distinto. Incluso radicalmente opuesto en su sabor.


Jugó ayer un mal partido de fútbol el equipo de Popovic. En ningún momento llevó el timón del juego. La razón fue única y simple: el Leganés, harto de ver vídeos sobre las hechuras del nuevo equipo blanquillo (ayer de rojo), consumó 93 minutos de constante presión en todo el campo, sobre todo en la salida desde atrás de los aragoneses.


Los centrales y los laterales no pudieron vivir en paz ante la pesadez de Borja Lázaro, Eizmendi, Szymanowski y compañía en cuanto Manu Herrera les daba el balón con la mano. En la medular, ni un atribulado Wilk ni el impreciso Dorca fueron capaces jamás de dotar al grupo de vías de evacuación hacia el ataque. No es su perfil. Y, ayer, tampoco encontraron ambos ese tipo de valores que, a veces, el desarrollo de un partido hace fluir hasta a los profanos.


Esta película se repitió de principio a fin, por lo que el Zaragoza fue en Butarque un equipo de patadón a seguir, de pelotazos de rugby para ir ganando metros al tuntún y esperar a ver si sonaba la flauta en alguna laguna defensiva de los madrileños.


El Leganés de Asier Garitano, muy trabajado tácticamente, descubrió para el resto de equipos del torneo cómo se puede desactivar de raíz las virtudes que pueda tener el actual Zaragoza en la creatividad. Un factor a tener en cuenta desde ya mismo, pues es evidente que los de Popovic quedaron desnudos y las alternativas cerebrales en la línea media se antojan escasas.


El técnico serbio señaló al final a los extremos, Pedro y Jaime, como las principales piezas chirriantes en este episodio de Leganés. Debían haber bajado más a recibir, tendrían que haber basculado más hacia el centro y menos hacia las bandas. Pero además, el japonés Hasegawa, se mostró demasiado aislado, poco participativo. Nulo, en definitiva, para lo que el equipo lo necesita.


El cambio tras el descanso, con Ortuño en el puesto del nipón, alivió algo ese pecado, pero el murciano, poco ducho con la pelota, tampoco dio las soluciones deseables y los locales siguieron acogotando en la zona ancha a los zaragocistas una vez tras otra.


De esta estructura táctica, permanente durante todo el partido, fueron llegando los momentos clave que dieron forma al empate final. La primera media hora fue desesperante para el Zaragoza. No pisó el área rival en ningún momento. Ángel corrió sin hallar en ningún momento una asistencia potable. Mientras tanto, los del sur de Madrid, con dos canteranos exzaragocistas como jugadores más notables (Miramón y Sastre, todo un dato), rozaron el gol hasta en tres acercamientos. En uno, lo logró Eizmendi de cabeza a la salida de un córner, pero afortunadamente había fuera de juego previo de un colega en el salto con el dubitativo Manu Herrera y fue anulado.


Los de Garitano eran entonces un equipo gaseoso, con ímpetus repentinos que se quedaban en nada cuando se aproximaban al área zaragozana. Rubén y Cabrera no cesaron de restar balonazos largos de cabeza, al más puro estilo inglés de los setenta.


En los últimos 10 minutos de la primera parte, el fútbol se metió en los senderos del capricho, con notable perjuicio para el Zaragoza pero, en verdad, con la justicia moral dando premio a los leganenses. Todo porque, tras un primer amago de Ángel en el minuto 31 -su disparo, el primero del equipo, se marchó fuera tras un balón largo de Jaime-, el equipo aragonés perdonó el 0-1. Lo tuvo a placer el delantero canario en el 37, cuando el central Insua (el que no quiso venir al Zaragoza hace 20 días al no ver clara su titularidad) le regaló un balón letal en un despeje horrible. Ángel, extrañamente para lo que suele ser habitual en él, se atoró y, en vez de definir mano a mano con suavidad ante el vendido Serantes, chutó atropelladamente al cuerpo del arquero local.


Del 0-1 se pasó al 1-0 en 7 minutos. Un córner, fatalmente defendido por todos los ayer tomates, acabó con un cabezazo en parábola de Borja Lázaro que superó a Herrera junto al palo y la escuadra. Una carambola dolorosa que hizo al Zaragoza marcharse al descanso segundos después con la moral por los suelos.


Popovic, obligado por la ineficacia manifiesta del equipo, movió la ficha antes citada. Dejó en la ducha a Hasegawa y metió a Ortuño para empujar arriba junto a Ángel. Pudo cambiar la película y la valoración de esta permuta si, en el minuto 3 de la reanudación, el gol que marcó Rubén al fusilar con la derecha en el segundo palo una falta de Pedro (de nuevo la estrategia), no hubiese sido en un fuera de juego de escasos centímetros.


Como ese pretendido 1-1 no fue valido, el discurrir posterior de los minutos hizo que el cambio táctico no se notase. Al contrario, el Leganés amagó el 2-0 hasta en tres claras opciones, con disparos desde fuera del área de Martín, Sastre y Miramón que provocaron las tres mejores paradas de Herrera y dieron una mano de brillo a su mate estreno como blanquillo.


Popovic tuvo que mover de nuevo el género. El apagado Jaime, al que había dado galones de titular, dejó su puesto al efervescente Jorge Díaz a falta de media hora. Y, por ahí sí, llegó el rayo de luz que iluminó la igualada final. El uruguayo propició jugadas de uno para uno, desbordamientos y alguna pared útil. Ángel pudo lograr algún espacio cultivable y Pedro también se movió más incisivamente.


En una falta botada por el alicantino, que controló Ángel en el área sacando el balón hacia fuera, Marc Bertrán metió un globo por encima de la zaga pepinera que el ariete tinerfeño cabeceó a bocajarro ante Serantes, que le hizo un paradón en primera instancia. Por fortuna, Jorge Díaz seguía la jugada y, al segundo intento, fusiló con un derechazo magnífico la igualada que sería definitiva.


El Leganés se quedó con poco fuelle y sus cambios no le dieron resultado. Solo Sastre rozó el 2-1 en un zambombazo que tocó el palo. En frente, el Zaragoza pudo llevarse los 3 puntos si Ortuño no hubiese cabeceado alto un córner y Pedro no hubiera rematado fuera una contra de Abraham.

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