Una biografía sobre Kennedy Toole desmonta malentendidos y tópicos

MacLauchlin desmiente que sea el alter ego de su personaje Ignatius Reilly, protagonista de ‘La conjura de los necios’.

Obra de culto que sigue haciendo reír a quien se acerca a ella, ‘La conjura de los necios’ es una enorme sátira que va camino de convertirse en un clásico contemporáneo. Su autor, John Kennedy Toole, continúa siendo un personaje brumoso. Muchos de los lectores de Toole tienden a ver en Ignatius Reilly el alter ego del novelista.


Se trata, sin embargo, de una percepción equivocada. Un exhaustivo trabajo de investigación de Cory MacLauchlin desmonta muchos malentendidos sobre el autor. En su biografía sobre el escritor, ‘Una mariposa en la máquina de escribir’ (Anagrama), McLauchlin despoja al personaje de ese halo de malditismo que siempre le ha rodeado. Frente al estereotipo arraigado, el biógrafo argumenta que no estamos ni ante un loco ni un deprimido, sino ante un hombre muy centrado cuando cogía la pluma.


Su trastorno mental, en todo caso, fue una consecuencia de avatares desgraciados. Y la sombra de su madre, con toda su carga de frustraciones y resentimientos, tampoco ayudó a un hombre que se sentía llamado a redimir a sus progenitores.


Kennedy Toole se quitó la vida en 1969, desilusionado porque sus afanes por encontrar editor para su novela no prosperaban. Si hubiera sabido la historia completa, seguramente no se habría suicidado. ‘La conjura de los necios’ es hoy uno de esos libros que nunca pasan de moda y que 35 años después sigue encontrando nuevos lectores entusiastas. Del escritor se han dicho demasiadas tonterías que sirven para caricaturizarlo como un excéntrico irredento. De acuerdo con que durante un tiempo despachó perritos calientes en un puesto ambulante y trabajó en una fábrica de pantalones, pero la realidad dista mucho del arquetipo creado. Kennedy Toole era un hombre querido por sus amigos y respetado en los cenáculos académicos.


McLauchlin concede que la personalidad del escritor presentaba rasgos de paranoia y esquizofrenia, pero considera imposible que un tarado alumbrase una obra que ganó el Pulitzer. Si acaso, su madre sí que ejerció una presión enfermiza. Proyectó sobre su hijo algunos de sus tormentos, y como ella no tuvo éxito en la vida, quería que su vástago triunfase a toda costa. Esas ansias por ganar acabaron costándole muy caro. Puso demasiadas esperanzas en un libro con el que pretendía resolver los problemas económicos que atenazaban a sus padres. De ahí que ese deseo por obtener reconocimiento terminara devorándole.

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