Chequeo a la salud de los ibones

Investigadores de la Universidad de Zaragoza estudian el efecto de la contaminación, de la ganadería o del esquí en los lagos del Pirineo.

Chequeo a la salud de los ibones
Chequeo a la salud de los ibones

Sabocos, Anayet, Ip, Estanés o Marboré son algunos de los ibones más conocidos del Pirineo aragonés. Pero la nómina es mucho más amplia, con 197 lagos de alta montaña inventariados. Son de origen glaciar y están agrupados en focos en torno a las cabeceras de ríos como Aragón, el Gállego o el Ésera.


Seis de ellos son objeto desde hace años del estudio de un grupo de investigadores de la Universidad de Zaragoza compuesto por químicos, físicos, geógrafos, geólogos y ambientalistas. Este trabajo multidisciplinar, además de conformar una importante base de datos, ha dado lugar al libro ‘Los ibones: los ecosistemas subacuáticos menos conocidos del Pirineo aragonés’, publicado este año por la Institución Fernando el Católico. En él, Alfonso Pardo, Tomás Arruebo, Carlos Rodríguez-Casals, Javier del Valle, Zoe Santolaria y Javier Lanaja tratan de acercar al público en general algunas de las claves del origen y la evolución de estos lagos, temas que han abordado también durante cinco cursos en la Universidad de la Experiencia.


Pardo recuerda que el grupo inició su labor en 2002 en el ibón de Panticosa, junto al balneario, que escogieron por ser el que ha sufrido una mayor transformación por parte del hombre. Posteriormente, comenzaron el estudio de Sabocos, en la misma zona, de Truchas y Escalar, en Astún, y de Marboré y el lago Helado, en el Parque Nacional de Ordesa –esperan financiación para ampliar su acción a la cabecera del Ésera–. Los seleccionaron por su ubicación y sus características geológicas, ambientales...


Precisamente los resultados de los análisis de alta precisión que llevan a cabo en Sabocos han sido noticia al hallar en sus aguas, a 1.900 metros de altura y a 30 kilómetros de Sabiñánigo, trazas de lindano cuya presencia atribuyen al transporte a través de las corrientes atmosféricas desde los vertederos de Sardas y Bailín.

En 2011 detectaron por primera vez restos del pesticida, que se dispararon hasta por 10 el pasado verano, coincidiendo con el traslado de residuos en Bailín que provocó la contaminación del Gállego.


Tanto estos datos como los de otros compuestos orgánicos volátiles –de los que también se han observado picos– forman parte de la tesis doctoral de Zoe Santolaria y, según Pardo, son "indicativos de que muchos ibones pueden estar afectados por problemas medioambientales que se producen a decenas, cientos o miles de kilómetros". "Si tuviéramos fondos para hacer analíticas en todos, igual nos llevábamos sorpresas y en el menos pensado aparecían trazas de un contaminante que nadie cree que está allí", advierte.


Pero el de Sabocos –donde también se notan los efectos del ganado que pasta en verano– no es el único ibón sobre el que se cierne alguna amenaza. Mientras los de Ordesa están en la mejor situación por la protección de este espacio, el de Panticosa es sin duda el más afectado tanto por la presión del turismo como por las obras del balneario, "que han producido mucho sedimento y mucha turbidez", explica Alfonso Pardo.


En el resto, "hay grandes diferencias en el nivel de afección, que es relativamente pequeño, pero cada uno tiene una casuística muy particular. Dependiendo del uso y explotación que se ha hecho de ellos a lo largo de la historia tienen unos problemas u otros", comenta.


En unos casos, el mayor vector de contaminación son los montañeros. "En el ibón Helado (el más alto de España con 2.995 metros) nos sorprendió mucho –recuerda– la cantidad de desperdicios que habían dejado quienes van al pico Cilindro. Cuando acabamos el muestreo, hicimos una limpieza y encontramos desde un piolet roto a un chubasquero, latas...".


Pero hay otros factores que influyen en el estado de estos lagos: la construcción de presas, la introducción de peces, la presencia de ganado –modifica con sus deposiciones la química del agua y hace aumentar los sedimentos al pisar la orilla– o el uso como reservorios de agua para los cañones de innivación artificial en las estaciones de esquí, que produce fluctuaciones en el nivel y altera la ecología.

Sin protección específica

También se dan incidencias más puntuales, por ejemplo, la aparición de picos de metales pesados como el plomo puede estar relacionado, según los expertos, con el pintado y decapado de los telesillas de las estaciones de esquí. Los ibones carecen de una figura de protección específica, una idea que planteó en su tesis Tomás Arruebo. Dentro del plan de gestión integral que presentó, habría que hacer una zonificación en función de los usos, el estado y las singularidades de cada lago, porque no se puede hacer un tratamiento único para todos: "Hay que estudiar uno por uno y ver qué se puede hacer para mantenerlos en la mejor situación medioambiental posible". Aunque ha habido algún contacto con el Gobierno autonómico. la iniciativa no se ha materializado.


Para Alfonso Pardo, el modelo podría ser similar al de las reservas marinas, con zonas totalmente vetadas, otras con cuotas restringidas, algunas en las que se permiten determinadas actividades... "Hay que tener en cuenta a la población del entorno", resalta. A falta de una normativa, el investigador considera que "lo importante es que la gente se sensibilice y piense que los ibones son algo más que simples lagos. Tienen una historia y a partir del conocimiento, se va tomando conciencia, aunque se verá a largo plazo".

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