Zaragoza 0-Marruecos 3

La ausencia de Bono, el portero titular del Zaragoza, al tener que marcharse forzosamente a para jugar un partido internacional con la selección marroquí ante Libia, derivó en un problema de solvencia en esa posición que acabó siendo decisivo en la resolución del marcador.

Momento en el que Whalley pierde incomprensiblemente el balón y se lo regala a Mata para que el ariete catalán anote el 0-1.
Momento en el que Whalley pierde incomprensiblemente el balón y se lo regala a Mata para que el ariete catalán anote el 0-1.
duch/mestre

Yassine Bono fue ayer, en espíritu y desde su ausencia bajo los palos del

Real Zaragoza, el principal protagonista del partido ante el Girona. Mal asunto, siempre, cuando hay que hacer mención a los que faltan. El guardameta marroquí dejó ayer un hueco tremendo en el once inicial del equipo aragonés, por el que los catalanes apuntalaron su victoria y, probablemente, su pase a la final de la promoción de ascenso a Primera División.


Un boquete que el Real Zaragoza intentó atajar durante la semana previa, cuando sus dirigentes establecieron contacto con la Federación de Fútbol de Marruecos para que entendiera que, pese a que su selección jugaba un partido oficial ante Libia (esta noche ), la presencia de Bono en la parte crucial de la temporada para la SAD blanquilla era imprescindible. Pero no hallaron reciprocidad en la gestión y Bono se tuvo que marchar a toda prisa hacia Casablanca el pasado domingo desde los mismos vestuarios de Leganés.


En ese mismo momento, cuando Bono salía de la caseta de Butarque, olía a perjuicio serio para el Zaragoza este daño colateral radicado en las aberraciones que presenta el calendario internacional de la FIFA, que no tiene en cuenta absolutamente para nada a las segundas divisiones de las ligas principales en el diseño de sus fechas oficiales. Y, en efecto, visto lo visto anoche en La Romareda, la ausencia de Bono no solo ha significado un daño irreparable. Ha supuesto, casi con toda seguridad, el adiós anticipado del Real Zaragoza a la promoción pese a jugar un notable partido.


La primera parte de ayer, la mejor del Real Zaragoza en todo el curso, si hubiese tenido cambiados los porteros, es probable que hubiese acabado con un 3-0 o un 4-0 a favor de los zaragocistas. Sin embargo, de manera increíble y dolorosa, finalizó 0-2 para el Girona.


Los catalanes llegaron al minuto 45 ganando 0-1 sin haber tirado una sola vez a puerta. Sin haber ligado una sola jugada. Todo fruto de un accidente, de un error garrafal del portero local impropio de un partido de semejante calibre. Y, como colofón a una primera mitad tan injusta como esperpéntica en su desarrollo, sin combinar una sola vez, el Girona marcó el 0-2 a la salida de un córner, en el que el goleador rojiblanco –Lejeune– cabeceó en el área pequeña, a metro y medio del marco, en territorios donde el portero debe mandar sin discusión.


Es decir, un regalo pueril y un balón parado defendido infantilmente, tumbaron a un Real Zaragoza que había dispuesto de hasta cinco ocasiones claras de gol que, en el otro lado, el portero Isaac Becerra había solucionado con categoría, con poso, con calidad de portero de Segunda División, tal vez de Primera en breves fechas.


Sabido es, desde que el fútbol es fútbol, que el gol es el rey del invento. Pero el gol importa tanto cuando se logra en las porterías contrarias como cuando se evita en la propia. Y, del mismo modo, a nadie escapa desde hace más de un siglo que, tan crucial resulta poseer en tu equipo uno o dos artilleros certeros, como contar con un portero de solvencia que evite los del contrario. Al menos, que no los patrocine gratuitamente.


Ayer, al Zaragoza es cierto que le falló el primer epígrafe. Los de arriba no vieron puerta pese a que dispusieron de buenas ocasiones, especialmente en la primera fase del choque. Pero, sobre todo, lo que mutiló inevitablemente todas las opciones de seguir adelante en la pelea por ascender a Primera fue la escasa, casi nula, seguridad de su portería. De esta gatera salió la vida para un Girona muerto, aturdido, que estaba en trance de ser triturado por los zaragocistas en el momento en que fuesen capaces de embocar el 1-0 que se mascaba.


En el análisis de estos dos detalles decisivos para que el marcador final acabase siendo tan rotundo a favor del Girona –la rentabilidad en ataque y en la portería propia–, vuelve a aparecer como pieza clave la figura de los porteros. Si los delanteros y rematadores zaragocistas no lograron perforar ni una vez el marco gerundense fue, mayormente, porque allí estaba Becerra, el mejor cancerbero de Segunda este año, con diferencia sobre los demás.


Y, para desgracia del Real Zaragoza, ciento cinco metros más allá, en los palos inversos, ayer hubo un portero que generó un gol donde no había ni simiente para ello. Y, poco antes del descanso, cuando más dolía la herida que tal incidencia había causado al equipo y al graderío, tampoco estuvo ducho ni decidido en la acción del segundo, que jamás habría sido cabeceada por Lejeune si el guardameta de turno hubiese adoptado la respuesta que requería una acción tan elemental a la salida de un saque de esquina.


En este tipo de partidos, esos en los que todo se juega a cara o cruz, donde el KO es el método de decisión de una eliminatoria, si alguien no puede permitirse un fallo es el portero. Los errores de los delanteros, los marros delante de la portería rival, siempre encuentran subterfugios que justifican o explican esos yerros. El hematoma, la brecha incisocontusa que causa el fallo de un gol ante la meta contraria, no es comparable con la aparatosa hemorragia que produce el error monumental de tu portero y cambia el rumbo radicalmente del partido. Las pifias letales de los porteros nunca hallan asideros. Son la parte más blanda y vulnerable de un equipo. Héroes en las buenas tardes, villanos cuando son señalados por el fútbol como culpables de una derrota.


Solo el portero puede llevar a todo el equipo a un fracaso colectivo. Le pasó a Arconada en la final de la Eurocopa de Francia de 1984. O a Toni Jiménez, con aquel gol de Tamudo que le dio la Copa del Rey al Espanyol frente al Atlético de Madrid. Ejemplos hay mil a lo largo de las décadas. Es el peaje innegociable de quien decide ser portero. Un puesto de alto riesgo.


Marruecos ha hecho, de manera indirecta, con la venia y el amparo de la FIFA, un roto irremediable al Zaragoza. Se ha llevado a Bono en el peor momento posible. Y de este problema, esta vez, no ha surgido una solución. Sí un problema mayor. Estas cosas dejan marca.

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