Voltaire o el ciudadano europeo

Fernando Savater, el ‘voltaire donostiarra’, edita al escritor y pensador.

Portada de 'Voltaire contra los fanáticos'.
Voltaire o el ciudadano europeo
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Voltaire sigue siendo la figura más emblemática de la cultura francesa, pese a que Montaigne o Descartes, Balzac o Proust, resulten más profundos para los lectores snobs. "Quiero ser francés, pero alejado de París, francés suizo y libre". Este aforismo es un trallazo en la línea de flotación de la cultura gala. Un francés con ciudadanía suiza, un alter ego de Rousseau, suizo de Ginebra. Voltaire resulta imbatible en el inmenso olfatocrítico acerca de la sociedad francesa del XVIII y por ende del conjunto de Europa. ‘Voltaire contra los fanáticos’, de Fernando Savater, nos ofrece una sugestiva selección de aforismos y reflexiones del inventor del periodismo crítico ilustrado. Se consideraba a sí mismo un Don Quijote dispuesto en todo momento a combatir los privilegios y los abusos del Antiguo Régimen, la monarquía del Rey Sol y sus epígonos dieciochescos, uno de cuyos pilares era la Iglesia francesa. Pascal es una rara avis en ese campo, una especie de Lutero de las Galias. "Los filósofos son tibios, se contentan con burlarse de los errores humanos en lugar de pulverizarlos." ¿No es este un excelente ejemplo del talento de Voltaire, de su ojo de lince para buscar el talón de Aquiles del pensamiento solipsista? Su modo de discurrir es inimitable. Compara al estilo literario con un niño que lo mismo puede morir molido a caricias amaneradas que masacrado por rudos golpes. Como dicen ahora los minimalistas, menos es más. Pero, claro, hay que dar en el clavo a la primera. Lo bueno si breve dos veces bueno, dijo Gracián. "Ser siempre admirable resulta aburrido", en este tono de frivolidad y agudeza, nos recuerda Voltaire a Stendhal, que sostenía, "Si no digo la verdad me muero de aburrimiento". Lo mismo sucede con su descaro jocoso, uno de sus rasgos más hilarantes, "nadie es tan majadero que si tiene un diamante lo luzca en el culo". Dudo que el artículo dedicado a la Escolástica hiciera las delicias de Zubiri, el otro filósofo donostiarra, que fue cocinero antes que fraile. Dibujar al hombre como libre de pasiones es como perfilar un Adán de Fidias en un Paraíso sin serpientes. Savater ha logrado en este libro una mimetización perfecta con el estilo de Voltaire. Se lo sabe de memoria. Nadie posee en nuestro idioma esa capacidad de repentización o agilidad dialéctica a la hora de despabilar las ideas y extraer de ellas el zumo explosivo de su perenne actualidad. "Combatamos nuestros errores hasta el último minuto de nuestras vidas". Este aforismo volteriano nos recuerda el del afable y cazurro Sordo exiliado en Burdeos : "Todavía aprendo. Todo me falta, solo la voluntad me sobra". Da la impresión, de que el pintor se hubiese contagiado del espíritu humanista o ilustrado de Montaigne o Voltaire al pisar los cultos viñedos de Burdeos. El volumen está dedicado a Sara Torres.