Aversión original: crónicas de la música

Nando Cruz publica una selección no complaciente de lo que pudo haber sido el movimiento indie.

Sergio Algora.
Aversión original: crónicas de la música
Víctor Meneses

Empecemos por los rumores. Ni caso, oiga. ‘Pequeño circo’ (Ed. Contra, 2015) no tiene 1000 páginas como aseguran las fuerzas disuasorias. Son "solo" 942. Y ‘Pequeño circo’ tampoco es una recopilación complaciente de un (gran) puñado de músicos contando anécdotas, batallitas y chistes de cafetería para agradar a colegas. Resulta desconcertante pensar qué pudo pasar por la cabeza de Nando Cruz para montar semejante armatoste sobre un "movimiento" (¿lo fue realmente?) denominado "indie" y que tan pocos resultados tuvo respecto a repercusión popular, venta de discos y sociología varia. Bueno pues, terminados los comentarios torticeros, hay que decir que el señor Cruz presenta un trabajo que solo puede calificarse de sobresaliente y absorbente a partes iguales, un monumental tratado sobre la historia de la fonografía y el hecho de ser músico sin adversativas en la España de finales de los ochenta y principios de los noventa.


Una obra que va a ser material de coleccionista y referencia para cualquiera que, pobrecito, decida saber qué sucedió aquí cuando la Movida se había diluido cual azucarillo y el futuro eran unos cuantos niñatos que decidieron que sus sonidos podían escucharlos cuatro gatos y estar llenos de referencias extranjeras pero eran “suyos” y bastaban cuatro mentecatos respetuosos para que tocar en directo mereciera la pena.


Es todo un logro conseguir que un proyecto tan ambicioso eludiera las formas más habituales del ensayo y se decidiera por dar voz a los protagonistas. No hay ningún vínculo, ninguna explicación que situe la acción, solamente (¿solamente?) los protagonistas contando sus vivencias, sus tragedias, sus alegrías y desparrames en un trabajo de "montaje" que bordea lo espectacular. Consigue Cruz que las opiniones y recuerdos de la gente involucrada en esta historia no necesite sino una ordenación adecuada de las intervenciones para que el presente texto no resulte farragoso en absoluto y se lea mejor que muchas novelas de aventuras. Espectacular. Apenas unas líneas que introducen la división por provincias (sí, sí, Zaragoza está maravillosamente representada por El Regalo de Silvia y aquel delirio genial que fue El Niño Gusano) y la peña empieza a contar. Lo asombroso es que no resulta nada extraño empatizar con bandas que a uno podían resultarle anodinas pero que al narrar sus sensaciones ante los primeros conciertos, las grabaciones dificultosísimas o las ganas de contar historias sonoras hasta perdiendo dinero obligan a esbozar, al menos, una sonrisa de complicidad.


Descacharrante la puñalada que se lanzaba a los grupos "indie" que mayoritariamente decidieron cantar en inglés ("Canto en inglés y no entiendo lo que canto / Canto en inglés pero soy de Burgos" ironizaban los taimados Nikis) pero hay que reconocer que los nunca bien ponderados Cancer Moon o unos Usura sabían bien lo que decían . Inquietante la visión que se da de las casa discográficas, productores ("era una basura total, todo sonaba igual") y "descubridores de talentos". Una especie de mafia cutre que inundó de billetes y hoteles de lujo a unos adolescente que creyeron vivir en el paraiso hasta que las deudas les dieron a todos una bofetada de realidad.


Estremece oír la narración de Servando Carballar de DRO (seguramente una de las pocas discográficas que dio suculentos beneficios al principio) cuando decidió crear La Fábrica Magnética lo que le llevó literalmente a la ruina pero estremece más leer a Santi Carrillo, director de la histórica RockdeLux, definirle como "un charlatán dogmático". Se ha comentado que el presente libro no es para los que buscan "sangre o vinagre" en la recopilación de la historia musical de este país pero si se toma el (placentero) trabajo de leer el tomo abundan las páginas trufadas de rabia contenida o sencillamente desoladoras: leer la aterradora muerte de Cocó del grupo Silvania tras ser torturado toda una noche por chaperos o la delicia personal que era Josetxo, cantante de Cancer Moon, días antes de arrojarse por un puente o la lapidación (no solo simbólica) del cantante de Los Bichos obligan a dejar momentáneamente el tomo y mirar por la ventana.


Hay mucha vida y mucha(s) histora(s) en este libro. Cualquiera que haya asistido a un concierto de Manta Ray o Demonios Tus Ojos, cualquiera que haya tenido que ocultar el placer que el pop fresco ("ñoñi-pop" les llamaban cruelmente) que Fresones Rebeldes producía o que escuchase a Planetas provocando cacofonías insoportables mezcladas con joyas puras como ‘La playa’ o ‘¿Qué puedo hacer?’ encontrará por aquí su sitio.


Leer cómo era, su gratuidad y la generosidad de un Sergio Algora mientras otros montaban capillitas para elegidos refresca y anima a seguir oyendo música. A seguir asistiendo a conciertos aunque el número de los presentes no llegue a los dedos de una mano. A decidir que la música sigue siendo algo hermoso.


El circo será pequeño pero el espectáculo es abrumador. Un libro imprescinsible.