Limerencia

-Lo siento. No volveré a llamar.


-Y yo no lo cogeré cuando lo hagas.


Sintió un dolor extraño con la afirmación de que volvería a caer. Habría una próxima vez, claro que la habría, y eso es algo de lo que ambos eran conscientes. Ella lo llamaría, sola y ebria. Y él contestaría. Se encontrarían en algún lado. Se lo gritarían todo, las verdades, las mentiras, el odio, el amor y la soledad, y aún después pensarían que podrían intentarlo, para despertar tres horas después, desnudos y sobrios.


Entonces todo volvería a acabarse. Sus vidas dejarían de estar unidas por esa fina línea que era un tren cada viernes y otro cada domingo, bajando y subiendo entre la estación de Canfranc y Goya. Entre un frío pirenaico y un cierzo que no reblaba nunca, constantes como no lo habían podido ser ellos. Simples como nunca lo serían, porque sus vidas eran dos piezas de un puzle que no pertenecía ni a un mismo cuadro.


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