Precisamente hoy, 18 de febrero, se cumple un siglo de la muerte de Francisco Giner de los Ríos (Ronda, Málaga, 1839–Madrid, 1915), catedrático de Derecho y fundador de la Institución Libre de Enseñanza (ILE). He escrito en alguna ocasión que desde el punto de vista educativo el siglo XX empezó en 1876, cuando Giner y otros profesores separados de sus cátedras por no aceptar la circular del marques de Orovio, que atentaba contra la libertad de cátedra, fundaron la ILE, germen de las más valiosos iniciativas que iluminarían el siglo XX. La guerra civil y la dictadura terminaron con aquellas luces. Con la recuperación de las libertades se trató de recuperar también aquella manera de entender la escuela.

Es la primera vez que me ocupo en esta columna de un personaje que no trabajó en Aragón, pero Francisco Giner tiene una estrecha relación con nosotros. Si Giner no hubiera fundado la ILE no hubiera existido la Junta para Ampliación de Estudios y entonces Pedro Arnal Cavero no hubiera visitado las escuela de Francia y Bélgica.

Los niños de Plasencia del Monte y de Barbastro no hubieran compuesto letra a letra los maravillosos libros hechos con la imprenta Freinet. Buñuel, Lorca y Dalí –y nuestro Pepín Bello– no se hubieran conocido en la Residencia de Estudiantes. La maestra Patrocinio Ojuel no hubiera introducido en Aragón la pedagogía de María Montessori. En 1932 no se hubiera creado el Patronato de Misiones Pedagógicas que llevó centenares de bibliotecas a pequeños pueblos aragoneses. María Sánchez Arbós no se hubiera formado en la Escuela de Estudios Superiores del Magisterio, no hubiera trabajado en el Instituto–Escuela y no hubiera matrimoniado con Manuel Ontanón, hijo de uno de los fundadores de la ILE.

Costa, Giner y "el don de consejo"

El pasado 8 de febrero se cumplieron 104 años de la muerte de Joaquín Costa en Graus. Si Giner no hubiera existido, Costa no hubiera sabido a quien pedir consejo cuando se enamoró de una joven de Huesca y su amor no era correspondido. Don Joaquín se sentía desorientado, no podía trabajar, tal y como confesó a Giner en una carta de 1878: "Querido amigo: usted que tiene el don de consejo, y que es acaso mi único amigo, habrá de tomarse el trabajo de asistirme con sus luces en un asunto delicado que solo con usted y con otra persona distante también de aquí puedo consultar".