Columna Villarroya: "soy una observadora de mi propio interior"

?Fotógrafa de lo cercano, de retratos que dan vida por sí mismos, ha formado parte de la colectiva del CDAN ‘Naturalezas de Mujer’ con imágenes de la naturaleza.

Columna Villarroya: "soy una observadora de mi propio interior"
Columna Villarroya: "soy una observadora de mi propio interior"
Aránzazu Navarro

Columna Villarroya (Daroca, 1954) posa con soltura ante la cámara, aunque dice que lo hace porque su marido le acaba de recordar que no debe mirar al cielo, sino al objetivo, "porque no soy buena posando". De mirada profunda, serena, reconoce, sin embargo, que le azora que le fotografíen, aun sabiendo que "el retrato es una continuidad de la vida a través de la memoria visual" y que a ella le da la vida, "porque me aporta cada día esa magia que necesito para vivir" y que descubrió con 23 años ante una cubeta de revelado. Desde entonces, no ha parado de trabajar en un mundo en el que ha hecho casi de todo y en el que se destacan sus retratos, firmes, auténticos, en los que casi escuchas el silencio de ese diálogo sordo que se crea en la mirada fija de una imagen. Con una larga experiencia en el mundo del reportaje sociopolítico, acaba de exponer en el CDAN de Huesca en la colectiva ‘Naturalezas de mujer’ y explora ahora el mundo de la naturaleza, "el paisaje. Porque relaja y gusta y sucede que de repente descubrimos las cosas que nos rodean y a las que no les prestamos atención; la belleza y el color de nuestro alrededor, y es lo que me está pasando". Mujer observadora, cauta y muy respetuosa en su trabajo, se ha movido mucho en blanco y negro y es una experta en imagen de patrimonio.


-En su trabajo ha pasado por todas las fases. Comenzó haciendo periodismo gráfico.

Si, hice muchos reportajes sociopolíticos. He trabajado mucho en instituciones DGA, DPZ... en grandes empresas, aunque no puedo decirle los años porque soy muy mala para las fechas.


-Es usted de Daroca.

Nací en 1954 y nunca me ha importado decir la edad. Llevo muy bien los años porque creo que cuesta mucho soportar las cosas de la vida, que nos va dando cosas apacibles, relajadas, pero otras muchas no, todo lo contrario, y soy de las que piensan que cada uno somos ese todo –bueno, malo, regular– en su conjunto. A mi me gusta y no quiero que me lo quite nadie. La arruga es nuestro patrimonio, lo llevamos marcado en el rostro y no hay que alterarlo. Yo soy muy respetuosa, no me gusta modificar nada, aunque eso no quita para que me pidan y yo pida que me saquen guapa.


-Ha trabajado mucho el retrato.

Hubo una época en la que colaboré con la editorial Olifante y retraté a muchos de los autores que han publicado en ella (Ángel Guinda, Manuel Martínez Forega, Alfredo Saldaña...). Realmente me encanta el retrato y disfruto mucho con él.


-Cómo se acercó a al fotografía.

Empiezo tarde, con 23 años, y lo hago a través de mi marido que también es fotógrafo, Armando Llamazares, y que ya con 15 años tenía su propio laboratorio.


-Qué hacía antes.

Aun no tenía ningún vínculo profesional, no había nada decidido. Descubrí la magia de la fotografía a través del revelado, porque me pareció mágico que de un líquido y de una emulsión blanca pudiera salir una imagen. Me cambió la vida, porque necesito la magia para vivir, sentirla, y me pareció precioso poder atrapar una imagen. Enseguida comencé a hacer fotografía de creación, a colaborar con Olifante y con Heraldo de Aragón en una sección para el suplemento de Cultura con Ángel Guinda. Estuvimos varios años y después estuve en El Día, el Periódico de Madrid y en revistas como Cambios 16. Todo relacionado con el mundo de la Cultura. Luego llegaron los reportajes sociopolíticos, las exposiciones...


-Qué busca en un retrato, porque es difícil trasmitir en él.

Más que una búsqueda es un encuentro, porque es una conversación que se va desarrollando en un espacio común, aunque no sabría explicarlo bien porque es mucho más que un vínculo con la persona a la que fotografío. Es un lenguaje y se enseguida si va a haber o no un buen retrato. Siempre dejo que la persona sea ella y hay veces que se tarda en lograr, en llegar a ese momento que es un silencio mágico en el que veo cómo es y puedo entonces hacer el retrato. Busco que la imagen sea la persona que tengo ante mi, y todos, todos, tenemos algo.


-¿Lee en los ojos?

Si, pero no busco trasmitir lo que veo. Quiero que sea la persona, que sea ella misma, lo más auténtica posible, que las cosas tengan su propio ser, sin manipulaciones. No me gusta llevármelo a mi terreno, algo que solo hago cuando es un retrato de encargo. Noto, además, cuando no hay un encuentro con la cámara.


-Posar es complicado.

Es que no hay que posar.


-Pero hay que mirar a un objetivo y da pudor y se siente uno ridículo ante un objetivo.

Eso es lo que por lo general siente la gente y por eso hay que dejar a la persona que sea ella, que llegue ese lenguaje y ese silencio, con la cámara. Yo hago fotos porque me encanta, porque cada día encuentro algo mágico en ella y sin magia no puedo vivir.


-Es usted muy intimista.

Bueno, me meto en mi misma y proceso internamente todo mi trabajo. Es como una espiral y un trabajo lleva a otro y me doy cuenta de que vuelvo a veces a estar en el comienzo. Siempre estoy en el estudio, que es mi sancta sanctorum.


-Se dice que los fotógrafos son curiosos, cotillas de la realidad, de la vida.

En mi caso soy un observadora de mi propio interior, porque a la larga la obra siempre es uno mismo. No sabría darle otro sentido.


-Se enamoró de la magia del revelado, de la fotografía analógica, ¿siente lo mismo con la digital?

No es lo mismo. El cambio ha sido y es hacia un mundo muy interesante. Yo mantengo mi laboratorio y de vez en cuando me doy el gusto de revelar..