El silencio de Berrueco

Las arregladas calles del pueblo contrastan con la falta de vecinos, apenas ocho en invierno. El canto de las grullas rompe la calma y atrae visitantes.

Los restos del castillo dominan el pueblo de Berrueco, en cuyo centro se erige la iglesia. Aránzazu Navarro
El silencio de Berrueco
Aránzazu Navarro

"Quiero ver el futuro en positivo, pero no lo sé. Si la iniciativa privada no apuesta por el medio rural, lo veo muy negro. Nunca me ha gustado y hasta me ha enfadado que lo dijeran, pero ahora creo que vamos camino de ser un pueblo de segunda residencia. Y mantener eso cuesta mucho, pero no hay que perder la esperanza". María del Carmen Ballestín es la alcaldesa de Berrueco y también una de las últimas niñas, junto a su hermano, que se quedó a vivir en el pueblo. De esto hace ya casi medio siglo.

El municipio tiene 44 empadronados, aunque apenas residen ocho durante todo el año. Ella misma vive ahora entre Berrueco -donde considera que pasa más parte de su vida- y Zaragoza.


Este pueblo, junto a la laguna de Gallocanta, es uno de esos en los que parece que no pasa nada. El silencio lo inunda todo. Y solo el canto de las grullas se atreve a interrumpirlo. Eso y el sonido de la paleta con la que trabaja Enrique Luna, el "albañil oficial" de Berrueco, como él mismo se define entre bromas, pese a que es de la vecina localidad de Tornos. Ha arreglado muchas casas en este pueblo, el último de la provincia de Zaragoza, donde casi todas las nuevas construcciones son de piedra. Un material que también permite mantener la estética en sus calles.


La comarca de Campo de Daroca es una de esas zonas de Aragón en las que la despoblación ha hecho mella. Y eso pese al tirón de la laguna, que entre octubre y marzo atrae la visita de escolares casi cada día. E incluso ha fijado población. Un par de ingleses amantes de las aves zancudas compraron aquí casa. Aunque los últimos en llegar para quedarse son una familia de Barcelona que regenta el hotel Secaiza. Su hija va al colegio de Gallocanta porque las escuelas de Berrueco cerraron en los setenta.


"Somos los mantenedores del pueblo, de toda la vida", bromea Eusebio Ballestín. "Aquí llegó a haber unas 40 casas habitadas y ahora solo quedan tres o cuatro", añade. Trabaja en el campo junto a su hermano y, aunque decidió afincarse en Calamocha con su mujer, va y viene todos los días para trabajar. "En temporada de cosecha sí que nos quedamos aquí a dormir", comenta su mujer, Maribel Rodrigo, de 67 años. "Para mí, aquí hay demasiada tranquilidad", lo que para ella tiene más cosas en contra que a favor.


Inviernos duros


"La gente a veces apuesta alegremente por vivir en un pueblo sin conocerlo. Hay que estar muy mentalizado porque la vida aquí, sobre todo en invierno, es dura. Por eso, siempre he sido reticente a iniciativas que intentaban repoblar ofreciendo casa y trabajo", comenta la alcaldesa. María del Carmen ultima la puesta en marcha de una casa rural en Berrueco y se lamenta de que cuando se creó el patronato de la laguna de Gallocanta se habló mucho de apostar por el desarrollo socio económico de la zona. "Pero no ha llegado", dice.


"Ser agricultor es una oportunidad para la gente joven en momentos de crisis, pero luego se necesita que tengan ayudas y servicios. Si no, no podrán quedarse", añade. Carlos y Charo son un matrimonio de veterinarios que trabajan en la zona. Llevaban tiempo yendo y viniendo a Zaragoza y hace ocho años decidieron instalarse en Berrueco, donde se construyeron una casa en la que disfrutar de la tranquilidad del entorno. "Aquí se vive muy bien", dice él, que es natural de Irún.


En un pueblo como este, el médico viene una vez por semana. El jueves, el mismo día que atiende el secretario del Ayuntamiento. El centro social -o bar- está ubicado en la parte baja del edificio en el que también están las oficinas municipales y la consulta. "Se trata de ahorrar gastos", dice la alcaldesa.


El pueblo llegó a tener 400.000 euros de presupuesto en "los años buenos", pero con las vacas flacas este se ha quedado en 120.000. Y ya solo da para "cosas básicas", dice la alcaldesa. En sus planes está seguir arreglando las calles que les faltan y cambiar las bombillas por otras de bajo consumo.

Otro de sus objetivos es rehabilitar la conocida como casa del verdugo, donde pensaban ubicar un centro de interpretación del yacimiento celtíbero del Castellar. Pero este proyecto tendrá que esperar.


Las grullas seguirán sobrevolando el entorno de Berrueco. Desde lo alto, junto a las ruinas del castillo continuarán divisando una bonita imagen de la laguna. Y esta también seguirá viéndose como el agua de la esperanza porque como reflexiona la alcaldesa: "Berrueco, por donde está y por la laguna, al menos sobrevivirá".