El cigarrillo electrónico expulsa partículas que también perjudican al que está cerca

Una investigación pionera de la Universidad constata que vapear en lugares cerrados genera una contaminación del aire que multiplica por ocho el límite que la OMS considera aceptable

Vapear está prohibido en colegios, hospitales y transporte público; pero no en bares y discotecas.
El cigarrillo electrónico expulsa partículas que también perjudican al que está cerca
Asier Alcorta

El sector del cigarrillo electrónico siempre ha defendido que la figura del ‘vapeador pasivo’ –expresión homóloga a fumador pasivo– no existe: argumentan que lo único que expulsa es un inocuo vapor de agua que se esfuma en cuestión de segundos. Pero un reciente estudio del Grupo de Investigación sobre Tabaquismo de la Universidad de Zaragoza ha constatado que esta tesis no es correcta y que su consumo también perjudica a los que están alrededor y no lo usan, de igual modo que ocurría antes con el tabaco tradicional en espacios cerrados como una oficina, un bar, una biblioteca...


En esta investigación, que es de las pioneras en el estudio de los efectos que causa el cigarrillo electrónico sobre otras personas, se han hecho mediciones de la concentración de partículas en suspensión que se queda en un espacio cerrado tras haber vapeado. En concreto, los expertos metieron en una sala de 19 metros cuadrados a tres consumidores habituales de cigarrillos electrónicos, que durante media hora vapearon a un ritmo normal en condiciones reales (es decir, cuando les apetecía). Las concentraciones de nicotina en los líquidos que consumieron en sus dispositivos fueron de 6, 12 y 19 miligramos por mililitro. 


Durante esta media hora, los expertos tomaron mediciones de la contaminación por partículas finas (PM2,5) que se produjo, y obtuvieron una concentración de 211,9 microgramos por metro cúbico. En definitiva, los vapeadores pasivos estuvieron durante este tiempo en una sala en la que, de media, se multiplicaba por ocho el nivel de contaminación por partículas finas que establece la Organización Mundial de la Salud (OMS) como aceptable (es decir, como límite que no se debe superar porque, en caso contrario, la contaminación comienza a ser realmente perjudicial). Este organismo establece que dicho umbral está en un máximo de 25 microgramos por metro cúbico.¿Qué es el material particulado?

Las partículas finas en suspensión, o PM2,5, son un contaminante que cada vez se mide más en las ciudades –sin ir más lejos, en la propia Zaragoza– porque una concentración alta de este material es especialmente perjudicial para la salud. De hecho, la medición de este contaminante es hoy algo básico para determinar la calidad del aire que se respira en un municipio. Dicho material particulado, que tiene un tamaño 30 veces menor que el de un cabello –y por eso es imperceptible para el ojo humano–, consiste en una compleja mezcla de sustancias sólidas que, dado su minúsculo tamaño, puede entrar en los bronquios y pasar a la sangre.


La OMS considera estas partículas finas en suspensión como uno de los contaminantes más peligrosos para la salud, ya que pueden causar efectos a corto plazo como irritación de ojos, nariz y garganta, así como tos, congestión nasal, estornudos y, sobre todo, agravar las enfermedades respiratorias. Estos problemas se acentúan cuanto más alta es la concentración.


En esta investigación –que se va a publicar en breve en una revista científica, por lo que hasta entonces los resultados están considerados como ‘provisionales’ en el sector–, los expertos hacen referencia a más estudios que detectaron níquel y otros metales pesados entre las partículas que había en el vapor –aunque en unos niveles muy pequeños–, que posiblemente procedan de la resistencia eléctrica del propio dispositivo. «Se ha demostrado que lo que expulsan los cigarrillos electrónico no es solo vapor de agua, y que afecta a la salud de otras personas. Por ello, se debería cambiar la ley para que su consumo estuviera prohibido en todos los espacios cerrados, del mismo modo que con el tabaco tradicional», argumenta Rodrigo Córdoba, delegado en Aragón del Comité Nacional de Prevención del Tabaquismo y uno de los miembros del equipo de investigación, junto con Rebeca Pérez Vicente, Jenifer Juez, Irene Cid, Sara Visiedo y David Ruiz Martínez. 


En la actualidad, vapear solo está prohibido en edificios de la administración, transporte público, centros sanitarios y colegios; pero sí que se permite en bares, discotecas...El tabaco normal, mucho peor

Además, los expertos de la Facultad de Medicina midieron las partículas en suspensión que genera fumar los cigarrillos de toda la vida en espacios cerrados, para compararlo con el electrónico. Se utilizó para ello la misma metodología: entraron tres personas en la misma sala –en un día distinto al que se vapeó–, y estos se iban encendiendo cigarros normales conforme les apetecía. Los investigadores hicieron las mismas mediciones de las partículas finas y obtuvieron un resultado medio de 1.233 microgramos por metro cúbico (frente a las 211,9 del cigarrillo electrónico), lo que supone que con el tabaco tradicional se multiplicó por 47 el umbral de seguridad de la OMS.


"Es cierto que el consumo de cigarrillos electrónicos es menos perceptible (huelen poco) y que tienen poquísimo alquitrán. Pero aunque sean menos malos que el tabaco tradicional, no por ello son inocuos", concluye Córdoba.