Paseo al Castillo de Loarre

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Antes de subir, compro pan para el bocadillo, ahí al lado de la Fuente Vieja, surtidora de agua fresca y abrevadero de caballerías en otros tiempos.


Pago y me ponen al día en asuntos locales. Miro el pan, y la tentación de comerme su corrusquillo no tiene la fuerza de antaño, cuando acudía a diario a buscarlo y me impregnaba de olores y aromas en la antigua panadería, que además de pan, se elaboraba un surtido de tortas, brazos y tartas de bizcocho, con una profusión de adornos hechos con genio autodidacta y labor costumbrista.


Subo por la cuesta del molino, es temprano, al sol la sierra le impide su plenitud. Molino y entorno se conservan gracias a la dedicación de su propietario, donde él marida artísticamente naturaleza y reciclaje.


Estoy llegando, el sol hace cumbre en la sierra dando sus primeros destellos al castillo desperezándolo. Ha crecido de repente, sus murallas son inexpugnables.


Arribo al castillo, me como el bocadillo y me siento un conquistador.