Nuestro árbol australiano

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Este rincón de los Monegros es baldío. Un paisaje duro donde sólo crece el ladrillo. Ni los zahoríes lograron nunca encontrar media gota de agua. Pero te contaré una historia insólita que ocurrió aquí mismo.


Sucedió que una semilla perdida germinó a finales de los setenta, como un vestigio de esperanza entre tanta pobreza. Nació como un matojillo informe, que con los años devino en un arbolazo de hojas persistentes y oblongas. Lo nunca visto por estas tierras. Recuerdo que incluso salimos en televisión, y que miles de curiosos viajaron hasta aquí para presenciar el milagro.


Creció unos once metros, y varios estudiosos dijeron que se trataba de una especie exclusiva de ciertas islas australianas. Un asomo de globalización en un tiempo en que nadie por aquí sabía colocar Australia en el mapa.


Pasaron los años. Su fruto capsular fue declarado Bien de Interés Turístico y trajo riqueza a la zona. Tal fortuna supuso expansión, buen humor y tractores nuevos. Pero como ves, nada queda del árbol. Hace diez años, cuando tú naciste, un insolente plan de ordenación urbana cambió nuestra quimera por cemento. Mucho cemento. Unos cuantos se enriquecieron; los demás seguimos buscando el agua.


Álvaro Estallo Gavín